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Identidad y Comunidad

La filosofía del 98 un siglo después

[Carlos Martínez-Cava Arenas]

INTRODUCCIÓN
Hace diez años, quizá nadie, ningún español, podía imaginar que poco tiempo después el problema de España, la profunda pregunta sobre el ser de España, se iba a plantear con toda su crudeza.
La sombra de la decadencia y del pesimismo se ha ido extendiendo en los últimos tiempos, acariciando, con pesadumbre, la certeza del infortunio de España en su capacidad para organizar una forma de existencia pujante, vigorosa y justa.
La ausencia de intelectuales al margen del Poder y Cultura oficiales ha producido una lamentable sensación de orfandad espiritual en todos los que, habiendo nacido en la segunda mitad de este siglo, adquirimos la mayoría de edad con esta Democracia.
Muchos de nosotros nos hemos preguntado, en numerosas ocasiones, si es que el Poder todo lo compraba o que, por el contrario, la fuerte marea globalizadora del mundialismo americano estaba entonteciendo la conciencia de nuestra generación.
Estas y muchas otras preguntas nos hicieron volver a formular de nuevo aquella lacerante pregunta: "¡Dios mío! ¿Qué es España?".
Desde la aprobación de la Constitución de 1978 han transcurrido ya 18 años, casi 20. Estamos cercanos, pues, a un aniversario constitucional que coincidirá con otro, y éste centenario: 1998.
Esta fecha nos convoca a una reflexión obligada, y es la de si el modelo de convivencia vigente refleja nuestro modo de ser y nos garantiza Justicia, Libertad y Proyección Universal como Comunidad Nacional.
Javier Esparza escribía, hace ahora tres años, en la revista Razón Española (1), que "nuestro problema es fundamentalmente interior: porque, hasta ahora, no se nos ha dicho para qué estamos juntos ni qué tenemos en común. De ahí la debilidad de nuestras estructuras sociales y culturales. Y quien crea que es posible modificar las estructuras sociales y culturales de un país desde una simple posición política, se equivoca."
1898 nos plantea un escenario: el de la Catástrofe. El desastre militar de Cavite y de Santiago de Cuba, por el que España pierde sus últimas colonias ultramarinas, avivó un descontento general que ya existía, y que dio lugar al grito de protesta de lo que más tarde hemos conocido como "Generación del 98". El grupo no podía permanecer inerte, decía Azorín, inerte ante la dolorosa realidad española. "Había que intervenir".
El Desastre agudiza en unos y otros la repulsa hacia el estado de cosas que lo han hecho posible, y surge, como un torrente, un anhelo de cambio rotundo en la realidad española. Un anhelo cuyo objetivo era dar fin a esa larga agonía, esa decadencia sentida durante tantos años, y que, en ese momento, atenazaba a todos como un formidable estertor de moribundo.
Podíamos hablar claramente y decir que en 1898 se produjo un colapso nacional. Decía Toynbee (2) que el problema de los colapsos de las civilizaciones es más evidente que el problema de su crecimiento, pero pese a esa dificultad no dudó en señalar que la naturaleza de los colapsos de civilizaciones podía resumirse en tres puntos:
1) Una pérdida de poder creador de la minoría;
2) Un retiro, como respuesta, de la mimesis por parte de la mayoría, y
3) Una pérdida consiguiente de unidad social en la sociedad como un todo.
No vamos a hablar hoy de la decadencia de las civilizaciones, pero sí nos centraremos, como punto de partida, en la agonía de una Cultura, de una forma de vivir y contemplar el Mundo que predominó durante siglos: la Cultura Hispánica.
Los últimos años del siglo XIX marcan con fuego y de manera decisiva la memoria histórica de un pueblo, el nuestro, que durante mucho tiempo había estado en permanente conquista más allá del "Finis Terrae".
La pérdida de energías y de las últimas colonias hizo considerar, de acuerdo con las doctrinas positivistas entonces imperantes, que la Sociedad era un ser vivo y, como tal, susceptible de enfermar y de, hasta incluso, morir.
Esta visión de la sociedad, de acuerdo a esta concepción filosófica, vino a España traída de manos de la clase médica, y ello canalizó de manera decisiva el que la preocupación por la decadencia nacional de España, hubiera de tener una decisión clínica.
España, decían los positivistas, en cuanto organismo vivo, era una sociedad enferma o degenerada; el médico positivista debía situarse con actitud científica ante el paciente y determinar los tres momentos del análisis clínico: diagnóstico, pronóstico y terapéutica. Es obvio decir que la aplicación correcta de la terapéutica adecuada habría de producir, como resultado inmediato, la regeneración del país.
Desde este punto de vista, el regeneracionismo no sería sino una sucesión de recetas médicas, lo que nos llevaría a relacionar este movimiento a la tradición española del arbitrismo.
Pero no existió un único regeneracionismo, el profesor José Luis Martínez Sanz, en un excelente trabajo que he tenido el honor de estudiar (3), habla de 4 líneas de "regeneracionismo":
1) La primera es la de los "hombres de acción". En ella era más importante la acción que la reflexión (mañana podría ser tarde podría ser su lema). Tenía como protagonistas a militares y civiles inquietos, que originaron la "gloriosa" de 1868. Estos hombres querían cambiar España mediante la revolución, y por ello crearon la Constitución de 1869.
2) Una segunda línea, la menos conocida, es la de aquellos sabios, intelectuales y profesores que querían la regeneración de España a través de la ciencia y la cultura. Esta es la de aquellos que pretendían un mayor progreso en las ciencias y en la educación, buscando no imponer un dogmatismo diferente, sino servir de utilidad a la sociedad española.
3) La tercera es la del regeneracionismo político, surgido tras la Restauración alfonsina de 1875, formulada por hombres que querían la estabilidad y una reforma de las instituciones. Esta línea estaba escindida en dos grupos: por un lado, los hombres del sistema (Silvela, Maura, Canalejas), que buscaban un "regeneracionismo institucional"; por el otro, los partidarios de una "regeneración republicana y socialista", que pretendían sustituir el orden político nuevo por otro nuevo.
La cuarta línea era la del regeneracionismo populista. Su exponente máximo era Joaquín Costa, quien pretendía cambiar el estancamiento económico y el atraso de nuestro país acabando con la oligarquía y el caciquismo entonces existente.
Laín Entralgo considera a los regeneracionistas como "la versión del arbitrismo que corresponde a los supuestos del nacionalismo democrático" (4), a la vez que señala como notas del regeneracionismo: la política de realidades, la fe en la revitalización de España y la autarquía de la Nación.
Numerosos autores han coincidido en señalar que el regeneracionismo es la "negación de un sistema socio-económico precapitalista y de su sistema político de valores".
Una de las figuras más representativas de este período es Joaquín Costa, al que diversos "presuntos" historiadores de filiación marxista no dudaron en colgar el sambenito de "prefascista".
Indudablemente Joaquín Costa pudo ser muchas cosas, aparte de un notable español, pero no fue ni pre, ni pos-fascista, porque si bien criticó el partidismo y propugnó la figura del "Cirujano de Hierro" (en un presidencialismo que recordaba al ejercido por Bismarck en Alemania), siempre defendió la separación entre Gobierno y Parlamento.
La Filosofía jurídico-política de Costa, fue novedosa en lo siguiente:
— Redujo el Derecho Público Social a las condiciones del privado, convirtiendo al individuo en autoridad única de sí mismo.
— "Cada individuo es un estado, lo mismo que la familia, lo mismo que el municipio o la Nación"
De aquí arranca el neo-liberalismo costiano, que supuso dos cosas al mismo tiempo: una crítica del liberalismo doctrinario en que se basaba la Monarquía restaurada y una defensa de la "Revolución desde arriba".
La fórmula de Costa era novedosa. El mismo la definía con las siguientes palabras: "Yo conservo un Parlamento independiente del supuesto Dictador; instauro al lado de él un Poder Judicial más independiente que el que así se llama ahora, que no es independiente ni es poder; acentúo la personalidad del Municipio, declarándole soberano para todo lo suyo."
Pero es en lo Social donde Costa realiza sus declaraciones de principios más "Ibéricas", pues ni Marx, que poco debía conocer de gastronomía española, dijo aquello de que: "La libertad sin garbanzos no es libertad", y "el que tiene la llave del estómago, tiene la llave de la conciencia".
Esto significaba un neo-liberalismo garante de la soberanía popular y no la mera declaración formal de principios que suele hacer el Liberalismo de corte clásico.
¿QUÉ SIGNIFICÓ LA GENERACIÓN DEL 98?
El nombre de "generación del 98" es una etiqueta aceptada por el uso literario para designar el grupo de autores que sufrieron un fuerte impacto histórico y psicológico como consecuencia del llamado "desastre".
El 98 fue el movimiento que tomó el testigo abierto por los regeneracionistas, y su eje central ideológico fue el problema nacional y sus juicios sobre España y lo español. Esa búsqueda la realizan desde la rebeldía, con un inconformismo de base que parte tras las raíces de la Patria, afanándose en encontrarlas en sus continuos viajes por las tierras, los pueblos, las ciudades y sus viejos monumentos.
Las dos preocupaciones máximas de la Generación del 98 eran:
A) Encontrar y restablecer el Alma de España, y
B) Fundamentar un sentido a la Vida, darle un sentido.
Todos muestran un entrañable amor a España, pero, por lo menos al principio, nadie acepta su tradición, lo que les lleva a buscar una imagen de España distinta de la consagrada por los tópicos. La auténtica alma de España no es, según ellos, la que se manifestó en las grandes gestas o en los ideales de la época de los Austrias.
La Generación del 98, a través del estudio del paisaje, de la literatura y de la historia de España, llega a un nuevo concepto del alma y de la vida patria. Y consideran esto como un mero punto de partida. Lo importante, el destino, era lograr una fórmula que les diera un sentido de la vida, en su acepción más universal. Así lo afirmaba Unamuno:
"Lo que el pueblo español necesita es … tener un sentimiento y un ideal propios acerca de la vida y de su valor."
Sobre el pensamiento del 98 pesa una losa de prejuicios ideológicos que han minusvalorado, e incluso despreciado, el mensaje de todo un renacimiento del pensar español. Con frecuencia estas críticas han venido del campo materialista, en su vertiente marxista. El porqué es fácil; la Generación del 98 representa una clave de regeneración nacional en sentido idealista, y con unas bases filosóficas que chocaban abiertamente con la concepción del mundo del entonces pujante ya marxismo.
El Profesor Francisco Javier González Martín (5) ha comentado sobre esta cuestión que en si en la Europa de entonces triunfa la materia sobre la idea, en España triunfa la idea sobre la materia. Y que uno de los mejores exponentes de este fenómeno es el discurso de "El Quijote" acerca del Humanismo de las Armas y de las Letras. Poesía, mística, aventura y una concepción caballeresca, aristocrática o de hidalguía se contraponen a La ética protestante y al espíritu del capitalismo estudiada por Max Weber.
No es ningún atrevimiento el afirmar que el pensamiento del 98 constituye ahora mismo un fuerte y sólido pertrecho para el siglo venidero que se nos presenta en clave de lucha cultural y con claros exponentes del resurgimiento de lo sagrado.
Todas las ideas, los sentimientos de aquella generación, sin duda alumbraron a muchos españoles de entonces, y a su luz e influencia se intentaron, con fracasos, en algunos casos sonados, diversas soluciones políticas.
Estoy pensando, con ello, en el período del General Primo de Rivera, (que, por cierto, contó con la colaboración entusiasta de la U.G.T.), en el sueño republicano de 1931, y en aquél novedoso intento poético y apasionante de la primera Falange del 33.
Tiempo después, la grandilocuencia y la ostentosidad teatral de un régimen artificialmente mantenido durante cuarenta años, terminó por difuminar y llevar al cajón del olvido el sueño de esa "Otra España". Esa España que no estuviera invertebrada, con predominio de los empeños culturales. La España de la economía más para las necesidades del pueblo que para el lucro de la gran finanza. Una España, en fin, aristocrática y social, arraigada en su Cultura y defensora de la diversidad. Esa España está por conquistar y, por ello, la generación del 98 deviene, con el paso de este tiempo decadente, plenamente actual.
MITOLOGÍA DEL 98
Una cuestión muy significativa en la que quisiera detenerme unos instantes, es en el origen geográfico de los miembros del 98. Fijemos en nuestra mente un mapa de España, y situemos los siguientes nombres:
— Azorín: Levante
— Machado: Sevilla
— Baroja: Guipúzcoa
— Unamuno y Maeztu: Vizcaya
— Valle-Inclán: Galicia
— Menéndez Pidal: La Coruña
Todos ellos, desde la periferia de España, descubren y provocan un Mito Fundacional: CASTILLA.
Y con el mito de Castilla, como génesis de España, una Figura: EL QUIJOTE.
El Héroe castellano, lo sitúa en el Cid Campeador, a quien adscriben los valores de una ética personal e Ibérica: Valentía, Lealtad, Honradez, Entereza, Piedad, Arrogancia, etc.
Menéndez Pidal logró restaurar la figura del Cid como símbolo de Castilla, primero, y como expresión de la unidad Nacional, después.
Para Ganivet, D. Quijote es el Ulises español, un ser que idealiza cuanto toca y en quien aparece personificado el individualismo español.
El mito de la España ideal nos lleva al sentimiento de la España imperfecta e inacabada. Baroja decía que "La obra de España es hermosa, pero hay que coronarla, y no está coronada."
Ganivet propugna, para conseguir esa España ideal, la interiorización, y parafraseando el lema agustiniano dice: "Noli foras ire; in interiore Hispaniae habitat veritas".
En todos estos autores latía un profundo españolismo, nacido desde la periferia, como nunca desde entonces se ha vuelto a sentir en toda una generación de intelectuales. Un españolismo que llevaba a Pío Baroja a expresar esta confesión, tan simple pero tan anhelada hoy en muchos momentos:
"Tengo normalmente la preocupación de desear el mayor bien para mi país, pero no el patriotismo de cuentos. Yo quisiera que España fuera el mejor país del mundo, y el País Vasco el mejor rincón de España."
En todos los autores del 98 vemos un deseo de interiorización en nuestra Historia y en nuestros mitos, en aquello que nos hace reconocernos como españoles cuando miramos atrás.
Ese empeño es de gran importancia en quien desee, hoy, plantar cara al Nuevo Orden Mundial de Clinton y el etílico Yeltsin. Sólo se producirá una fractura en el corsé financiero e ideológico que nos han impuesto si comenzamos a tomar conciencia de qué somos, quiénes hemos sido, y nos proyectamos hacia lo que queremos ser. Y en ese combate es fundamental que exista lo que Mircea Eliade llamaba mito fundacional, una estructura, una figura poético-histórico-religiosa que cumpla esa función antigua y tradicional de "re-ligare", de unión en lo horizontal y vertical y que vertebre todo un proyecto colectivo.
LA INFLUENCIA DE NIETZSCHE
Dentro del pensamiento y mitología de la Generación del 98 existe una Figura cuya importancia e influencia ha sido de notabilísima importancia, pues introdujo su savia en todas las plumas. Hablamos de Federico Nietzsche.
El genial pensador alemán pertrechó de nervio y de vida a los intelectuales de aquel momento, frente a la laxitud y desidia del pueblo ante uno de los eternos problemas patrios: la corrupción.
Esa corrupción administrativa que parece perseguir la historia de España fue muy acentuada en los finales del pasado siglo; ello produjo en la Generación del 98 un inequívoco desdén hacia la clase política que Azorín, en "La Voluntad", expuso brillantemente:
"No hay cosa más abyecta que un político: un político es un hombre que se mueve mecánicamente, que pronuncia inconscientemente discursos, que hace promesas sin saber que las hace, que estrecha manos a personas a quienes no conoce, que sonríe siempre con una estúpida sonrisa automática…"
Este desdén por la Política, que con frecuencia se extendía al mismo sistema democrático, es en realidad un rechazo al ambiente de ramplonería y penuria espiritual que ven a su alrededor, traducido frecuentemente en un "cambio de valores" que nos recuerda el postulado nietzscheano de la "transmutación de los valores."
Nietzsche es, con su filosofía, la más profunda inspiración de la Generación del 98. De él heredaron algunos de los temas que van a constituir referencias constantes y reiteradas de su producción literaria:
— El Eterno Retorno.
— Su actitud religiosa ante el Cristianismo.
— La valoración de la Vida y de la Voluntad frente a la Razón y la Ciencia.
— Sus criterios estéticos y sociales.
— Su Moral de la Fuerza.
— Su defensa y exaltación de la Guerra.
— La predilección por el Super-Hombre, ya sea bajo la figura ganivetiana de Pío Cid, el Cristo-Quijote de Unamuno, el "Caballero de la Hispanidad" de Maeztu, o el César Moncada de Baroja.
Pero será en Pío Baroja donde el pensamiento y la concepción del mundo del pensador alemán arraigue con más fuerza. En 1901 le conoció personalmente, y de sus conversaciones con él, en el Monasterio de El Paular, surgió la novela "Camino de perfección".
De la obra de Baroja surge un torrente de Fuerza y de Vida que exalta el ánimo del lector que queda inmerso en la luz nórdica que emanan sus pensamientos:
"En el fondo no hay más que un remedio, y un remedio individual: la acción. La acción es todo, la vida, el placer.
Convertir la vida estática en vida dinámica; éste es el problema.
La lucha siempre, hasta el último momento."
Es en "César o Nada" donde resume su idea de regeneración patria:
"Este brío español que en sus dos impulsos, espiritual y material, dio nuestro país a la Iglesia —institución no sólo extraña, sino contraria a nosotros—, debía intentar España hoy en beneficio de sí misma. La obra de España debería ser el organizar el individualismo extrarreligioso.
Somos individualistas; por eso, más que una organización democrática, federalista, necesitamos una disciplina férrea de militares.
Planteada esa disciplina, debíamos propagarla por los países afines, sobre todo por Africa. La democracia, la República, el Socialismo, en el fondo no tienen raíz en nuestra tierra. Familias, pueblos, clases se pueden reunir con un pacto; hombres aislados, como somos nosotros, no se reúnen más que por la disciplina.
Además, nosotros no reconocemos prestigios, ni aceptamos con gusto ni rey, ni gran sacerdote, ni gran mago.
Lo único que nos convendría es tener un Jefe…para tener el gusto de devorarlo."
Baroja vió la Cultura como una GUERRA contra la decadencia y la debilidad burguesa. En sus "Divagaciones sobre la cultura" (1920) llega a escribir: "Los españoles hemos sido grandes en otra época, amamantados por la guerra, por el peligro y por la acción; hoy no lo somos. Mientras no tengamos más ideal que el de una pobre tranquilidad burguesa, seremos insignificantes y mezquinos.
Hay que atraer el rayo, si el rayo purifica; hay que atraer la guerra, el peligro, la acción, y llevarlos a la cultura y a la vida moderna."
El carácter nietzscheano de Baroja se dibuja con claridad en "Paradox, Rey":
"La moralidad no es más que la máscara con que se disfraza la debilidad de los instintos. Hombres y pueblos son inmorales cuando son fuertes."
Otro autor del 98 marcadamente influido por el pensador alemán es Azorín, que desde posturas anarco-libertarias abogó por la desaparición del capitalismo. De ahí evolucionaría a un individualismo favorable a las soluciones políticas de fortaleza histórica.
La corrupción y la decadencia españolas aumentaron esa influencia de Nietzsche, y provocaron, como ha estudiado González Sobejano (6), alegaciones de Fe:
"Fe en la autoridad enérgica y unificadora, contrapuesta al caciquismo y a los desordenes del sistema parlamentario; Fe antigua en Azorín y aumentada al contacto con Nietzsche, en cuyas ideas, con mayor o menor margen de error, hubieran de ver muchos españoles un incentivo para su ideal político."
Otro español del 98 profundamente influido por Nietzsche es Ramiro de Maeztu. Pero, en general, en todos ellos, hay que señalar la significativa evolución que experimentaron sus pensamientos políticos. La mayoría apuestan de inicio, por el socialismo o por el anarquismo, en su peculiar versión ibérica. Y van evolucionando hacia caminos de fuerte individualismo, aumentando su Fe en soluciones enérgicas, pero sin olvidarse, en ningún momento, de la preocupación social.
Yo soy de la opinión, de que nuestra Generación del 98 fue una avanzada en el tiempo a lo que en la Europa de entreguerras, de los años 20, significaron las conocidas "Revoluciones Conservadoras", en sus manifestaciones culturales, y de las cuales la Alemana tiene mayor significación europea por la profundidad de su significado y proyección histórica.
Se pueden encontrar puntos en común, incluso de origen. Tanto en España, como en la Revolución Conservadora Alemana, se parte de un desastre militar y de una situación interna caótica. Y en ambos casos, los sucesos políticos posteriores llegaron incluso a dar con la cárcel o muerte de sus componentes. Recordemos en España a Maeztu o a Machado, y en Alemania a Niekisch o Jünger.
Del mismo modo que dentro de ambas corrientes no existió la homogeneidad, al existir diversas tendencias, la comparación entre ambas tampoco es unívoca, pero sí permite establecer puntos de conexión en común que las une para el proyecto colectivo de la resurrección de Europa como potencia.
Puntos de Unión:
1) Eterno Retorno. En ambas corrientes se percibe la historia desde una perspectiva esférica, por oposición a la concepción lineal común.
2) Nihilismo y Regeneración. Se tiene la consideración de vivir en un interregno, de que el viejo orden se ha hundido, pero el nuevo todavía no es visible.
3) Creencia en el individuo que lleva a propugnar un sobrehumanismo aristocrático y una concepción jerárquica de la Sociedad.
4) Renovación religiosa. La Revolución Conservadora Alemana tuvo un carácter marcadamente pagano, esta sensibilidad no fue ajena en España, como es el caso de Azorín y Baroja. Y de signo diferente, marcadamente católica, en el caso de Maeztu.
5) Lucha contra el espíritu burgués. Las adversas condiciones militares y la gran corrupción administrativa, como reacción el nacimiento de un espíritu aguerrido y fuerte para barrer viejas actitudes.
6) Comunitarismo. Se busca una referencia en la historia popular para dar vida a nuevas formas de convivencia. Esa Comunidad del Pueblo no obedecería a principios constitucionales clásicos ni mecanicistas, sino a leyes orgánicas.
7) Nuevas formas de Estado. Alemanes y españoles, con diferencias en el tiempo, rechazaron las formas políticas al uso y propugnaron un decisionismo y el establecimiento de la soberanía económica como garantía de efectiva Libertad.
¿QUÉ NOS QUEDA DEL 98? ¿PARA QUÉ NOS SIRVE HOY EL 98?
Muchos han sido los que, con mayor autoridad intelectual que yo, han contado en lo literario y en lo filosófico lo que fue la Generación del 98 en España. No tratemos, pues, de mimetizar discursos ni de dar lecciones de historia, ya que no era ésa mi intención cuando hoy me he sentado a hablaros.
Sí puede ser interesante reflexionar sobre la herencia de esa forma de pensar la vida y de pensar a España, y si todo ello nos puede servir para mejorar nuestra existencia ahora y en los años venideros.
No cabe duda que muchos de los rasgos estéticos, de las afirmaciones de los autores del 98 nos suenan ya con otra música, con un ritmo que ya no es de ahora. Pero, hay que contestar con una afirmación cuando sentimos esa nueva forma de encarar la Vida que Baroja, Azorín, Maeztu o Unamuno nos propusieron.
El sentir de España de Costa, o de Picavea o de Ganivet, lleva consigo semillas de un futuro que está todavía por venir, porque representa una actitud gallarda, sencilla, noble y caballeresca de organizar la convivencia en este pueblo bendecido y maltratado por el Destino.
Todos sabemos ya que el Mundo no se divide en dos polos irreconciliables, y que, tras 1989, un Nuevo Orden se ha ido imponiendo a lo que hubiera sido la organización de la diversidad en otras circunstancias.
Sabemos igualmente que Derecha e Izquierda no son más dos manifestaciones de un mismo fenómeno igualitario y nivelador, y que en aras, al llamado cínicamente "progreso económico", se está dejando sin empleo a millones de hombres y mujeres en Europa.
Urge, por tanto, reflexionar sobre qué nos pasa, por qué nos pasa, y cómo podríamos evitar lo que nos pasa. En ello, el pensamiento del 98 es un acicate, un ejemplo de análisis de la realidad desde una posición de beligerancia espiritual.
En un mundo que quiere empequeñecerse, que quiere organizarse en único Supermercado, la búsqueda del arraigo, la afirmación de la propia identidad cultural y la defensa de la soberanía histórica es un derecho que hemos de ejercer desde todas las tribunas que nos sean brindadas.
Porque hoy, lejos de haber llegado al tan discutido "Fin de la Historia", las sociedades occidentales contemplan el enfrentamiento de concepciones del mundo muy diversas en relación con los problemas sociales y políticos de nuestro tiempo; la polémica afecta a los fundamentos jurídicos y filosóficos de ideales tales como la libertad, la justicia y la igualdad.
Desde hace algunos años se discute, en distintos foros, sobre los límites del individualismo frente a los derechos de la comunidad popular. Ha surgido desde la misma entraña del Liberalismo Mundialista, en EE.UU. una polémica de honda trascendencia entre liberales clásicos y comunitaristas. Estos últimos defienden la primacía de la comunidad frente a los exacerbados derechos del individuo como sujeto de derecho. Derechos que han llevado a primar sobre identidades colectivas y garantías de supervivencia de culturas autóctonas.
Este discurso que en Occidente parece novedoso, por su compleja formulación jurídica, no lo es tanto en el campo filosófico, pues viene a ofrecer un rostro posmoderno de la antigua polémica entre nominalistas y universalistas. Polémica que tiempo después Nietzsche convirtió en el alumbramiento de una nueva visión aristocrática de la existencia, en detrimento de aquéllas que, bajo la excusa de ser "morales", arrasan con la diferencia.
Nuestros pensadores del 98 son la toma de conciencia de una España decadente e injusta y la propuesta de un futuro mejor. Fueron dignos herederos y continuadores de la tradición regeneradora que Costa inició. Esta corriente regeneradora ha aparecido y se ha ocultado en España, como el Guadiana.
En el reciente "tempo" político inaugurado, se advierte una intención que se dice "reformista". Tenemos otra muestra de esa tendencia, aunque pecaré de pesimista si os digo que poco regeneracionismo cabe en estos momentos si no transformamos antes la conciencia cultural de todo un pueblo.
Hace cien años se planteó una grave crisis en España: la de la idea misma de su supervivencia. Hoy, en 1996, cercano ya ese aniversario, nuestro sistema de convivencia respira enfermo porque España está dejando de ser la Patria que hemos conocido. Ello nos obliga a una tarea de enorme trabajo para saber qué España vamos a transmitir a nuestros hijos. Para Joaquín Costa, el problema de España era un problema de educación:
"Un artículo de la Constitución declara que todo español está obligado a defender la patria con las armas en la mano, y lo que ahora hay que decir es que todo español está obligado a servir y defender la patria con los libros en la mano…España tiene que encerrarse en la escuela y en la Universidad como en un nuevo claustro materno… y no salir hasta que se haya dado una cabeza nueva."
Sabemos que nuestro trabajo es más difícil y menos lucido que el del mitinero de turno o el poltronero de ocasión, pero en el Proyecto Aurora nos sentimos ilusionados porque es una tarea, una Empresa, una idea, a la que merece la pena consagrar la existencia.
Nuestra batalla, que es la vuestra, no se libra en los Parlamentos, ni en la calle, ni en Bruselas. Es un combate espiritual que se ha de librar con el espíritu numantino, con la espartanidad de un centurión, pero con la esperanza de encontrar no muy tarde los trozos perdidos de la espada del Almirante Cervera, y fundirlos en una sola pieza, en el amanecer luminoso y Hesperial de una nueva Iberia.
NOTAS
(1) José Javier Esparza Torres, "De la España del 78 a la del 98", Razón Española, 61, IX-1993.
(2) Arnold J. Toynbee, "Estudio de la Historia", Compendio I/IV, Alianza Editorial, p. 363.
(3) José Luis Martínez Sanz, "Los Proto-Regeneracionistas".
(4) Pedro Laín Entralgo, "España como problema", Madrid, 1956, p. 110.
(5) Francisco Javier González Martín, "El problema filosófico de la europeización de España en 1898".
(6) González Sobejano, "Nietzsche en España", Madrid, 1971.

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