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Identidad y Comunidad

Liberalismo

Francis Parker Yockey

El liberalismo es uno de los más importantes subproductos del racionalismo y sus orígenes e ideología deben ser claramente expuestos.

El período de "Ilustración" de la historia occidental que se inició después de la contrareforma puso cada vez más énfasis en el intelecto, la razón y la lógica según iba desarrollándose. A mediados del siglo XVIII esta tendencia produjo el racionalismo. El racionalismo consideraba todos los valores espirituales como sujetos suyos y procedió a evaluarlos desde el punto de vista de la razón. La lógica inorgánica es la facultad que los hombres han utilizado siempre para resolver problemas de matemáticas, ingeniería, transporte, física y en otras situaciones no evaluables. Su insistencia en la identidad y el rechace de, la contradicción son útiles en actividades materiales. También producen satisfacción material en asuntos de pensamiento puramente abstracto, como las matemáticas y la lógica, pero si se llevan demasiado lejos se convierten en meras técnicas, simples presunciones cuya única justificación es empírica. El fin, del racionalismo es el pragmatismo, el suicidio de la razón.

Esta adaptación de la razón a problemas materiales es causa de que todos los problemas se conviertan en mecánicos cuando son analizados a "la luz de la razón", sin ningún aditamento místico de pensamiento o tendencia de ninguna clase.

Descartes estudió a los animales como si fueran autómatas, y aproximadamente una generación más tarde, el mismo hombre era racionalizado como un autómata, o, igualmente como un animal. Los organismos se convirtieron en problemas de química y física, y los organismos suprapersonales simplemente dejaron de existir, pues no pueden someterse a la razón al no ser visibles ni mensurables. Newton proporcionó al universo de las estrellas una fuerza no espiritual auto-regulada; el siguiente siglo arrebató el espíritu al hombre, a su historia, y a sus asuntos.

La razón detesta lo inexplicable, lo misterioso, la media luz. En un problema práctico de maquinaria o de construcción de buques, uno debe sentir que todos los factores se encuentran bajo su conocimiento y control. Nada debe quedar fuera de previsión y control. El racionalismo, que es el sentimiento de que todo está sujeto a la razón. y es explicable por ésta, rechaza todo lo que no es visible ni calculable. Si una cosa no puede ser verdaderamente calculada, la razón meramente dice que los factores son tan numerosos y complicados que el cálculo es imposible desde un punto de vista práctico, pero no lo hace imposible desde un punto de vista teórico. Así, la razón tiene también su voluntad de poder; lo que no se somete a ella es declarado recalcitrante, o su existencia es simplemente negada.

Cuando volvió su mirada hacia la historia, el racionalismo creyó ver en ella una tendencia hacia la razón. El hombre "energía" durante varios milenios, luego "progresaba" desde la barbarie y el fanatismo hasta la Ilustración, desde la "superstición" hasta la "ciencia", desde la violencia hasta la "razón", desde el dogma hasta la crítica, desde la oscuridad hasta la luz. Ya no más cosas invisibles, no más espíritu, no más alma, no más Dios, no más iglesia y Estado. Los dos polos del pensamiento son "el individuo” y “la humanidad". Todo lo que los separe es "irracional".

Esa costumbre de llamar irracionales a las cosas es, de hecho, correcta. El racionalismo debe mecanizarlo todo, y lo que no puede ser mecanizado es, por necesidad, irracional. Así, toda la historia se convierte en irracional: sus crónicas, sus procesos, su fuerza secreta, el destino. El mismo racionalismo, como subproducto de una cierta etapa en el desarrollo de una gran cultura, es también irracional. Por qué el racionalismo sigue una fase espiritual, por qué ejercita su breve predominio, por qué se desvanece una vez más dentro de la religión... esas preguntas son históricas, luego irracionales.

El liberalismo es racionalismo en política. Rechaza al Estado como organismo y solamente puede concebirlo como resultado de un contrato entre individuos. El objeto de la vida no tiene nada que ver con los Estados, ya que estos no tienen una existencia independiente. Así la "felicidad" del individuo llega a ser el objeto de la Vida. Bentham formuló esta idea colectivizándola de la manera más vasta posible, con la frase "la mayor felicidad para el mayor número". Si un rebaño de animales pudiera hablar utilizaría este eslogan contra los lobos. Para la mayoría de humanos, que no son más que material para la historia y no actores en el escenario de la misma, "felicidad" significa bienestar económico. La razón es cuantitativa, no cualitativa, y así convierte al hombre medio en "el hombre". El "hombre" es algo que necesita alimentos, vestidos, hogar, vida social y familiar, y ratos libres. La política, a veces, exige el sacrificio de la vida por cosas invisibles. Esto va "contra la felicidad” y no debe existir. La economía, en cambio, no va "contra la felicidad” sino que casi coincide con ella. La religión y la iglesia desean interpretar la totalidad de la vida basándose en cosas invisibles, militando, de esta manera, contra la "felicidad". La ética social, por otra parte, asegura el orden económico, promocionando, así, la "felicidad".

Aquí, el liberalismo encuentra sus dos polos de pensamiento: la economía y la ética. Corresponden al individuo. y a la humanidad. La ética, naturalmente, es puramente social, materialista; si la vieja ética se conserva sus antiguos fundamentos metafísicos se abandonan, y se promulga como un imperativo social, no religioso. La ética es necesaria para mantener el orden necesario como marco de la actividad económica. Dentro de esa marco, no obstante, el “individuo" debe ser "libre". Este es el gran grito del liberalismo, "libertad". El hombre no es más que sí mismo, y no está ligado a nada, excepto por propia elección. Así "la sociedad" es la "libre" asociación de hombres y grupos. Por consiguiente el Estado es contrario a la libertad, es obligación, es violencia. La iglesia es esclavitud espiritual.

Todas las cosas en el terreno espiritual fueron transmutadas por el liberalismo. La guerra fue transformada, ya en una competición vista desde el polo económico, ya en una diferencia ideológica, vista desde el polo ético. En vez de la mística alternativa rítmica de la guerra y la paz, sólo ve la concurrencia perpetua de competencia o contraste ideológico, que en ningún caso puede devenir hostil o sangriento. Desde un punto de vista ético, el Estado se convierte en sociedad o humanidad; desde el económico, en un sistema de producción y comercio. La voluntad de cumplir una finalidad política se transforma en la realización de un programa de “ideales sociales" en el plano ético, y de cálculo en el plano económico.
Éticamente hablando, el poder se convierte en propaganda, y en reglamento, hablando económicamente.

La más pura expresión de la doctrina del Liberalismo fue probablemente la de Benjamín Constant. En 1814 publicó sus ideas sobre el “progreso" del "hombre".

Consideró a la Ilustración del siglo XVIII con sus tendencias intelectuales e humanitarias como los simples preliminares de la verdadera liberación, la del siglo XIX. La economía, la industria y la técnica representaban los "medios, de la libertad.

El racionalismo era el aliado natural de esa tendencia. Feudalismo, reacción, guerra, violencia, Estado, política, autoridad... todo fue superado por la nueva idea, suplantado por la razón, la economía, la libertad, el progreso y el parlamentarismo.

La guerra, al ser violenta y brutal era irracional, y fue reemplazada por el comercio, que es inteligente y civilizado. La guerra es condenada desde todos los puntos de vista: económicamente hablando es una derrota, incluso para el vencedor. Las nuevas técnicas bélicas -la artillería- convierten al heroísmo personal en algo sin sentido, y así el encanto y la gloria de la guerra se van del brazo de su utilidad económica. En tiempos pretéritos, los pueblos belicosos subyugaban a los pueblos mercantiles, pero esto ya no sucedía así. Ahora los pueblos mercantiles emergían como los dueños de la tierra.

Un momento de reflexión demuestra que el liberalismo es enteramente negativo. No es una fuerza formativa sino siempre, y exclusivamente, una fuerza desintegradora. Desea destronar a las autoridades gemelas de la Iglesia y el Estado, substituyéndolas por la libertad económica y la ética social. Sucede que las realidades orgánicas no permiten más que dos alternativas: el organismo es fiel a sí mismo, o cae enfermo, es distorsionado y se convierte en presa para otros organismos. Así, la polaridad natural de dirigentes y dirigidos no puede ser abolida sin aniquilar el organismo. El liberalismo nunca tuvo un éxito total en su lucha contra el Estado, a pesar del hecho de que se comprometió en actividades políticas a lo largo de todo el siglo XIX en alianzas con toda clase de fuerzas desintregradoras del Estado. Así, hubo Nacional-Liberales, Social-Liberales, Libres Conservadores, Liberal-Católicos. Incluso se aliaron con la democracia, que no es Liberal, sino irresistiblemente autoritaria cuando está en el poder. Simpatizaron con los anarquistas cuando las fuerzas de la Autoridad intentaron defenderse contra ellos.

En el siglo XX el liberalismo se alió con el bolchevismo en España, y los liberales europeos y americanos simpatizaron con los bolcheviques rusos.

El liberalismo sólo puede ser definido negativamente. Es una mera crítica, no una idea viva. Su gran palabra "libertad" es una negación: de hecho, significa libertad contra la autoridad, es decir, desintegración del organismo. En sus últimas consecuencias produce atomismo social, en el cual no solamente es combatida la autoridad del Estado, sino incluso la autoridad de la comunidad y la familia. El divorcio tiene el mismo rango que el matrimonio, los hijos que los padres. Este constante pensamiento negativo engendró activistas políticos como Marx, Lorenz von Stein y Ferdinand Lasalle que, para desesperación de los liberales, utilizaron el liberalismo como vehículo político. Sus actitudes fueron siempre contradictorias, siempre en busca de un compromiso. Siempre buscó lanzar a la democracia contra la monarquía, a los empresarios contra los obreros manuales, al Estado contra la sociedad al poder legislativo contra el judicial. En una crisis, el liberalismo como tal nunca apareció. Los liberales se pusieron siempre a uno u otro lado de una contienda revolucionaria, según la consistencia de su liberalismo y su grado de hostilidad hacia la autoridad.

De manera que el liberalismo en acción fue exactamente tan político como cualquier Estado. Obedeció a la necesidad orgánica por sus alianzas políticas con grupos e ideas no-liberales. A pesar de su teoría del individualismo, que lógicamente excluiría la posibilidad de que un hombre o un grupo pidiera a otro hombre o grupo el sacrifico o riesgo de su vida, apoyó ideas "anti-liberales" como la democracia, el socialismo, el bolchevismo, el anarquismo, todas las cuales exigen el sacrificio de la vida.


II

Partiendo de su antropología de la verdad básica de la naturaleza humana en general, el racionalismo engendró el enciclopedismo del siglo XVIII, la Franc-Masoneria, la democracia y el anarquismo, así como el liberalismo, cada uno con sus diversas variantes. Cada uno desempeñó su papel en la historia del siglo XIX y, a causa de la distorsión crítica de toda la civilización occidental motivada por las dos primeras Guerras Mundiales, incluso en el siglo XX, donde el racionalismo se encuentra grotescamente fuera de lugar lentamente se transformó en irracionalismo.

El cadáver del liberalismo no había sido aún enterrado a mediados del siglo XX. Por consiguiente, todavía es preciso diagnosticar la seria enfermedad de la civilización occidental como Liberalismo complicado con envenenamiento extranjero.

Como el liberalismo considera a la mayoría de los hombres como razonables o buenos, se deduce que deberían ser libres para hacer lo que quisieran. Como no existe ninguna unidad superior a la cual se sientan ligados y cuya vida supra-personal domine las vidas de los individuos, todo campo de la actividad humana sólo se sirve a sí mismo - siempre y cuando no desee convertirse en autoritario - y permanece dentro del marco de la "sociedad". Así, el arte deviene "el arte por el arte, l´Art pour l´Art. Todas las zonas del pensamiento y la acción devienen igualmente autónomas. La religión se convierte en mera disciplina social, ya que trascender ese concepto significa asumir autoridad. La ciencia, la filosofía, la educación, sólo existen para sí mismas, no están sujetas a nada más elevado. La literatura y la técnica poseen idéntica autonomía. La función del Estado consiste simplemente en protegerlas mediante patentes y derechos de autor. Pero, por encima de todo, la economía y el derecho son independientes de la autoridad orgánica, es decir, de la política.

Los lectores del siglo XXI encontrarán difícil de creer que una vez prevaleció la idea de que cada uno debiera ser libre para hacer lo que quisiera en asuntos económicos, aunque su actividad personal causara el hambre de centenares de miles de personas, la devastación de campos y zonas mineras y el debilitamiento del poder del organismo; que fue posible que un individuo se levantara por encima de la débil autoridad pública y dominara, por medios privados, los pensamientos más recónditos de poblaciones enteras, por su control de la prensa, la radio y el drama mecanizado.

Todavía les resultará más difícil que tal persona pudiera recabar y obtener el apoyo de la Ley para materializar su voluntad destructiva. Así, un usurero puede, a mediados del siglo XX, invocar con éxito la ayuda de la Ley para desposeer de su propiedad a campesinos y granjeros. Es difícil de imaginar qué daño mayor podría infringir un individuo a un organismo político que convertir la tierra en polvo en frase del gran Freiherr von Stein.

Pero todo esto se deducía inevitablemente de la idea de la independencia de la economía y el derecho con respecto a la autoridad política. No hay nada más elevado, no hay Estado; sólo hay individuos, unos contra otros. Es perfectamente natural que los individuos económicamente más astutos acumulen en sus manos la mayor parte de la riqueza. Pero, si son auténticos Liberales, no querrán que la autoridad acompañe a esa riqueza, pues la autoridad presenta dos aspectos: poder y responsabilidad. El individualismo, psicológicamente hablando, es egoísmo. "Felicidad" es Egoísmo. Rousseau, el abuelo del liberalismo fue un verdadero individualista, y mandó a sus cinco hijos al asilo de niños expósitos.

El derecho, como campo del pensamiento y la conducta humanas, tiene tanta independencia, y también tanta dependencia como cualquier otro campo. Dentro de su marco orgánico es libre para pensar, idear y organizar su material. Pero, igual que otras formas de pensamiento, puede ser enrolado al servicio de ideas externas.

Así, el derecho, que fue originariamente el sistema de codificar y mantener la paz interna del organismo mediante la conservación del orden y la prevención de disputas privadas, fue transmutado por el pensamiento liberal en un sistema para mantener el desorden interno y permitir a individuos económicamente fuertes liquidar a los más débiles. A esto se le llamó "el gobierno de la Ley", el "Estado Legal" la “independencia del poder judicial”. La idea de utilizar la Ley[33] para convertir en sacrosanto un determinado estado de cosas no fue una invención del liberalismo. Ya en tiempos de Hobbes otros grupos lo intentaron, pero la incorruptible mente de Hobbes patentizó con la máxima claridad que el gobierno de la Ley significaba el gobierno de los que determinan y administran la Ley, que el gobierno de un "orden más elevado" es una frase vacía, y sólo recibe contenido a través del gobierno concreto de determinados hombres y grupos sobre un orden más bajo.

Esto era pensamiento político, cuya finalidad es la distribución y el movimiento del poder. También es política denunciar la hipocresía, inmoralidad y cinismo del usurero que imprudentemente exige el gobierno de la Ley, que significa riqueza para él y pobreza para millones de personas, y todo ello en el nombre de algo más elevado, con validez sobrehumana. Cuando la autoridad resurge contra las fuerzas del racionalismo y la economía procede a demostrar que el complejo de ideales trascendentales con que el liberalismo se equipó a sí mismo es tan válido como el Legitimismo de la era de la monarquía absoluta, y nada más. Los monarcas eran los más fuertes protagonistas del legitimismo, los financieros del liberalismo. Pero el monarca estaba ligado al organismo enteramente y durante toda su vida; él era orgánicamente responsable incluso donde no lo era de hecho. Tal fue el caso de Luis XVI y Carlos I. Incontables monarcas y gobernantes absolutos han debido enfrentarse con su responsabilidad simbólica. Pero el financiero sólo tiene poder pero no responsabilidad, ni siquiera simbólica, porque, por lo general, su nombre es desconocido. La historia, el destino la continuidad orgánica, la fama, ejercen su poderosa influencia sobre un gobernante político absoluto, y, además su posición le coloca enteramente aparte de la esfera de la baja corruptibilidad. El financiero, en cambio, es privado, anónimo, puramente económico, irresponsable. No puede ser altruista en nada; toda su existencia es la apoteosis del egoísmo. No piensa en la historia, en la fama, en la continuidad de la vida del organismo en el destino, y, además, es eminentemente corruptible por medios viles, Ya que su deseo principal es el dinero; dinero y más dinero.

En su contienda contra la Autoridad, el Liberal financiero desplegó una teoría según la cual el poder corrompe a los hombres. Sin embargo, lo que los corrompe es la vasta riqueza anónima, toda vez que en la misma no hay limitaciones supranacionales, tales como poner al verdadero estadista completamente al servicio del organismo político, y colocarle por encima de la corrupción.

Fue precisamente en el terreno de la Economía y el Derecho donde la doctrina Liberal produjo los más destructivos efectos en la salud de la civilización occidental. No importó mucho que la Estética se independizara, ya que la única forma artística en Occidente que todavía tenía un futuro, la Música occidental, no se ocupó de las teorías y continuó su gran curso creador hasta su final en Wagner y sus epígonos. Baudelaire es el gran símbolo de l´art pour l´art: la enfermedad como belleza. Baudelaire es, pues, Liberalismo en literatura, enfermedad como principio de Vida, crisis como salud, morbosidad como vida espiritual, desintegración como propósito. El hombre como individualista, un átomo sin relaciones, el ideal liberal de la personalidad. Fue en el terreno de la acción más que en el del pensamiento donde el daño fue más grave.

Al permitirse que la iniciativa en asuntos económicos y técnicos quedara en manos de individuos sujetos a escaso control político, se creó un grupo cuyos deseos personales eran más importantes que el destino colectivo del organismo y sus millones de habitantes. La ley que refrendaba este estado de cosas estaba completamente divorciada de la moralidad y el honor. Para desintegrar al organismo, toda moral reconocida estaba divorciada de la metafísica y la religión, y sólo se ocupaba de la "sociedad". El derecho penal reflejó la idiosincrasia del liberalismo al castigar los crímenes de violencia, y los pasionales, pero olvidándose incluso de mencionar casos tales como la destrucción de los recursos nacionales, dejando a millones de personas en la miseria, o la usura a escala nacional.

La independencia de la esfera económica fue un dogma de fe para el liberalismo.

Esto no estaba sujeto a discusión. Incluso se ideó una abstracción denominada "hombre económico" cuyas acciones podían ser predichas como si la economía fuera el vacío. La ganancia económica era su única motivación, sólo la codicia le excitaba. La técnica del éxito consistía en concentrarse en las propias ganancias e ignorar todo lo demás. Pero este "hombre económico" era el hombre en general para los Liberales. Él era la unidad de su concepción del mundo. La "Humanidad" era la suma de esos granos de arena económicos.

III

El tipo de mente que cree en la "bondad" esencial de la naturaleza humana advino al liberalismo. Pero hay otra antropología política, que reconoce que el hombre es inarmónico, problemático, dual, peligroso. Esta representa la general sabiduría del género humano, y es reflejada por el número de guardias, vallados, cajas fuertes, cerraduras, cárceles y policías. Toda catástrofe, incendio, terremoto, erupción volcánica, inundación, evoca el saqueo. Incluso una huelga de policías en una ciudad americana fue la señal para el saqueo de las tiendas por los respetables y bondadosos seres humanos.

Así, este tipo de pensamiento parte de los hechos. Esto es pensamiento político en general, opuesto al mero pensar sobre política, o racionalizar. Ni siquiera la gran ola del racionalismo pudo sumergir esta clase de pensamiento. Los pensadores políticos difieren enormemente en creatividad y en profundidad pero están de acuerdo en que los hechos son normativos.

La palabra “teoría" ha sido llevada al descrédito por intelectuales y liberales que la han usado para describir su punto de vista favorito sobre cómo les gustaría que fueran las cosas. En un principio, teoría significó explicación de los hechos. Para un intelectual ignorante en política, una teoría es un fin, para un verdadero político, su teoría es un límite.

Una teoría política busca para encontrar en la historia los límites de lo políticamente posible. Esos límites no pueden ser hallados en el terreno de la razón. La época de la razón nació en un baño de sangre, y pasará de moda a través de más baños de sangre. Con su doctrina contra la guerra, la política y la violencia, presidió las mayores guerras y revoluciones habidas en cinco mil años y desembocó en la época de la política absoluta. Con su evangelio de la hermandad humana, llevó a cabo el hambre provocado en gran escala, la humillación la tortura y el exterminio contra poblaciones de la civilización occidental después de las dos primeras Guerras Mundiales. Al poner fuera de la ley el pensamiento político y convertir la guerra en una contienda moral en vez de una lucha por el poder arrojó en el polvo la caballerosidad y el honor de un milenio. La conclusión de todo ello es que la razón también se convirtió en política cuando entró en el terreno político, aún cuando empleara su propio vocabulario. Cuando la razón arrebataba un territorio a un enemigo vencido después de una guerra, lo llamaba "desanexión". El documento que consolidaba la nueva posición era llamado "Tratado" aun cuando hubiera sido dictado en medio de un bloqueo por hambre. El derrotado enemigo político debía admitir en el "Tratado" que él era el único "culpable" de la guerra, que no estaba moralmente preparado para poseer colonias, que sus soldados fueron los únicos en cometer "crímenes de guerra". Pero por complicado que fuera el disfraz moral, por consistente que fuera el vocabulario ideológico, no era más que política, y la época de la política absoluta vuelve de nuevo a la clase de pensamiento político que parte de los hechos, reconoce el poder y la voluntad de poder de los hombres y los organismos más elevados como hechos, y considera cualquier tentativa de describir la política en términos morales como sería describir la química en términos teológicos.


Existe toda una tradición del pensamiento político en la cultura occidental, algunos de cuyos principales representantes son Montaigne, Maquiavelo, Hobbes, Leibnitz, Bossuet, Fichte, de Maistre, Donoso Cortés, Hippolyte Taine, Hegel, Carlyle. Mientras Herbert Spencer describía la historia como el "progreso" desde la organización militar-feudal, hasta la comercial-industrial, Carlyle enseñaba a Inglaterra el espíritu prusiano del socialismo ético, cuya superioridad interna debería ejercer sobre toda la civilización occidental en la venidera edad política una transformación igualmente fundamental que la que ejerció el capitalismo en la edad económica. Esto era pensamiento político creador, pero desgraciadamente no fue comprendido, y la ignorancia resultante permitió que influencias distorsionadoras arrojasen a Inglaterra a dos Guerras Mundiales sin sentido, de las que emergió arruinada y con casi todo perdido.

Hegel propuso un desarrollo en tres etapas de la humanidad desde la comunidad natural, a través de la burguesía hasta el Estado. Su teoría del Estado es profundamente orgánica, y su definición del burgués es completamente apropiada para el siglo XX. Para él el burgués es el hombre que no desea abandonar la esfera de la seguridad política interna, que se sitúa a sí mismo, con su sagrada propiedad privada, como un individuo contra la totalidad, que encuentra un substitutivo para su nulidad política en los frutos de la paz, en sus posesiones y en la perfecta seguridad de su gozo, y que, por consiguiente, desea dispensarse del coraje y permanecer seguro contra la posibilidad de una muerte violenta. Con estas palabras, Hegel describe al verdadero liberal.

Los pensadores políticos mencionados no gozan de la popularidad de las grandes masas de seres humanos. Mientras las cosas marchan bien, la mayoría de la gente no desea hablar de luchas por el poder, de violencias, de guerras, o de teorías relativas a ello. Así, por ejemplo, en los siglos XVIII y XIX se puso en boga la actitud de que los pensadores políticos - y Maquiavelo fue la primera víctima - eran hombres malvados, atávicos, sedientos de sangre. La simple aseveración de que siempre habrían guerras bastaba para describir al que lo decía como una persona que quería que las guerras continuaran. Llamar la atención sobre el vasto e impersonal ritmo de la guerra y la paz era prueba de poseer una mente enferma, con deficiencias morales y corrupción emocional. Describir los hechos fue considerado como desearlos e incluso crearlos. En el mismo siglo XX todo el que denunciara la nulidad política de las "ligas de naciones" era un profeta de la desesperación. El racionalismo es anti-histórico; el pensamiento político es historia aplicada. En la paz es impopular mencionar la guerra; en la guerra es impopular mencionar la paz. La teoría que más rápidamente llega a ser popular es la que enaltece las cosas existentes y la tendencia que se supone que ilustran como la mejor, predeterminada por toda la historia previa. Así, Hegel fue anatema para los intelectuales a causa de su orientación estatal, que hizo de él un "reaccionario", y también porque rehusó unirse a la muchedumbre revolucionaria.

Como la mayoría de la gente desea oír solamente soporíferas charlas sobre política, que no exijan llamadas a la acción, y como en condiciones democráticas a la técnica política le interesa lo que a la mayoría de la gente le gusta oír, los políticos democráticos desplegaron en el siglo XIX una dialéctica completa de política partidista. La idea consistía en examinar el terreno de la acción desde un punto de vista "desinteresado", moral, científico o económico, y descubrir que el oponente era inmoral, anticientífico, antieconómico... de hecho, que era político. Esto era algo diabólico que debía ser combatido. El punto de vista propio era enteramente "no político". La palabra política era un término de reproche en la edad económica. No obstante, curiosamente, en ciertas situaciones generalmente relacionadas con asuntos exteriores la palabra “impolítico" podía ser también un término despreciativo, significando que el hombre así descrito carecía de habilidad negociadora. El político partidista debía también fingir desgana en aceptar el cargo. Finalmente, una demostración cuidadosamente preparada de la "voluntad popular" vencía su resistencia, y consentía en aceptarlo en acto de "servicio". A esto se le llamó maquiavelismo, pero evidentemente Maquiavelo fue un pensador político, y no un experto en "camouflages". Un político partidista no escribiría un libro como "El Príncipe" sino que elogiaría a toda la especie humana, exceptuando a ciertas gentes perversas: Los oponentes del autor.

De hecho, el libro de Maquiavelo es defensivo en su tono, justificando políticamente la conducta de ciertos estadistas citando ejemplos extraídos de las invasiones extranjeras de Italia. En el siglo en que vivió Maquiavelo, Italia fue invadida en diferentes ocasiones por franceses, alemanes, españoles y turcos. Cuando las tropas revolucionarios francesas ocuparon Prusia y unieron los sentimientos humanitarios de los Derechos del Hombre con brutalidades y robos en gran escala, Hegel y Fichte tributaron de nuevo a Maquiavelo el respeto debido como pensador.
Él representaba un medio de defensa contra la chusma armada con ideología humanitaria. Maquiavelo mostró el verdadero papel desempeñado por los sentimientos verbales en política. Uno puede decir que existen tres actitudes posibles con respecto a la conducta humana, al evaluar sus motivaciones: la sentimental, la realista y la cínica. La sentimental atribuye un motivo bueno a todo el mundo; la cínica un motivo malo, y la realista simplemente se ocupa de los hechos. Cuando un sentimental, es decir, un liberal, se ocupa de política se convierte forzosamente en un hipócrita. La última consecuencia de esa hipocresía crea el cinismo. Una parte de la enfermedad espiritual que siguió a la Primera Guerra Mundial fue una oleada de cinismo que surgió de la transparente, asquerosa e increíble hipocresía de los hombrecillos que se hallaban en los puestos de mando en esa época. Maquiavelo, en cambio, poseía un intelecto incorruptible y no escribió su libro en un espíritu cínico. El sólo deseó plasmar la anatomía de la política con sus peculiares tensiones y problemas, internos y externos. Para la fantástica enfermedad mental del racionalismo, los hechos duros son cosas lamentables, y hablar de ellos es crearlos. Un politiqueo, del tipo Liberal incluso intentó prohibir hablar de la Tercera Guerra Mundial, tras la Segunda. El liberalismo es, en una palabra, debilidad. Quiere que cada día sea un cumpleaños, y la vida una larga fiesta. El movimiento inexorable del tiempo, el destino, la historia, la crueldad de la realización, la energía, el heroísmo, el sacrificio, las ideas suprapersonales: he aquí el enemigo. El liberalismo es una evasión de la dureza hacia la blandura, de la masculinidad hacia la feminidad, de la historia hacia el pastoreo de los rebaños, de la realidad hacia los sueños herbívoros, del destino hacia la felicidad. Nietzsche, en su última y principal obra, designó al siglo XVIII como el siglo del feminismo y denunció a Rousseau como líder de la evasión masiva de la realidad. El mismo feminismo, ¿qué es, sino un medio para feminizar al hombre? Si hace a las mujeres iguales a los hombres, sólo lo consigue al transformar primeramente al hombre en una criatura que únicamente se preocupa por su economía personal y por su relación con la "sociedad" es decir, una mujer. La "sociedad" es el elemento de la mujer, es estática y formal, sus contiendas son puramente personales, y se ven libres de la posibilidad del heroísmo, y la violencia. Conversación, no acción; formalismo, no hechos. ¡Cuán diferente es la idea de rango si se usa en un asunto social o si se aplica en un campo de batalla! Ahí depende del hado, mientras en el salón es vano y pomposo. Una guerra se lleva a cabo por control, mientras que las contiendas sociales están inspiradas por la vanidad femenina y por los celos y tienden a demostrar que uno es "mejor" que otro.

Y, sin embargo, ¿que hace, finalmente el liberalismo con la mujer?: la viste con uniforme y la llama "soldado". Esta ridícula hazaña no sirve más que para ilustrar el eterno hecho de que la historia es masculina, de que sus austeras exigencias no pueden ser escamoteadas, que las realidades fundamentales son irrenunciables y no pueden dejarse de lado ni siquiera con la ayuda del más elaborado artificio. El manosear de los liberales con la polaridad sexual sólo sirve para desatar la cólera en las almas de los individuos, confundiéndolos y distorsionándolos, pero el hombre-mujer y la mujer-hombre que crea están ambos, sujetos al más alto destino de la historia.

[Extraido de Imperium (1948) de Francis Parker Yockey (Traducción de Joaquín Bochaca), Ediciones Bausp, 1976]

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