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Identidad y Comunidad

¿Qué es la identidad de los pueblos?

Juan Carlos Arroyo González
(Artículo publicado en el Boletín n.4, 1997)

Sin duda alguna la cuestión de la Identidad cultural es uno de los temas pendientes de este fin de siglo, y una de las ideas centrales sobre las que girará el debate intelectual y político del próximo milenio.

No es de ninguna manera una cuestión que se haya planteado por primera vez en nuestra época, sino que indudablemente ha consituido un fenómeno constatable a lo largo de los tiempos históricos.Todos los pueblos han conocido una etapa de expansión cultural, de difusión de sus modos de vida y valores, y todos los pueblos también han pretendido en todo momento mantener su peculiaridad, sus formas, su contenido vital y cultural como garantía de su pervivencia en la historia, cuestión además paralela-y no excluyente-a un proceso de simbiosis con otros contextos culturales.

Pero lo que caracteriza esos otros momentos históricos del presente, es la dimensión que toma el problema cultural en nuestras sociedades. Una dimensión que no se reduce a continentes y lugares geográficos determinados, sino que toman el cariz de mundial, global, y por tanto total.

La cuestión de la Identidad se plantea cuando entran en contacto-pacífico o violento-grupos humanos de muy distinto origen étnico y cultural, y que se han visto en la necesidad de desplazarse buscando nuevas tierras, mejores climas, en definitiva, mejores condiciones de vida.

La diferencia reside en que la emigración o inmigración de los Pueblos se ha convertido hoy en una "cuestión política" y que al estar sometida a los dictados de los intereses ideológicos y económicos, pierde, en su análisis, toda objetividad llenandose de cargas subjetivas y pasionales.

Ésto es justamente lo que, en gran medida, ha ocurrido con el fenómeno de la inmigración hacia Europa, ya que su tratamiento informativo en los medios de comunicación, ha resaltado el dramatismo sensacionalista en detrimento de las causas y problemática de fondo de la inmigración.

La identidad es, por definición, la cualidad de lo idéntico, pero en un mundo en constante evolución, donde la realidad tiende hacia una constante diversificación, lo "idéntico" puede resultar un concepto equívoco y más bien habría que hablar de afinidades y no de igualdades.

El análisis de la Identidad ha ido parejo con dos cuestiones culturales y sociales de plena actualidad.

En primer lugar la mundialización y standardización del patrón cultural occidental-o lo que se entiende hoy dia por occidental-ha dado lugar a una abierta actitud de rechazo de otros pueblos ante el temor de ver una tradición secular absorbida por valores radicalmente distintos a los suyos, y cuyo resultado radicará en su mayor o menor capacidad de respuesta. Evidentemente el peligro de desaparición de culturas practicamente "testimoniales" (caso de las tribus del Amazonas y el Orinoco por poner un ejemplo) es inmensamente mayor que el de enclaves culturales "disidentes" y de gran fuerza ideológica como es el Islam.

En segundo lugar los fenómenos migratorios que han ocurrido en las últimas décadas, migraciones realizadas desde paises en vias de desarrollo (de subdesarrollo más bien) a los paises industrializados del norte, ha puesto sobre la mesa el problema-aparte de la pobreza y el hambre-de las características culturales, nacionales, étnicas, etc., tanto de las poblaciones emigradas como de las autóctonas.

Esta situación ha despertado un debate social e intelectual en el seno de la sociedad europea que va desde el planteamiento de la asimilación igualitaria de los inmigrantes, a posiciones que ponen en cuestión la viabilidad de la sociedad multicultural y los peligros de disolución de las identidades culturales que puede suponer.

Ámbas manifestaciones han dado lugar a posiciones radicales entre los partidarios de un cosmopolitismo nivelador que sostiene una abierta defensa del mestizaje (cultural, étnico) y la actitud de sectores xenófobos que defienden mediante la violencia la exclusión social de los inmigrantes. Sin embargo la integración no es una cuestión que afecte en cuanto a sus resultados finales a la población autóctona, sino que implica de igual manera a la población recién llegada. Sin ir más lejos el caso de los inmigrantes norteafricanos en Francia, es un ejemplo;su oposición a la idea de la asimilación cultural contraria al mantenimiento de sus tradiciones(como la conocida polémica sobre el velo de las niñas musulmanas en las escuelas), ha desembocado incluso en abiertas críticas contra las asociaciones antirracistas del país vecino.

Una sociedad en crisis.

El debate sobre la xenofobia y la xenofilia esconde una realidad más profunda en la que radica la disgregación social que viven las sociedades humanas del fin de este milenio. Sin duda la pérdida de unos referentes culturales claros, de unos valores tradicionales, la sustitución de un comunitarismo social por la idea de una sociedad de masas anónima, la extensión del "modo de vida" norteamericano, constituyen las notas esenciales que definen el momento actual en una perspectiva social y cultural.

El individualismo que informa la sociedad occidental desde la Revolución Francesa, la primacia de la técnica como garante del bienestar social, el consumismo como único estímulo social, el poder de las élites económicas y políticas, son las claves para entender los cambios sociales que han ocurrido en las últimas décadas, cambios que han incidido en una mayor desestructuración de las sociedades, donde las relaciones interpersonales se miden en términos puramente contractuales. La desorientación de las masas, alienadas de su pasado y carentes de un futuro cierto, han creado episodios de violencia social de las cuales han sido en parte víctimas los inmigrantes.

Hablando en propiedad, habría que decir que el fenómeno de la inmigración ha sido el revulsivo que ha mostrado a "Occidente" su propia decadencia como civilización y como rector del mundo, si se me permite utilizar la terminología de Spengler. Lo que hoy conocemos como civilización occidental no tiene absolutamente nada que ver con los orígenes: aquella extraordinaria, fecunda y tolerante cultura pagana de griegos, romanos o celtas. Realmente Occidente es el resultado final de la soberbia del pensamiento ilustrado, de aquel racionalismo totalitario que pretendía ser universal, del mito del progreso ilimitado.

La alteridad, la vista del "otro", ha hecho que nos demos cuenta de este auténtico "desarme cultural" en que vive Europa. La pérdida de una Identidad, no por la venida de gentes de otros paises, sino por el olvido de una Tradición propia. La comparación entre culturas, con vistas a sentar nuestra propia diferenciación, no ha resistido la prueba.

El arraigo.

Ante todo la Identidad colectiva no puede ser definida en términos de exclusión o
marginación del otro, sino de reencuentro con uno mismo. De igual manera no puede ser entendida como algo inmutable, invariable, que resiste todos los cambios, sino como un contenido vivo que se renueva constantemente, aceptando y enriqueciéndose con el entorno, pero a la vez manteniendo su peculiaridad. Es una circunstancia perfectamente histórica que se evidencia en el contacto entre los Pueblos y la perduración de su idiosincrasia.

Así la Identidad vendría marcada por la existencia de una tensión y equilibrio entre un factor de permanencia y un factor de cambio, factores que, más que diverger en direcciones opuestas, suponen presupuestos necesarios para la pervivencia de las realidades culturales de los pueblos.

En efecto, todo cambio cultural sería-o debería ser-no la pérdida de una Tradición
originaria como conjunto de costumbres, leyes o visión del mundo, sino la adecuación de una manera de ser a un determinado momento histórico. Es por ello que el concepto de Identidad englobaría estabilidad y dinamismo a la vez. Todo proceso de cambio parte del núcleo mismo de toda cultura como un reflejo adaptativo.

Aferrarse por tanto a la "originalidad" de una realidad cultural, supone conducirla a un camino sin salida, a una via muerta. Lo contrario, es decir, la necesidad de buscar "fuera" un estímulo, un patrón, que haga posible un cambio cultural, puede suponer a la larga la destrucción de la Identidad propia. Es éste el dilema al que se enfrentan las culturas minoritarias, "atrasadas" y, en diferente medida, las culturas "civilizadas" aquejadas de mala conciencia por un pasado de imperialismo colonial.

El arraigo por tanto supone el proceso de aprehensión y transmisión constante de los contenidos vivenciales que hacen que un pueblo, nación o étnia se definan como una Identidad diferenciada. Y ese arraigo se presenta tanto con más fuerza, cuanto que se quiere revalorizar o recuperar esa Identidad.

Es por eso que el próximo milenio se nos aparece marcado por el signo del deseo del hombre de buscar su Identidad. Ahora que la aldea global nos amenaza con convertirnos a todos en esclavos de las multinacionales;que los medios de (des)información pretenden convencernos de que seamos idénticos consumidores globales;cuando quieren presentarnos como sociedad ideal lo que no es más que un agregado masificado de individuos dominados por intereses individualistas, ahora, digo, es necesario que llegue la hora de los Pueblos.

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