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Identidad y Comunidad

El antiglobalismo de derecha

Marcello Veneziani

Si te fijas en ellos, los anti-G8 son la izquierda en movimiento: anarquistas, marxistas, radicales, católicos rebeldes o progresistas, pacifistas, verdes, revolucionarios. Centros sociales, monos blancos, banderas rojas. Con el complemento iconográfico de Marcos y del Ché Guevara. Luego te das cuenta de que ninguno de ellos pone en discusión el Dogma Global, la interdependencia de los pueblos y de las culturas, el melting pot y la sociedad multirracial, el fin de las patrias. Son internacionalistas, humanitarios, ecumenistas, globalistas. Es más: cuanto más extremistas y violentos son, más internacionalistas y antitradicionales resultan.

O sea, que cuanto más se oponen a la globalización, más comparten su meta final. Por lo demás, el Manifiesto de Marx y Engels es un elogio total de la globalización, a cargo de la burguesía y del capital, que rompe los vínculos territoriales y religiosos, étnicos y familiares, y libera de la tradición. Y en las cumbres anteriores, los presidentes de los países más industrializados eran casi todos de tendencia progresista y provenían del 68, desde Clinton a nuestros propios líderes, que soñaban con transformar el G8 en un coalición de izquierdas planetaria. Todos optimistas del G8.

¿Dónde están entonces los verdaderos enemigos de la Globalización? Están en la derecha, queridos amigos. Allí, no sólo desde hoy, se combate el mundialismo y el internacionalismo, la muerte de las identidades locales y nacionales. Si es verdad, como sostienen muchos pensadores, que la próxima alternativa será entre el universalismo y el particularismo, entre globalidad y diferencias, entre cosmópolis y comunidad, entonces el antagonista de la globalización está en la derecha. Con los conservadores y los nacionalistas, con los tradicionalistas y los antimodernos, pero también en el ámbito de la nueva derecha de Alain de Benoist y de Guillaume Faye, y de los movimientos localistas y populistas.

Hay una rica literatura de derecha que hace tiempo critica radicalmente la globalización y sus consecuencias: el dominio de la técnica y de la economía financiera en detrimento de la política y de la religión. Es en la derecha donde se reúne la respuesta populista a las oligarquías transnacionales. Es en la derecha donde las tradiciones se oponen a la sociedad global sin raíces. Es en la derecha donde se teme la imposición de un pensamiento único y de una sociedad uniforme, y se denuncia la globalización como un mal en sí mismo; mientras, en la izquierda, se denuncia que la globalización no extiende sus beneficios economicos a la humanidad sino sólo a unos pocos. O sea, que no se denuncia su efecto de desarraigo sobre las culturas tradicionales y sobre las identidades, sino sólo que no vaya unida a la globalización de los derechos humanos.

En Génova, pues, se consuma una paradoja: unos pocos hombres de derecha, entre agricultores, artesanos y tradicionalistas, se opondrán al G8 de modo débil y marginal pero con propósitos fuertes y radicales. Y mucha gente de izquierda se opondrá de modo vistoso y radical a una globalización que en el fondo comparte. En Génova la maldición de Colón golpea a la inversa: él zarpó para las Indias y descubrió América, éstos sueñan con un mundo nuevo pero descubren las viejas Indias

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