Los Indoeuropeos. La memoria de Europa
José Javier Esparza
Todos los pueblos tienen mitos. Los mitos construyen pueblos. Los mitos estructuran mentalidades: dan a los pueblos cohesión cultural y les disponen para la conquista de su futuro. Cuando los mitos desaparecen, los pueblos mueren espiritualmente; ya nada les une, no se ve una procedencia común -luego deja de verse un futuro común. Los mitos no desaparecen con las "Luces"; sencillamente, unos mitos (los de las "Luces") suplantan a otros mitos (los originarios, los fundadores). Hoy Europa ha perdido sus mitos. ¿Encontrará su futuro? Sólo podrá encontrarlo si contempla su más antiguo pasado. Ese pasado es indoeuropeo. Los indoeuropeos no son un mito: existieron. Pero en sus mitos cabe encontrar el sustrato común que estructura las mentalidades europeas. Aún hoy. ¿Mañana?
El Mito y la Memoria
El profesor Dumézil escribe: "El país que ya no tenga leyendas -dice el poeta- está condenado a morir de frío. Es harto posible. Pero el pueblo que no tuviera mitos, ese pueblo estaría ya muerto" (1). Y es célebre el aforismo de Nietzsche: el hombre de más larga memoria es el de mayor futuro. La memoria de los pueblos es el mito. Cuando se pierde el mito, la memoria se disuelve y la actitud ante el futuro se reduce a un mero esperar. Esperar, ¿qué?: una muerte dulce. ¿Y no es éste el caso de Europa? Europa ha olvidado sus mitos. Revitalizarlos exige poner en perspectiva el pasado. Ese pasado, para los pueblos de Europa, sólo puede encontrarse en el origen fundador de su cultura: la gran matriz indoeuropea. Pero desvelar esa matriz implica eliminar buen número de prejuicios de nuestros contemporáneos. Prejuicios contra el mito y prejuicios contra lo indoeuropeo.
¿El mito? La modernidad ha denostado siempre los mitos, considerándolos simples supercherías para almas primitivas. Sin embargo, hace ya algunos años que se revaloriza el mito; hoy se ha "descubierto" que el mito tiene una función social definitoria. Esa función, según Dumézil, consiste en "expresar dramáticamente la ideología de que vive la sociedad, mantener ante su conciencia no solamente los valores que reconoce y los ideales que persigue de generación en generación, sino ante todo su ser y su estructura mismos, los vínculos, los equilibrios, las tensiones que la constituyen; justificar, en fin, las reglas prácticas tradicionales sin las cuales todo lo suyo se dispersaría" (2). Es decir, que el mito no es el "cuento", no es la superchería; es la magia (en el sentido en que la entiende Sánchez Dragó), es el conjunto de valores que pueden estructurar a perpetuidad la cultura de un pueblo y que, aunque se olviden de vez en cuando, pueden siempre volver. Europa debe reencontrar (re-crear) sus mitos.
Y los indoeuropeos. Gran prejuicio de la sociedad occidental. Y prejuicio antiguo. En primer lugar, porque lo indoeuropeo se opone a la vieja tesis de la procedencia semito-camítica de toda civilización. En segundo término, porque, a raíz de que el pangermanismo monopolizara lo indoeuropeo (produciendo consecuencias que todos conocemos y de las que resulta ocioso hablar), el término "indoeuropeo" despierta infaliblemente numerosos fantasmas políticos e ideológicos. Hoy es ridícula cualquiera de las dos posturas. La primera, porque las más recientes investigaciones en historia y en arqueología confirman la existencia de poblaciones europeas con cultura autóctona evolucionada previas a los primeros contactos con el Oriente Medio; ejemplifican este punto las investigaciones del arqueólogo británico Colin Renfrew (3). En cuanto al prejuicio político, es ridículo porque nadie puede atribuirse exclusivamente el patrimonio indoeuropeo; todos los europeos somos, al menos parcialmente, de origen indeoeuropeo; la cultura europea pertenece a portugueses y alemanes, a latinos, a hindúes e irlandeses... Nada tan miserable como culpabilizar la memoria de un pueblo por estrechas motivaciones políticas. Y sería un buen ejercicio intelectual averiguar quién es el interesado en culpabilizar la memoria de Europa.
Decía Castelar en una famosa frase: "Los pueblos que olvidan la historia de sus antepasados, decaen miserablemente; porque pierden, con la gratitud, la memoria, y, con la memoria, la ciencia". Los mitos fundadores, la memoria de Europa, están en los indoeuropeos. Sumergirse en ellos, estudiarlos, interpretarlos, significa abrir los oídos a la llamada de nuestros más antiguos antepasados.
Los indoeuropeos
Como se sabe, "Indoeuropeo" es en origen un término lingüístico que nació cuando se publicaron, en el siglo XIX, los trabajos de Franz Bopp, Alexander von Humboldt y Jakob Grimm sobre el estudio comparado de los sistemas lingüísticos de las principales hablas europeas (salvo el húngaro, el finés, el vasco y el lapón). A partir de una correlación de forma, este método comparativo, por medio de una operación de equivalencia análoga a los cálculos de proporción aritméticos, deduce un parentesco que plantea la necesidad lógica de un origen común; es decir, la existencia de una "lengua madre" para las "lenguas hijas" europeas. Sucesivamente, se estableció la gramática, la sintaxis y el léxico del indoeuropeo común. Y si había un lenguaje indoeuropeo, habría un pueblo indoeuropeo -o varios pueblos, como parecen indicar todos los datos. Como escribe Pedro Bosch Gimperá, "se considera a partir de entonces la existencia de un pueblo primitivo (el Urvolk de la escuela alemana), cuyo territorio (Urheimat) se sitúa con frecuencia en Asia, que hablaba una lengua originaria (Ursprache), fuente de los dialectos de los cuales derivarán las lenguas indoeuropeas históricas" (4).
¿Cuál es ese Urheimat, el territorio original? A partir del vocabulario se puede saber que los pueblos indoeuropeos vivían en "zonas templadas, más húmedas que secas y más frías que calientes" (5), o en "una región templada, boscosa y continental" (6). Esa región ha sido situada en diversos lugares, pero hay tres tesis fundamentales sobre el origen de los indoeuropeos. La primera es la del origen asiático, formulada por Max Müller en 1888 y seguida por H. dArbois de Jubainville, Keary y Ripley; hoy no es defendida por nadie. La segunda tesis propone un origen nórdico o germánico, basándose en las características físicas que los textos antiguos atribuyen a los indoeuropeos; el territorio original estaría entre los mares Báltico y del Norte, ya fuera en Lituania (7), en el norte de Alemania y Escandinavia meridional (8) o en Alemania Central (9). La tercera propuesta, defendida entre otros por Gordon Childe y Bosch Gimperá, cree encontrar el territorio indoeuropeo original en Europa central o Rusia meridional (10). Otros autores tratan de conciliar las dos últimas tesis (11). En definitiva, como resume Alain de Benoist, "el hogar primitivo podría situarse en una zona circunscrita entre el Elba y el Vístula, que se extiende hasta Jutland por el norte y hasta los Cárpatos por el sur" (12).
En ese núcleo originario vivieron los pueblos indoeuropeos, que según Bosch Gimperá aparecen étnicamente en el mesolítico y arqueológicamente a inicios del neolítico. En el segundo neolítico -siempre según Bosch Gimperá- son ya semisedentarios y se produce una explosión demográfica que transformaría la vida social. Vendrá entonces la dispersión, que tendrá lugar en dos olas migratorias: la primera hacia -2.200 y la segunda hacia -1.250. Los indoeuropeos se expanden por los cuatro puntos cardinales. Hacia el este, crearán las sociedades iraní y védica, el imperio Hitita y el reino de los llanos de Anatolia; el sur lo ocuparán los griegos y los latinos; el centro, los celtas y los germanos; hacia el norte ocuparán Escandinavia. A España llegaron en la ola migratoria del Oeste, la misma que cruzó Francia y alcanzó las islas Británicas; J. Carlos Alonso ha sostenido la influencia indoeuropea en Tartessos (13); Sánchez Dragó nos recuerda la insistencia, en la arqueología española, de elementos como la escritura ógmica, las svásticas o los dólmenes -de no ser que éstos tuvieran ascendencia "atlante", lo que nos abre un tema que podremos tocar en otra ocasión (14); el mismo Sánchez Dragó refiere la teoría de Roso de Luna (indemostrable, pero también irrefutable) acerca de la invasión del Bierzo por indoescitas y parsis nada menos que "en época pre-diluvial" (15); y la herencia indoeuropea no se olvidó durante cierto tiempo, a juzgar por los motivos ornamentales que adornan nuestros códices medievales -y en particular un "Beato" del siglo XI en el que las alas de cuatro ángeles sirven al artista para formar una de esas espirales crucíferas y laberínticas que con tanta frecuencia aparecen en los jeroglifos, runas o dibujos de inspiración céltica o nórdica (16). Por otra parte (y ya fuera de España), Hans Jansen ha avanzado la tesis de que pueblos indoeuropeos han influido en los "reinos bárbaros" del norte de China, lo que coincide con la sugerencia de Dumézil de que pudieron haber contactos entre indoeuropeos del este y japoneses en Siberia Oriental. Pero aún hay más. A principios de este siglo, el hindú Bal Gangadhar Tilak formuló un "origen ártico" de los indoeuropeos basándose en los libros sagrados védicos; de este origen ártico provendría la mítica hiperbórea, la leyenda del "país de las largas noches" y la Blanca Isla de Thule (17).
Esta tesis es, si no corroborada, al menos parcialmente confirmada por un trabajo de los investigadores soviéticos G. M. Bongard-Levin y E.A. Grantovskij, que fundamentándose en argumentos astronómicos y geográficos, y en estudios sobre el modo de vida y la etnología de los "pueblos de la Taiga", defienden una estancia prolongada de un grupo indoeuropeo hacia -3000, grupo del cual saldrían los Shaka de la India y los Escitas (18).Como se ve, es imposible hacer una sucesión cronológica coherente ante la cantidad de datos contradictorios (y sin embargo, ciertos) que se nos ofrece.
¿Cómo pensaban y cómo vivían los indoeuropeos? Todo lo que de ellos sabemos se debe a los estudios comparativos sobre los textos hindúes, griegos, latinos, irlandeses y escandinavos. Basándose en Jean Haudry y Mircea Eliade, Eugenio Gil ha definido la religión indoeuropea con siete notas características: politeísta, pluralista, no-proselitista, no-dogmática, abierta y dinámica, comunitaria, y mítica en cuanto saber y estilo de explicación del mundo. A partir de los estudios actuales sabemos que la religión prefiguraba la estructura social y política, generalmente patriarcal, donde el rey era elegido por sus iguales de entre los jefes de familia (o de "genos") y controlado por la asamblea de jefes familiares; un sistema que podría definirse como "aristo-democracia". Todo ello conduce hoy a la certeza de que los pueblos indoeuropeos no eran un conjunto de tribus dispares a las que sólo unía una cierta similitud lingüística, sino que se trataba de pueblos con una estructura mental específica, con una concepción particular del hecho religioso, de la sociedad, de la soberanía, de las relaciones entre los hombres y los dioses, y con una teología, una liturgia, una poesía y una literatura épica comunes. En definitiva, una "ideología" común que ha sido redescubierta en este siglo por Georges Dumézil. Dumézil no emplea el término "ideología" en el sentido "ilustrado" de la palabra (construcción mental abstracta de un orden utópico), sino que con él trata de designar la "visión-del-mundo" de un conjunto humano determinado. A esta acepción nos remitimos. Así, la ideología indoeuropea será la concepción según la cual el mundo y la sociedad no pueden vivir si no es por la colaboración armoniosa de las tres funciones superpuestas de soberanía, fuerza y fecundidad.
Dumézil y los estudios indoeuropeos
Fue en la primavera de 1938 -cuenta Dumézil- cuando, después de tres lustros de tanteos penosos, reconocí las grandes correspondencias que impelen a atribuir a los indoeuropeos, antes de su dispersión, una teología compleja, constituida en torno a la estructura de las tres funciones de soberanía, fuerza y fecundidad" (20). En otros términos: la primera función es la administración de lo sagrado, del poder y del derecho; la segunda función es la administración de la fuerza física, y muy frecuentemente la guerra; la tercera función es la fecundidad, la producción y la abundancia material.
Georges Dumézil, a quien Claude Levi-Strauss atribuye "una organización mental de capacidades fabulosas, cuyo secreto no se esperaría hallar más que en sus genes, faena que la ciencia biológica desalentaría en el acto" (21), nació en 1898 y desde muy joven se consagró al estudio de los indoeuropeos. Sus méritos tardaron mucho en ser reconocidos; sus investigaciones sólo llegaban a un reducido círculo de especialistas hasta que en el invierno 1972-1973 la prestigiosa revista NOUVELLE ECOLE le dedicó un número especial elaborado bajo la responsabilidad del profesor Jean-Claude Riviere (22). Esto aumentó el campo de interés sobre Dumézil, que finalmente ingresó en la Academia Francesa en 1979. Hoy se reconoce a Dumézil como el principal exponente de la Escuela denominada "Nueva Mitología Comparada". Pero su obra trasciende la mitología para entrar en la lingüística, la sociología, la historia de las religiones y la historia en general. Sus primeros seguidores, aparte del citado Riviere, fueron Chr. Guyonvarch, F. Le Roux, L. Gerschel, A. Yoshida; además destacan Puhvel (que le dió a conocer en los Estados Unidos), Grisward (que introdujo la epopeya medieval en el campo de los estudios indoeuropeos) y Batany (cuyo artículo en ANNALES, en 1963, inspiró el libro de Duby De las tres funciones a los tres estados).
Entre las principales aportaciones de Dumézil, y al margen de las que afectan a la metodología de las Ciencias Sociales (de las que nos ocupamos en un anexo en este artículo), el profesor Riviere cita dos que nos parecen particularmente importantes. En primer lugar, la constatación de que los indoeuropeos no son tribus primitivas, como defendía el etnosociólogo norteamericano F. Boas, sino "representantes de una civilización evolucionada, con una ideología que implica una visión original del mundo humano y divino, poseedores de una organización estructurada de la sociedad, de una literatura épica, de concepciones económicas y jurídicas propias, etc" (23). Por otra parte, la constatación de la pervivencia de la estructura trifuncional, si no como organización real de la sociedad, sí como organización ideal, hasta muy adentrada la época histórica, en celtas, hindúes y escandinavos; constatación a la que se suma el hecho de que todos los pueblos no indoeuropeos que asimilaron textos fundadores indoeuropeos los perdieron o los modificaron hasta el punto de ser casi irreconocibles, como ocurrió con los textos osetas (indoeuropeos) deformados por los abjazes, atars o inguches (no indoeuropeos), ejemplo que plantea el propio Dumézil en la introducción al primer volumen de su Mito y Epopeya (24). Muchas sociedades han visto el modelo social trifuncional como modelo ideal de organización. El esquema tripartito ha sido vivido por japoneses, indios americanos y algunas tribus africanas -que no habían tenido ningún contacto con los indoeuropeos. Pero la peculiaridad indoeuropea consiste en la perfecta adaptación de ese modelo social con el panteón divino, es decir, en la perfecta correspondencia entre la comunidad de los hombres y la comunidad de los dioses. Ambas responden a una misma concepción del universo. El mundo divino prefigura el humano -lo divino está en lo humano, y viceversa. Ningún otro pueblo ha "sistematizado" de tal forma y en tal dirección su idea de la organización del mundo.
Este último punto conduce a Riviere a preguntarse: "¿no será que esa estructura religiosa y social corresponde a una exigencia fundamental de la más profunda mentalidad europea?" (25). Esto significa plantear que la ideología trifuncional constituye una característica inherente a la mentalidad del europeo, una de esas "estructuras latentes" (Batany) que son indisociables del espíritu (de la cultura) de un pueblo, y que se mantienen a través de las generaciones. Lo que nos lleva a pensar en qué medida la ideología trifuncional esclarecida por Dumézil no sería un buen camino para recomenzar a concebir el mundo "en europeo".
¿Actualizar las tres funciones?
Georges Dumézil escribió en una carta a Jean-Claude Riviere: "toda actualización de los indoeuropeos me es ajena". Pero Riviere se pregunta: "¿Está prohibido alimentar una reflexión política a partir de una obra como la de Georges Dumézil? ¿O deberíamos creer que la cultura se limita a glosar ininterrumpidamente textos sagrados revelados de una vez para siempre?" (26). Porque una cosa es tratar de reimplantar hoy las costumbres, organización social y modo de vida indoeuropeos -lo que sería desde luego descabellado- y otra cosa es interrogar el pasado de un pueblo en crisis de identidad (el europeo) para encontrar allí los valores, la cosmovisión que late aún en nuestras mentalidades. En este último sentido, una interpretación de la ideología indoeuropea podría invertir en buena medida la decadencia cultural (la tan traída y llevada "crisis de valores") europea. No se trata de una aplicación política superficial ni a ras de tierra. Cabría hablar de "Gran Política", de acción del pensamiento que abarca, en un sólo movimiento, filosofía, política, historia y religión. Porque de lo que se trata es, en definitiva, de formular a nuestro origen una pregunta capaz de suscitar una respuesta que nos proporcione nuevos útiles de explicación del mundo.
A favor de esta tesis hay diversos argumentos. En primer lugar, está la constatación de que la ideología trifuncional ha estructurado en buena medida la mentalidad europea hasta fechas relativamente recientes. Sirvan de ejemplo los dos fundamentales resurgimientos de la ideología tripartita como propuesta de organización social: el primero, el formulado en la República de Platón, en el siglo -IV (en esa misma Grecia que según algunos había rechazado la herencia indoeuropea: tesis inexacta, como se ve); el segundo, el enunciado en el siglo X por los teóricos de la monarquía de los Capetos, al estructurar la sociedad en "oratores", "bellatores" y "laboratores", estructura que pervivió con más o menos fortuna en toda Europa hasta el siglo XVIII. Estos resurgimientos evidencian la continuidad del modelo ideal tripartito en la conciencia europea. ¿Por qué no podría servir este modelo hoy, adaptándose a la complejidad de las sociedades industriales? He aquí un campo de investigación que puede resultar prometedor. En segundo lugar, en el campo de las hipótesis sociológicas, la idelogía trifuncional podría explicar bastantes patologías sociales. ¿No podrían interpretarse, al menos en parte, las enfermedades sociales modernas en términos de nostalgia de la armonía trifuncional? Otro terreno para roturar. Un tercer grupo de argumentos afecta a las posibilidades de una interpretación histórica retrospectiva. Esta tesis, que ha avanzado Benoist, consistiría en explicar el devenir histórico de los pueblos nacidos de la comunidad indoeuropea primitiva como tendente a la realización de un cierto equilibrio entre las tres funciones, en particular mediante la subordinación de las funciones militar y productora a la función soberana. Las revoluciones burguesas y proletarias serían un avatar de la rebelión de la tercera función.
Esta última tesis de lugar a una nueva interpretación, histórica y política (es a lo que se refería Riviere) de la trifuncionalidad. Las alteraciones históricas estarían directamente relacionadas con la alteración del equilibrio político trifuncional. Estas alteraciones, lejos de ser un producto de la "dialéctica histórica", serían ciertamente nocivas. Tan nociva como la esclerotización de la función soberana sería la subversión de la segunda función, la guerrera, que se ha manifestado tradicionalmente en regímenes militaristas y de la cual los "fascismos" serían un avatar intelectualizado (transposición del poder militar real a la uniformización de la sociedad mediante valores militares). La subversión de la tercera función, la productiva, reuniría las dos características, es decir, el poder efectivo de los criterios económicos (común al liberalismo y al marxismo) y la penetración de los valores mercantiles y productores en todas las capas de la sociedad. Vemos así que de la revolución burguesa a la revolución proletaria no hay más que un paso, y que la segunda ha sido directamente inducida por la primera.
Las alteraciones del equilibrio funcional se manifiestan netamente negativas. Una sociedad regida exclusivamente por valores militares se expone a desangrarse por la herida abierta de la falta de elevación estética y espiritual, y, nacida de la guerra, perecerá en la guerra (como Esparta y como los "fascismos"). Por su parte, una sociedad regida exclusivamente por los factores económicos ("Whatever is good for General Motors is also good for the USA") se expone a caer en su opulencia bajo los golpes de los bárbaros y bajo el auto-suicidio de la mercantilización de toda acción humana. Sólo un equilibrio de las funciones, dirigido por una función soberana, parece socialmente sano. Es decir, sólo la primacía de lo político en tanto que destino de la comunidad (y no en tanto que mera administración) puede armonizar una sociedad por medio del equilibrio jerárquico pero armonioso entre las diversas funciones sociales. En este pensamiento (de nuevo la "Gran Política") se inscriben las actitudes de personajes tan diversos como Carlos I, Lenin, Maurras, Mao y De Gaulle.
Un último argumento a favor de la trifuncionalidad como método de interpretación es propiamente cultural y liga con lo dicho al principio de este trabajo. Si queremos re-pensar el mundo "en europeo", hemos de partir de lo que constituye la herencia intelectual europea: la comprensión tripartita de la sociedad. Volver al origen, interrogar nuestros fundamentos culturales, a nuestra más primitiva conciencia histórica y espiritual, es indispensable si queremos encontrar una solución europea para los siglos venideros. Más allá de las simples relaciones comerciales (tercera función) o de los problemas de defensa conjunta (segunda función). Ese proyecto sólo puede alimentarse en una fuente: la redinamización de nuestro pasado y nuestra historia. Tengamos la memoria larga: la historia es del que se la merece.
Notas:
(1) Dumézil, G. El destino del guerrero, e d. Siglo XXI, México, 1971.
(2) op. cit., pág. 15.
(3) Renfrew, Colin, The Emergence of Civilization. The Cyclades and the Aegean in the Third Millenium B.C., Methuen and Co., Londres, 1972; Problems in European Prehistory, Edinburgh University Press, Edimburgo, 1979; Before Civilization, 1983 (edición francesa: Les Origines de lEurope, Flammarion, Paris, 1983). Hasta el momento no hay edición en castellano de ninguna de estas obras.
(4) Bosch Gimperá, Pedro. Les Indoeuropéens, Payot, París, 1961 (no hay edición española).
(5) Lahovary, N. Les Peuples Européens, La Baconniére, Neuchâtel, 1946.
(6) Geipel, John. LAntrhopologie de lEurope, Laffont, París, 1971.
(7) Tesis defendida por Theodor Poesche en 1878.
(8) Tesis defendida por Karl Penka (Die Herkunft der Arier, 1886), Issac Taylor (1888) y Herman Hirt (Die Urheimat der indogermanen, 1892).
(9) Según el fundador de la revista MANNUS, Gustaf Kossina (1902), N. Lahovary (1946, op. cit.), Paul Thieme (Die Heimt der Indogermanischen Gemeinsprache, 1953) y Ram Chandra Jain (The Most Ancient Arya Society, 1964).
(10) Bosch Gimperá (op. cit., 1961) y Gordon Childe (The Aryans, 1926) siguen la línea trazada en 1890 por Otto Schrader. Otros autores que defienden esta tesis son Georges Poisson (Les Aryens, 1934), Walter Schulz (1935), R.A. Crossland (1957), Giaccomo Devoto (Origini Indoeuropee, 1962) y Marija Gimbutas (1956).
(11) Son sobre todo Ward Goodenough ("Evolution of Pastoralism and Indo-European Origins", en G. Cardona, H.H. Hoenigswald y A. Senn, ed., Indo-European and Indo-Europeans, University of Pensylvania Press, Filadelfia, 1970), Hans Krahe y James P. Mallory ("A Short History of the Indo-European Problem", en JOURNAL OF INDO-EUROPEAN STUDIES, vol. I, 1973, nº 1, Hattiesburg, Mississippi).
(12) Benoist, Alain de. Vu de Droite, Copernic, París, 1979.
(13) Alonso, J.C., Tartessos, ocaso de un día y una noche, Ed. Asociación Independiente, Madrird 1980.
(14) Sánchez Dragó, F. Gárgoris y Habidis, I. Planeta, Barcelona, 1978 (2ª edición, 1985).
(15) op. cit., p. 102.
(16) "Beato de Facundo", fechado en León, 1047. Se conserva en la Biblioteca Nacional de Madrid, vitrina
14.2.
(17) Bal Ganghadar Tilak, The Artic Home in the Vedas, cit. Por Jean Varenne, "Indo-Européens", en rev. NOUVELLE ECOLE, nº 40, Otoño 1983, pp. 115 y ss.
(18) De Escitia a India. Enigmas de la historia de los antiguos arios, Klinscksieck, 1976 (traducido al francés por la Sorbona en 1981).
(19) "Los Indoeuropeos", en rev. FUNDAMENTOS, nº 5, 1985.
(20) Los Dioses de los Germanos, Ed. Siglo XXI, México, 1973.
(21) Levi-Strauss, en respuesta al discurso de ingreso de Dumézil en la Academia Francesa. Los dos textos (el de Dumézil y el de Levi-Strauss) están traducidos y reproducidos en la revista mejicana VUELTA, que dirige Octavio Paz (nº 49, vol. 5, Diciembre 1980).
(22) "Georges Dumézil et les etudes indoeuropéens", NOUVELLE ECOLE, nº 21-22, Invierno 1972-1973.
(23) Riviere, Jean-Claude. "Actualité de Georges Dumézil", en rev. ELEMENTS, nº 32, Noviembre-Diciembre 1979.
(24) Dumézil, G. Mito y Epopeya, I. Seix Barral, Barcelona, 1977.
(25) Riviere, art. cit.
(26) ibid.
[Extraido de la revista Punto y Coma, noviembre-enero, 1987]
Todos los pueblos tienen mitos. Los mitos construyen pueblos. Los mitos estructuran mentalidades: dan a los pueblos cohesión cultural y les disponen para la conquista de su futuro. Cuando los mitos desaparecen, los pueblos mueren espiritualmente; ya nada les une, no se ve una procedencia común -luego deja de verse un futuro común. Los mitos no desaparecen con las "Luces"; sencillamente, unos mitos (los de las "Luces") suplantan a otros mitos (los originarios, los fundadores). Hoy Europa ha perdido sus mitos. ¿Encontrará su futuro? Sólo podrá encontrarlo si contempla su más antiguo pasado. Ese pasado es indoeuropeo. Los indoeuropeos no son un mito: existieron. Pero en sus mitos cabe encontrar el sustrato común que estructura las mentalidades europeas. Aún hoy. ¿Mañana?
El Mito y la Memoria
El profesor Dumézil escribe: "El país que ya no tenga leyendas -dice el poeta- está condenado a morir de frío. Es harto posible. Pero el pueblo que no tuviera mitos, ese pueblo estaría ya muerto" (1). Y es célebre el aforismo de Nietzsche: el hombre de más larga memoria es el de mayor futuro. La memoria de los pueblos es el mito. Cuando se pierde el mito, la memoria se disuelve y la actitud ante el futuro se reduce a un mero esperar. Esperar, ¿qué?: una muerte dulce. ¿Y no es éste el caso de Europa? Europa ha olvidado sus mitos. Revitalizarlos exige poner en perspectiva el pasado. Ese pasado, para los pueblos de Europa, sólo puede encontrarse en el origen fundador de su cultura: la gran matriz indoeuropea. Pero desvelar esa matriz implica eliminar buen número de prejuicios de nuestros contemporáneos. Prejuicios contra el mito y prejuicios contra lo indoeuropeo.
¿El mito? La modernidad ha denostado siempre los mitos, considerándolos simples supercherías para almas primitivas. Sin embargo, hace ya algunos años que se revaloriza el mito; hoy se ha "descubierto" que el mito tiene una función social definitoria. Esa función, según Dumézil, consiste en "expresar dramáticamente la ideología de que vive la sociedad, mantener ante su conciencia no solamente los valores que reconoce y los ideales que persigue de generación en generación, sino ante todo su ser y su estructura mismos, los vínculos, los equilibrios, las tensiones que la constituyen; justificar, en fin, las reglas prácticas tradicionales sin las cuales todo lo suyo se dispersaría" (2). Es decir, que el mito no es el "cuento", no es la superchería; es la magia (en el sentido en que la entiende Sánchez Dragó), es el conjunto de valores que pueden estructurar a perpetuidad la cultura de un pueblo y que, aunque se olviden de vez en cuando, pueden siempre volver. Europa debe reencontrar (re-crear) sus mitos.
Y los indoeuropeos. Gran prejuicio de la sociedad occidental. Y prejuicio antiguo. En primer lugar, porque lo indoeuropeo se opone a la vieja tesis de la procedencia semito-camítica de toda civilización. En segundo término, porque, a raíz de que el pangermanismo monopolizara lo indoeuropeo (produciendo consecuencias que todos conocemos y de las que resulta ocioso hablar), el término "indoeuropeo" despierta infaliblemente numerosos fantasmas políticos e ideológicos. Hoy es ridícula cualquiera de las dos posturas. La primera, porque las más recientes investigaciones en historia y en arqueología confirman la existencia de poblaciones europeas con cultura autóctona evolucionada previas a los primeros contactos con el Oriente Medio; ejemplifican este punto las investigaciones del arqueólogo británico Colin Renfrew (3). En cuanto al prejuicio político, es ridículo porque nadie puede atribuirse exclusivamente el patrimonio indoeuropeo; todos los europeos somos, al menos parcialmente, de origen indeoeuropeo; la cultura europea pertenece a portugueses y alemanes, a latinos, a hindúes e irlandeses... Nada tan miserable como culpabilizar la memoria de un pueblo por estrechas motivaciones políticas. Y sería un buen ejercicio intelectual averiguar quién es el interesado en culpabilizar la memoria de Europa.
Decía Castelar en una famosa frase: "Los pueblos que olvidan la historia de sus antepasados, decaen miserablemente; porque pierden, con la gratitud, la memoria, y, con la memoria, la ciencia". Los mitos fundadores, la memoria de Europa, están en los indoeuropeos. Sumergirse en ellos, estudiarlos, interpretarlos, significa abrir los oídos a la llamada de nuestros más antiguos antepasados.
Los indoeuropeos
Como se sabe, "Indoeuropeo" es en origen un término lingüístico que nació cuando se publicaron, en el siglo XIX, los trabajos de Franz Bopp, Alexander von Humboldt y Jakob Grimm sobre el estudio comparado de los sistemas lingüísticos de las principales hablas europeas (salvo el húngaro, el finés, el vasco y el lapón). A partir de una correlación de forma, este método comparativo, por medio de una operación de equivalencia análoga a los cálculos de proporción aritméticos, deduce un parentesco que plantea la necesidad lógica de un origen común; es decir, la existencia de una "lengua madre" para las "lenguas hijas" europeas. Sucesivamente, se estableció la gramática, la sintaxis y el léxico del indoeuropeo común. Y si había un lenguaje indoeuropeo, habría un pueblo indoeuropeo -o varios pueblos, como parecen indicar todos los datos. Como escribe Pedro Bosch Gimperá, "se considera a partir de entonces la existencia de un pueblo primitivo (el Urvolk de la escuela alemana), cuyo territorio (Urheimat) se sitúa con frecuencia en Asia, que hablaba una lengua originaria (Ursprache), fuente de los dialectos de los cuales derivarán las lenguas indoeuropeas históricas" (4).
¿Cuál es ese Urheimat, el territorio original? A partir del vocabulario se puede saber que los pueblos indoeuropeos vivían en "zonas templadas, más húmedas que secas y más frías que calientes" (5), o en "una región templada, boscosa y continental" (6). Esa región ha sido situada en diversos lugares, pero hay tres tesis fundamentales sobre el origen de los indoeuropeos. La primera es la del origen asiático, formulada por Max Müller en 1888 y seguida por H. dArbois de Jubainville, Keary y Ripley; hoy no es defendida por nadie. La segunda tesis propone un origen nórdico o germánico, basándose en las características físicas que los textos antiguos atribuyen a los indoeuropeos; el territorio original estaría entre los mares Báltico y del Norte, ya fuera en Lituania (7), en el norte de Alemania y Escandinavia meridional (8) o en Alemania Central (9). La tercera propuesta, defendida entre otros por Gordon Childe y Bosch Gimperá, cree encontrar el territorio indoeuropeo original en Europa central o Rusia meridional (10). Otros autores tratan de conciliar las dos últimas tesis (11). En definitiva, como resume Alain de Benoist, "el hogar primitivo podría situarse en una zona circunscrita entre el Elba y el Vístula, que se extiende hasta Jutland por el norte y hasta los Cárpatos por el sur" (12).
En ese núcleo originario vivieron los pueblos indoeuropeos, que según Bosch Gimperá aparecen étnicamente en el mesolítico y arqueológicamente a inicios del neolítico. En el segundo neolítico -siempre según Bosch Gimperá- son ya semisedentarios y se produce una explosión demográfica que transformaría la vida social. Vendrá entonces la dispersión, que tendrá lugar en dos olas migratorias: la primera hacia -2.200 y la segunda hacia -1.250. Los indoeuropeos se expanden por los cuatro puntos cardinales. Hacia el este, crearán las sociedades iraní y védica, el imperio Hitita y el reino de los llanos de Anatolia; el sur lo ocuparán los griegos y los latinos; el centro, los celtas y los germanos; hacia el norte ocuparán Escandinavia. A España llegaron en la ola migratoria del Oeste, la misma que cruzó Francia y alcanzó las islas Británicas; J. Carlos Alonso ha sostenido la influencia indoeuropea en Tartessos (13); Sánchez Dragó nos recuerda la insistencia, en la arqueología española, de elementos como la escritura ógmica, las svásticas o los dólmenes -de no ser que éstos tuvieran ascendencia "atlante", lo que nos abre un tema que podremos tocar en otra ocasión (14); el mismo Sánchez Dragó refiere la teoría de Roso de Luna (indemostrable, pero también irrefutable) acerca de la invasión del Bierzo por indoescitas y parsis nada menos que "en época pre-diluvial" (15); y la herencia indoeuropea no se olvidó durante cierto tiempo, a juzgar por los motivos ornamentales que adornan nuestros códices medievales -y en particular un "Beato" del siglo XI en el que las alas de cuatro ángeles sirven al artista para formar una de esas espirales crucíferas y laberínticas que con tanta frecuencia aparecen en los jeroglifos, runas o dibujos de inspiración céltica o nórdica (16). Por otra parte (y ya fuera de España), Hans Jansen ha avanzado la tesis de que pueblos indoeuropeos han influido en los "reinos bárbaros" del norte de China, lo que coincide con la sugerencia de Dumézil de que pudieron haber contactos entre indoeuropeos del este y japoneses en Siberia Oriental. Pero aún hay más. A principios de este siglo, el hindú Bal Gangadhar Tilak formuló un "origen ártico" de los indoeuropeos basándose en los libros sagrados védicos; de este origen ártico provendría la mítica hiperbórea, la leyenda del "país de las largas noches" y la Blanca Isla de Thule (17).
Esta tesis es, si no corroborada, al menos parcialmente confirmada por un trabajo de los investigadores soviéticos G. M. Bongard-Levin y E.A. Grantovskij, que fundamentándose en argumentos astronómicos y geográficos, y en estudios sobre el modo de vida y la etnología de los "pueblos de la Taiga", defienden una estancia prolongada de un grupo indoeuropeo hacia -3000, grupo del cual saldrían los Shaka de la India y los Escitas (18).Como se ve, es imposible hacer una sucesión cronológica coherente ante la cantidad de datos contradictorios (y sin embargo, ciertos) que se nos ofrece.
¿Cómo pensaban y cómo vivían los indoeuropeos? Todo lo que de ellos sabemos se debe a los estudios comparativos sobre los textos hindúes, griegos, latinos, irlandeses y escandinavos. Basándose en Jean Haudry y Mircea Eliade, Eugenio Gil ha definido la religión indoeuropea con siete notas características: politeísta, pluralista, no-proselitista, no-dogmática, abierta y dinámica, comunitaria, y mítica en cuanto saber y estilo de explicación del mundo. A partir de los estudios actuales sabemos que la religión prefiguraba la estructura social y política, generalmente patriarcal, donde el rey era elegido por sus iguales de entre los jefes de familia (o de "genos") y controlado por la asamblea de jefes familiares; un sistema que podría definirse como "aristo-democracia". Todo ello conduce hoy a la certeza de que los pueblos indoeuropeos no eran un conjunto de tribus dispares a las que sólo unía una cierta similitud lingüística, sino que se trataba de pueblos con una estructura mental específica, con una concepción particular del hecho religioso, de la sociedad, de la soberanía, de las relaciones entre los hombres y los dioses, y con una teología, una liturgia, una poesía y una literatura épica comunes. En definitiva, una "ideología" común que ha sido redescubierta en este siglo por Georges Dumézil. Dumézil no emplea el término "ideología" en el sentido "ilustrado" de la palabra (construcción mental abstracta de un orden utópico), sino que con él trata de designar la "visión-del-mundo" de un conjunto humano determinado. A esta acepción nos remitimos. Así, la ideología indoeuropea será la concepción según la cual el mundo y la sociedad no pueden vivir si no es por la colaboración armoniosa de las tres funciones superpuestas de soberanía, fuerza y fecundidad.
Dumézil y los estudios indoeuropeos
Fue en la primavera de 1938 -cuenta Dumézil- cuando, después de tres lustros de tanteos penosos, reconocí las grandes correspondencias que impelen a atribuir a los indoeuropeos, antes de su dispersión, una teología compleja, constituida en torno a la estructura de las tres funciones de soberanía, fuerza y fecundidad" (20). En otros términos: la primera función es la administración de lo sagrado, del poder y del derecho; la segunda función es la administración de la fuerza física, y muy frecuentemente la guerra; la tercera función es la fecundidad, la producción y la abundancia material.
Georges Dumézil, a quien Claude Levi-Strauss atribuye "una organización mental de capacidades fabulosas, cuyo secreto no se esperaría hallar más que en sus genes, faena que la ciencia biológica desalentaría en el acto" (21), nació en 1898 y desde muy joven se consagró al estudio de los indoeuropeos. Sus méritos tardaron mucho en ser reconocidos; sus investigaciones sólo llegaban a un reducido círculo de especialistas hasta que en el invierno 1972-1973 la prestigiosa revista NOUVELLE ECOLE le dedicó un número especial elaborado bajo la responsabilidad del profesor Jean-Claude Riviere (22). Esto aumentó el campo de interés sobre Dumézil, que finalmente ingresó en la Academia Francesa en 1979. Hoy se reconoce a Dumézil como el principal exponente de la Escuela denominada "Nueva Mitología Comparada". Pero su obra trasciende la mitología para entrar en la lingüística, la sociología, la historia de las religiones y la historia en general. Sus primeros seguidores, aparte del citado Riviere, fueron Chr. Guyonvarch, F. Le Roux, L. Gerschel, A. Yoshida; además destacan Puhvel (que le dió a conocer en los Estados Unidos), Grisward (que introdujo la epopeya medieval en el campo de los estudios indoeuropeos) y Batany (cuyo artículo en ANNALES, en 1963, inspiró el libro de Duby De las tres funciones a los tres estados).
Entre las principales aportaciones de Dumézil, y al margen de las que afectan a la metodología de las Ciencias Sociales (de las que nos ocupamos en un anexo en este artículo), el profesor Riviere cita dos que nos parecen particularmente importantes. En primer lugar, la constatación de que los indoeuropeos no son tribus primitivas, como defendía el etnosociólogo norteamericano F. Boas, sino "representantes de una civilización evolucionada, con una ideología que implica una visión original del mundo humano y divino, poseedores de una organización estructurada de la sociedad, de una literatura épica, de concepciones económicas y jurídicas propias, etc" (23). Por otra parte, la constatación de la pervivencia de la estructura trifuncional, si no como organización real de la sociedad, sí como organización ideal, hasta muy adentrada la época histórica, en celtas, hindúes y escandinavos; constatación a la que se suma el hecho de que todos los pueblos no indoeuropeos que asimilaron textos fundadores indoeuropeos los perdieron o los modificaron hasta el punto de ser casi irreconocibles, como ocurrió con los textos osetas (indoeuropeos) deformados por los abjazes, atars o inguches (no indoeuropeos), ejemplo que plantea el propio Dumézil en la introducción al primer volumen de su Mito y Epopeya (24). Muchas sociedades han visto el modelo social trifuncional como modelo ideal de organización. El esquema tripartito ha sido vivido por japoneses, indios americanos y algunas tribus africanas -que no habían tenido ningún contacto con los indoeuropeos. Pero la peculiaridad indoeuropea consiste en la perfecta adaptación de ese modelo social con el panteón divino, es decir, en la perfecta correspondencia entre la comunidad de los hombres y la comunidad de los dioses. Ambas responden a una misma concepción del universo. El mundo divino prefigura el humano -lo divino está en lo humano, y viceversa. Ningún otro pueblo ha "sistematizado" de tal forma y en tal dirección su idea de la organización del mundo.
Este último punto conduce a Riviere a preguntarse: "¿no será que esa estructura religiosa y social corresponde a una exigencia fundamental de la más profunda mentalidad europea?" (25). Esto significa plantear que la ideología trifuncional constituye una característica inherente a la mentalidad del europeo, una de esas "estructuras latentes" (Batany) que son indisociables del espíritu (de la cultura) de un pueblo, y que se mantienen a través de las generaciones. Lo que nos lleva a pensar en qué medida la ideología trifuncional esclarecida por Dumézil no sería un buen camino para recomenzar a concebir el mundo "en europeo".
¿Actualizar las tres funciones?
Georges Dumézil escribió en una carta a Jean-Claude Riviere: "toda actualización de los indoeuropeos me es ajena". Pero Riviere se pregunta: "¿Está prohibido alimentar una reflexión política a partir de una obra como la de Georges Dumézil? ¿O deberíamos creer que la cultura se limita a glosar ininterrumpidamente textos sagrados revelados de una vez para siempre?" (26). Porque una cosa es tratar de reimplantar hoy las costumbres, organización social y modo de vida indoeuropeos -lo que sería desde luego descabellado- y otra cosa es interrogar el pasado de un pueblo en crisis de identidad (el europeo) para encontrar allí los valores, la cosmovisión que late aún en nuestras mentalidades. En este último sentido, una interpretación de la ideología indoeuropea podría invertir en buena medida la decadencia cultural (la tan traída y llevada "crisis de valores") europea. No se trata de una aplicación política superficial ni a ras de tierra. Cabría hablar de "Gran Política", de acción del pensamiento que abarca, en un sólo movimiento, filosofía, política, historia y religión. Porque de lo que se trata es, en definitiva, de formular a nuestro origen una pregunta capaz de suscitar una respuesta que nos proporcione nuevos útiles de explicación del mundo.
A favor de esta tesis hay diversos argumentos. En primer lugar, está la constatación de que la ideología trifuncional ha estructurado en buena medida la mentalidad europea hasta fechas relativamente recientes. Sirvan de ejemplo los dos fundamentales resurgimientos de la ideología tripartita como propuesta de organización social: el primero, el formulado en la República de Platón, en el siglo -IV (en esa misma Grecia que según algunos había rechazado la herencia indoeuropea: tesis inexacta, como se ve); el segundo, el enunciado en el siglo X por los teóricos de la monarquía de los Capetos, al estructurar la sociedad en "oratores", "bellatores" y "laboratores", estructura que pervivió con más o menos fortuna en toda Europa hasta el siglo XVIII. Estos resurgimientos evidencian la continuidad del modelo ideal tripartito en la conciencia europea. ¿Por qué no podría servir este modelo hoy, adaptándose a la complejidad de las sociedades industriales? He aquí un campo de investigación que puede resultar prometedor. En segundo lugar, en el campo de las hipótesis sociológicas, la idelogía trifuncional podría explicar bastantes patologías sociales. ¿No podrían interpretarse, al menos en parte, las enfermedades sociales modernas en términos de nostalgia de la armonía trifuncional? Otro terreno para roturar. Un tercer grupo de argumentos afecta a las posibilidades de una interpretación histórica retrospectiva. Esta tesis, que ha avanzado Benoist, consistiría en explicar el devenir histórico de los pueblos nacidos de la comunidad indoeuropea primitiva como tendente a la realización de un cierto equilibrio entre las tres funciones, en particular mediante la subordinación de las funciones militar y productora a la función soberana. Las revoluciones burguesas y proletarias serían un avatar de la rebelión de la tercera función.
Esta última tesis de lugar a una nueva interpretación, histórica y política (es a lo que se refería Riviere) de la trifuncionalidad. Las alteraciones históricas estarían directamente relacionadas con la alteración del equilibrio político trifuncional. Estas alteraciones, lejos de ser un producto de la "dialéctica histórica", serían ciertamente nocivas. Tan nociva como la esclerotización de la función soberana sería la subversión de la segunda función, la guerrera, que se ha manifestado tradicionalmente en regímenes militaristas y de la cual los "fascismos" serían un avatar intelectualizado (transposición del poder militar real a la uniformización de la sociedad mediante valores militares). La subversión de la tercera función, la productiva, reuniría las dos características, es decir, el poder efectivo de los criterios económicos (común al liberalismo y al marxismo) y la penetración de los valores mercantiles y productores en todas las capas de la sociedad. Vemos así que de la revolución burguesa a la revolución proletaria no hay más que un paso, y que la segunda ha sido directamente inducida por la primera.
Las alteraciones del equilibrio funcional se manifiestan netamente negativas. Una sociedad regida exclusivamente por valores militares se expone a desangrarse por la herida abierta de la falta de elevación estética y espiritual, y, nacida de la guerra, perecerá en la guerra (como Esparta y como los "fascismos"). Por su parte, una sociedad regida exclusivamente por los factores económicos ("Whatever is good for General Motors is also good for the USA") se expone a caer en su opulencia bajo los golpes de los bárbaros y bajo el auto-suicidio de la mercantilización de toda acción humana. Sólo un equilibrio de las funciones, dirigido por una función soberana, parece socialmente sano. Es decir, sólo la primacía de lo político en tanto que destino de la comunidad (y no en tanto que mera administración) puede armonizar una sociedad por medio del equilibrio jerárquico pero armonioso entre las diversas funciones sociales. En este pensamiento (de nuevo la "Gran Política") se inscriben las actitudes de personajes tan diversos como Carlos I, Lenin, Maurras, Mao y De Gaulle.
Un último argumento a favor de la trifuncionalidad como método de interpretación es propiamente cultural y liga con lo dicho al principio de este trabajo. Si queremos re-pensar el mundo "en europeo", hemos de partir de lo que constituye la herencia intelectual europea: la comprensión tripartita de la sociedad. Volver al origen, interrogar nuestros fundamentos culturales, a nuestra más primitiva conciencia histórica y espiritual, es indispensable si queremos encontrar una solución europea para los siglos venideros. Más allá de las simples relaciones comerciales (tercera función) o de los problemas de defensa conjunta (segunda función). Ese proyecto sólo puede alimentarse en una fuente: la redinamización de nuestro pasado y nuestra historia. Tengamos la memoria larga: la historia es del que se la merece.
Notas:
(1) Dumézil, G. El destino del guerrero, e d. Siglo XXI, México, 1971.
(2) op. cit., pág. 15.
(3) Renfrew, Colin, The Emergence of Civilization. The Cyclades and the Aegean in the Third Millenium B.C., Methuen and Co., Londres, 1972; Problems in European Prehistory, Edinburgh University Press, Edimburgo, 1979; Before Civilization, 1983 (edición francesa: Les Origines de lEurope, Flammarion, Paris, 1983). Hasta el momento no hay edición en castellano de ninguna de estas obras.
(4) Bosch Gimperá, Pedro. Les Indoeuropéens, Payot, París, 1961 (no hay edición española).
(5) Lahovary, N. Les Peuples Européens, La Baconniére, Neuchâtel, 1946.
(6) Geipel, John. LAntrhopologie de lEurope, Laffont, París, 1971.
(7) Tesis defendida por Theodor Poesche en 1878.
(8) Tesis defendida por Karl Penka (Die Herkunft der Arier, 1886), Issac Taylor (1888) y Herman Hirt (Die Urheimat der indogermanen, 1892).
(9) Según el fundador de la revista MANNUS, Gustaf Kossina (1902), N. Lahovary (1946, op. cit.), Paul Thieme (Die Heimt der Indogermanischen Gemeinsprache, 1953) y Ram Chandra Jain (The Most Ancient Arya Society, 1964).
(10) Bosch Gimperá (op. cit., 1961) y Gordon Childe (The Aryans, 1926) siguen la línea trazada en 1890 por Otto Schrader. Otros autores que defienden esta tesis son Georges Poisson (Les Aryens, 1934), Walter Schulz (1935), R.A. Crossland (1957), Giaccomo Devoto (Origini Indoeuropee, 1962) y Marija Gimbutas (1956).
(11) Son sobre todo Ward Goodenough ("Evolution of Pastoralism and Indo-European Origins", en G. Cardona, H.H. Hoenigswald y A. Senn, ed., Indo-European and Indo-Europeans, University of Pensylvania Press, Filadelfia, 1970), Hans Krahe y James P. Mallory ("A Short History of the Indo-European Problem", en JOURNAL OF INDO-EUROPEAN STUDIES, vol. I, 1973, nº 1, Hattiesburg, Mississippi).
(12) Benoist, Alain de. Vu de Droite, Copernic, París, 1979.
(13) Alonso, J.C., Tartessos, ocaso de un día y una noche, Ed. Asociación Independiente, Madrird 1980.
(14) Sánchez Dragó, F. Gárgoris y Habidis, I. Planeta, Barcelona, 1978 (2ª edición, 1985).
(15) op. cit., p. 102.
(16) "Beato de Facundo", fechado en León, 1047. Se conserva en la Biblioteca Nacional de Madrid, vitrina
14.2.
(17) Bal Ganghadar Tilak, The Artic Home in the Vedas, cit. Por Jean Varenne, "Indo-Européens", en rev. NOUVELLE ECOLE, nº 40, Otoño 1983, pp. 115 y ss.
(18) De Escitia a India. Enigmas de la historia de los antiguos arios, Klinscksieck, 1976 (traducido al francés por la Sorbona en 1981).
(19) "Los Indoeuropeos", en rev. FUNDAMENTOS, nº 5, 1985.
(20) Los Dioses de los Germanos, Ed. Siglo XXI, México, 1973.
(21) Levi-Strauss, en respuesta al discurso de ingreso de Dumézil en la Academia Francesa. Los dos textos (el de Dumézil y el de Levi-Strauss) están traducidos y reproducidos en la revista mejicana VUELTA, que dirige Octavio Paz (nº 49, vol. 5, Diciembre 1980).
(22) "Georges Dumézil et les etudes indoeuropéens", NOUVELLE ECOLE, nº 21-22, Invierno 1972-1973.
(23) Riviere, Jean-Claude. "Actualité de Georges Dumézil", en rev. ELEMENTS, nº 32, Noviembre-Diciembre 1979.
(24) Dumézil, G. Mito y Epopeya, I. Seix Barral, Barcelona, 1977.
(25) Riviere, art. cit.
(26) ibid.
[Extraido de la revista Punto y Coma, noviembre-enero, 1987]
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