La libertad de opinión
Por A. de Benoist
Se ve que la sociedad actual coloca el pluralismo al principio de sus discursos, sólo para hacerlo desaparecer cuando ha llegado a la meta. Se ve además que cierta izquierda, que ayer se enfrentaba a la sociedad burguesa y criticaba su orden moral, hoy se pone a la cabeza del reformismo político y del conformismo moral, porque sus consignas se han convertido en lugares comunes.
Esto es un fenómeno llamativo que debiera hacer reflexionar sobre el camino recorrido por la izquierda. Era necesario coraje para atacar en Sudáfrica el apartheid, para luchar en Francia con las armas en la mano contra la ocupación alemana en la segunda guerra...
Pero, ¿en qué consiste hoy ese coraje? Una resistencia contra el nazismo hoy no arriesga nada, a no ser la propia ridiculez. Y los eslóganes, que ayer podían significar para sus autores prisión o muerte, hoy son fórmulas mágicas, sortilegios productores de buena conciencia y a la vez pasajes en el mundo de los medios y las editoriales. Con ideas que sólo son expresión de la época, porque se pueden decir sin peligro, no despierta ese coraje admiración alguna.
En todos los tiempos ha habido censura y la tendencia a la intolerancia es un componente del espíritu humano. Ha habido en el pasado ideologías dominantes, y todos los gobiernos, con diferencia gradual, han saludado la oponunidad de unificar la sociedad y ahogar opiniones disconformes.
El hecho de que la censura hoy retorne, es justamente desenmascarador porque el retorno sucede en una sociedad que pretende reconocer y garantizar la libertad de expresión. El artículo 11 de la Declaración de los Derechos Humanos proclama como uno de los derechos más preciosos el libre intercambio de ideas y opiniones. En Francia la ley de libertad de imprenta del 29 de julio de 1881 establece en su primer artículo: "imprenta y librerías son libres". Pero esto ha dejado de ser verdad. Mientras en la mayoría de los países liberados del yugo soviético hay libertad de palabra, mientras en USA el First Amendment de la Constitución permite la libre expresión de todas las opiniones, la Francia actual es junto con Alemania y otros países de la región occidental donde la libertad de opinión está más limitada.
"No hay libertad para los enemigos de la libertad". Es una vieja coartada, que siempre ha provocado la pregunta "cómo se define la libertad, y sobre todo, quién ha de poseer la capacidad de determinar quién es el enemigo de la libertad". Cuando en el siglo XIX los socialistas revolucionarios denunciaron la explotación económica, fueron llevados ante los tribunales de justicia por incitación al odio. Hoy se hace lo mismo con aquellos que no se postran ante la ideología de los derechos humanos. Si fuéramos a creer a cierta gente, la libertad de opinión estaría limitada a las opiniones tolerables. Pero justamente más allá es donde empieza la libertad; y fueron siempre los que tuvieron que pelear por ella, por su triunfo, quienes han definido esa libertad. La libertad de opinión no tendría ningún valor si sólo la disfrutaran los que opinan aquello que cualquiera considera justo y razonable. Por ser la libertad de opinión el primer presupuesto para el libre desarrollo de las ideas y para la existencia de un debate democrático, ella sólo tiene sentido cuando hasta las opiniones más absurdas, más chocantes y más ofensivas gozan de libertad. Por la simple razón de que, si no fuera así la proclamación de ese principio de libertad de opinión hubiera sido superfluo.
La verdad es que la libertad de opinión es indivisible; ella deja de existir apenas se le colocan límites. La verdad es que la censura es insoportable, no importa que móviles persiga, no importa qué identidad posean las víctimas de esa libertad, no importa bajo qué condiciones se ejerza. No hay censura que pueda defenderse intelectualmente, y además ninguna es eficaz.
Hoy en día aquellos que condenan la censura son acusados de ser cómplices de los censurados. Esa acusación
prácticamente una extorsión es igualmente insufrible. Entre las ideas que hoy están prohibidas hay seguramente algunas que son absurdas o abominables.
Pero si hay opiniones abominables, entonces las leyes que las quieren prohibir son más abominables. No se trata aquí en primera línea de defender a los censurados, aquí se trata de atacar la censura. El macarthismo y el sistema soviético han desaparecido, pero siguen estando presentes los herederos de un Zadanow o de un McCarthy. Sólo que bajo Stalin o McCarthy los delatores estaban obligados a la denuncia si querían conservar su vida o su trabajo. Hoy en día vemos a delatores que realizan esa tarea sin que nada los obligue. Se llevan a la boca la expectoración de McCarthy sin que eso les produzca ningún asco. Ellos están muy ocupados confecclonando listas negras para pronunciar excomuniones y descargar anatemas.
Ellos se escandalizan por aquellas denuncias cuyas víctimas eran los judíos en la época de la ocupación alemana en Francia, pero ellos mismos, denunciando a todos aquellos que la ideología dominante pone en el Index, se comportan de la misma manera. Todo en un clima que Cornelius Castoriadis caracteriza muy bien como el "avance de la banalidad", y todo eso obsérvese bien bajo pretextos morales.
En la sociedad de control en que vivimos, que dispone de medios de vigilancia de la vida pública y privada que ni siquiera poseyeron los regímenes totalitarios, todos los motivos son buenos para excluir, empujar a la orilla y marginalizar. Nombro las razones más profundas de esa intolerancia: los remordimientos de conciencia de los penitentes y arrepentidos, la precariedad cultural de los incapaces de responder, de aquellos que en vez de refutar, difaman; el miedo de una nueva clase cuyos miembros ha sido elegidos hace mucho y no porque poseyeran verdaderas capacidades, sino por la "capacidad" de hacerse elegir. Sin méritos, apartados del pueblo, viven en continuo temor de perder sus puestos y privilegios. Nombro también las metas de la censura: ella quiere crear chivos expiatorios para impedir que se les pida dar razón de sus afirmaciones, para desviar la atención sobre las monstruosidades en el Sistema actual, para poner a la opinión pública una argolla en la nariz y conducirla a su gusto; para imponer una abjuración de todos los pensamientos peligrosos antes de otorgar el reconocimiento mediático y social.
Este sistema de la censura va a durar tanto como pueda. Tengo la sensación de que se va a derrumbar por su propio peso, como una consecuencia de su propia dinámica. Va a llegar un día en el cual como ya empieza a observarse a los delatores no les quede más remedio que denunciarse unos a otros. Pero nosotros, nosotros vámos a estar ahí. Hoy día estamos rodeados de moralistas que pretenden que nosotros gimamos por nuestra indignidad. Pero nosotros, nosotros no tenemos nada de que arrepentirnos. Por eso hay en nuestro país (*) y también en otras regiones, un grupo de intelectuales que posee el coraje de emprender una común iniciativa contra la nueva Inquisición.
Mientras vivamos seguiremos diciendo palabras divergentes, seguiremos defendiendo los derechos del pensamiento crítico. Mientras vivamos proseguiremos cooperando al trabajo del pensar. En el momento en que el conformismo se encuentra en la cúspide, se trata una vez más de apelar a la unión de los espíritus libres y los corazones rebeldes.
¡Abajo con la censura! ¡Y viva la Libertad!
(*) El autor se refiere a Francia, su país.
Se ve que la sociedad actual coloca el pluralismo al principio de sus discursos, sólo para hacerlo desaparecer cuando ha llegado a la meta. Se ve además que cierta izquierda, que ayer se enfrentaba a la sociedad burguesa y criticaba su orden moral, hoy se pone a la cabeza del reformismo político y del conformismo moral, porque sus consignas se han convertido en lugares comunes.
Esto es un fenómeno llamativo que debiera hacer reflexionar sobre el camino recorrido por la izquierda. Era necesario coraje para atacar en Sudáfrica el apartheid, para luchar en Francia con las armas en la mano contra la ocupación alemana en la segunda guerra...
Pero, ¿en qué consiste hoy ese coraje? Una resistencia contra el nazismo hoy no arriesga nada, a no ser la propia ridiculez. Y los eslóganes, que ayer podían significar para sus autores prisión o muerte, hoy son fórmulas mágicas, sortilegios productores de buena conciencia y a la vez pasajes en el mundo de los medios y las editoriales. Con ideas que sólo son expresión de la época, porque se pueden decir sin peligro, no despierta ese coraje admiración alguna.
En todos los tiempos ha habido censura y la tendencia a la intolerancia es un componente del espíritu humano. Ha habido en el pasado ideologías dominantes, y todos los gobiernos, con diferencia gradual, han saludado la oponunidad de unificar la sociedad y ahogar opiniones disconformes.
El hecho de que la censura hoy retorne, es justamente desenmascarador porque el retorno sucede en una sociedad que pretende reconocer y garantizar la libertad de expresión. El artículo 11 de la Declaración de los Derechos Humanos proclama como uno de los derechos más preciosos el libre intercambio de ideas y opiniones. En Francia la ley de libertad de imprenta del 29 de julio de 1881 establece en su primer artículo: "imprenta y librerías son libres". Pero esto ha dejado de ser verdad. Mientras en la mayoría de los países liberados del yugo soviético hay libertad de palabra, mientras en USA el First Amendment de la Constitución permite la libre expresión de todas las opiniones, la Francia actual es junto con Alemania y otros países de la región occidental donde la libertad de opinión está más limitada.
"No hay libertad para los enemigos de la libertad". Es una vieja coartada, que siempre ha provocado la pregunta "cómo se define la libertad, y sobre todo, quién ha de poseer la capacidad de determinar quién es el enemigo de la libertad". Cuando en el siglo XIX los socialistas revolucionarios denunciaron la explotación económica, fueron llevados ante los tribunales de justicia por incitación al odio. Hoy se hace lo mismo con aquellos que no se postran ante la ideología de los derechos humanos. Si fuéramos a creer a cierta gente, la libertad de opinión estaría limitada a las opiniones tolerables. Pero justamente más allá es donde empieza la libertad; y fueron siempre los que tuvieron que pelear por ella, por su triunfo, quienes han definido esa libertad. La libertad de opinión no tendría ningún valor si sólo la disfrutaran los que opinan aquello que cualquiera considera justo y razonable. Por ser la libertad de opinión el primer presupuesto para el libre desarrollo de las ideas y para la existencia de un debate democrático, ella sólo tiene sentido cuando hasta las opiniones más absurdas, más chocantes y más ofensivas gozan de libertad. Por la simple razón de que, si no fuera así la proclamación de ese principio de libertad de opinión hubiera sido superfluo.
La verdad es que la libertad de opinión es indivisible; ella deja de existir apenas se le colocan límites. La verdad es que la censura es insoportable, no importa que móviles persiga, no importa qué identidad posean las víctimas de esa libertad, no importa bajo qué condiciones se ejerza. No hay censura que pueda defenderse intelectualmente, y además ninguna es eficaz.
Hoy en día aquellos que condenan la censura son acusados de ser cómplices de los censurados. Esa acusación
prácticamente una extorsión es igualmente insufrible. Entre las ideas que hoy están prohibidas hay seguramente algunas que son absurdas o abominables.
Pero si hay opiniones abominables, entonces las leyes que las quieren prohibir son más abominables. No se trata aquí en primera línea de defender a los censurados, aquí se trata de atacar la censura. El macarthismo y el sistema soviético han desaparecido, pero siguen estando presentes los herederos de un Zadanow o de un McCarthy. Sólo que bajo Stalin o McCarthy los delatores estaban obligados a la denuncia si querían conservar su vida o su trabajo. Hoy en día vemos a delatores que realizan esa tarea sin que nada los obligue. Se llevan a la boca la expectoración de McCarthy sin que eso les produzca ningún asco. Ellos están muy ocupados confecclonando listas negras para pronunciar excomuniones y descargar anatemas.
Ellos se escandalizan por aquellas denuncias cuyas víctimas eran los judíos en la época de la ocupación alemana en Francia, pero ellos mismos, denunciando a todos aquellos que la ideología dominante pone en el Index, se comportan de la misma manera. Todo en un clima que Cornelius Castoriadis caracteriza muy bien como el "avance de la banalidad", y todo eso obsérvese bien bajo pretextos morales.
En la sociedad de control en que vivimos, que dispone de medios de vigilancia de la vida pública y privada que ni siquiera poseyeron los regímenes totalitarios, todos los motivos son buenos para excluir, empujar a la orilla y marginalizar. Nombro las razones más profundas de esa intolerancia: los remordimientos de conciencia de los penitentes y arrepentidos, la precariedad cultural de los incapaces de responder, de aquellos que en vez de refutar, difaman; el miedo de una nueva clase cuyos miembros ha sido elegidos hace mucho y no porque poseyeran verdaderas capacidades, sino por la "capacidad" de hacerse elegir. Sin méritos, apartados del pueblo, viven en continuo temor de perder sus puestos y privilegios. Nombro también las metas de la censura: ella quiere crear chivos expiatorios para impedir que se les pida dar razón de sus afirmaciones, para desviar la atención sobre las monstruosidades en el Sistema actual, para poner a la opinión pública una argolla en la nariz y conducirla a su gusto; para imponer una abjuración de todos los pensamientos peligrosos antes de otorgar el reconocimiento mediático y social.
Este sistema de la censura va a durar tanto como pueda. Tengo la sensación de que se va a derrumbar por su propio peso, como una consecuencia de su propia dinámica. Va a llegar un día en el cual como ya empieza a observarse a los delatores no les quede más remedio que denunciarse unos a otros. Pero nosotros, nosotros vámos a estar ahí. Hoy día estamos rodeados de moralistas que pretenden que nosotros gimamos por nuestra indignidad. Pero nosotros, nosotros no tenemos nada de que arrepentirnos. Por eso hay en nuestro país (*) y también en otras regiones, un grupo de intelectuales que posee el coraje de emprender una común iniciativa contra la nueva Inquisición.
Mientras vivamos seguiremos diciendo palabras divergentes, seguiremos defendiendo los derechos del pensamiento crítico. Mientras vivamos proseguiremos cooperando al trabajo del pensar. En el momento en que el conformismo se encuentra en la cúspide, se trata una vez más de apelar a la unión de los espíritus libres y los corazones rebeldes.
¡Abajo con la censura! ¡Y viva la Libertad!
(*) El autor se refiere a Francia, su país.
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