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El Nacionalsindicalismo como alternativa al capitalismo

(Texto de la conferencia pronunciada por Jorge Garrido San Román el 7 de

mayo de 2005 en la sede de Falange Española de las JONS de Valladolid)

EL NACIONALSINDICALISMO COMO ALTERNATIVA AL CAPITALISMO

Analizar el nacionalsindicalismo como alternativa real y posible al sistema económico capitalista requiere hacer un pequeño sacrificio: estudiar el capitalismo y sus fallos fundamentales. Esta tarea nos servirá para comprender mejor la necesidad de un nuevo sistema económico y monetario mucho más justo, un sistema que no puede ser otro que el sindicalista del que explicaré las características fundamentales. Además de esto, terminaré mi exposición apuntando una serie de ideas en un terreno totalmente inexplorado en el nacionalsindicalismo: cómo realizar una transición económica desde el capitalismo.

Para empezar se impone definir con brevedad, pero al mismo tiempo con precisión, lo que es el capitalismo. Sus defensores siempre dan de él unas definiciones que sólo resaltan los aspectos positivos del mismo y que suelen omitir los negativos. El Premio Nobel de Economía Paul A. Samuelson nos da una definición cuanto menos curiosa: “La capacidad de los individuos para poseer capital y beneficiarse de él es lo que da su nombre al capitalismo”. Ésta es la definición que nos ofrece en su universalmente conocida obra “Economía”, texto fundamental en todo el mundo y con el cual yo mismo estudié economía en la universidad. Samuelson nos plantea en su definición dos cosas que deberían movernos a la reflexión. En primer lugar nos habla de una supuesta posesión privada del capital que resulta engañosa por muchas razones: confunde la propiedad privada con la propiedad capitalista (que como veremos más adelante es esencialmente anónima); da por sentado un derecho general a la posesión del capital y a beneficiarse de él por parte de todos los individuos, lo cual poco o nada tiene que ver con la dinámica capitalista que opera precisamente en sentido contrario; etc. Se trata, pues, de un sofisma que, sin embargo, no oculta una realidad que sí es típicamente capitalista: el individualismo, el egoísmo individual como nota esencial y definidora de dicho sistema económico. Para los nacionalsindicalistas, empero, esta definición no es en absoluto aceptable por insuficiente y parcial.

El capitalismo es un sistema económico basado en la supremacía del capital, siendo el dueño de éste el titular de los medios de producción. Se trata pues de un régimen de propiedad social basado en la “sociedad anónima” que no da valor al trabajo como fuente ineludible de producción y propiedad, sino como uno más de los factores de la producción.

La base de todo ello está, por un lado, en el sistema de salariado, y por consiguiente en la relación bilateral del trabajo, y por otro, y como consecuencia lógica, en el sistema de interés.

El mercado libre se propugna como la fórmula ideal de distribución de los productos y de fijación de los precios según la ley de la oferta y la demanda, y surge “la bolsa” como lugar en el que compran y venden las acciones, obligaciones, deuda pública y divisas.

La agonía del liberalismo, especialmente tras el crack de 1929, supuso la introducción de mecanismos ajenos a la filosofía liberal (variante keynesiana), pero que se mostraron imprescindibles para apuntalar el sistema económico capitalista. Es así como se acepta el papel del Estado como un agente activo en la economía para la corrección de los desajustes.

Algunas aclaraciones necesarias

Pero llegados a este punto conviene aclarar una serie de conceptos como el de economía, así como que otros como los de capitalismo, liberalismo, neoliberalismo, libre mercado o globalización económica no son ni muchísimo menos equivalentes.

La economía, según la definición académica del ya citado Paul A. Samuelson, “es el estudio de la manera en que las sociedades utilizan los recursos escasos para producir mercancías valiosas y distribuirlas entre los diferentes individuos”. Sin embargo esta definición, por muy académica que sea, es sumamente imperfecta desde el momento mismo en que se ciñe al concepto de escasez. Es cierto que hay bienes escasos, como es el caso de los metales preciosos, pero no es menos cierto que otros bienes son abundantes (recordemos que los alimentos que se producen en el mundo, por ejemplo, no sólo son más que suficientes para alimentar a todos los habitantes del planeta, sino que incluso se destruyen excedentes para mantener los precios del mercado de los mismos dentro de ciertos límites; en este caso lo relevante no es la escasez, sino el problema de la distribución). Y no sólo eso, el profesor Samuelson (y todos los economistas que siguen sus planteamientos) sostiene que si lo relevante no fuera el concepto de escasez, los bienes serían gratuitos, lo que es a todas luces falso. Con sus ejemplos de las arenas del desierto o del agua del mar como bienes abundantes, y por ello no económicos, olvida algo esencial: un bien económico puede ser abundante e incluso ilimitado y, al mismo tiempo, ser un bien económico. Para ello basta con que el acceso a ese bien tenga ciertas limitaciones, como es el caso de la misma arena cuando se necesita para la construcción (lo que requiere su transporte, distribución, etc.) o del agua no sólo potable, sino incluso la misma marina cuando se necesita y debe ser desalada, por ejemplo. Además, ¿cómo puede decirse que los bienes ilimitados son por definición bienes no económicos? Eso significaría, por ejemplo, que las energías renovables e ilimitadas (la solar, la eólica, la maremotriz, etc.) estarían al margen de la economía, lo cual es absurdo. Además, la definición clásica de la economía no resalta como es debido un aspecto fundamental: el aumento de la productividad lleva consigo un aumento constante de la producción de bienes económicos. Y es que una cosa es la escasez y otra muy diferente las limitaciones de la producción y del acceso a los bienes, lo cual no significa que necesariamente esos bienes no existan y deban ser producidos o que sean escasos.

Respecto al liberalismo económico, tiene su origen en 1776, cuando Adam Smith publicó su libro “Investigación sobre la naturaleza y causa de la riqueza de las naciones”, donde estudia los mecanismos de fijación de precios, el funcionamiento del mercado (donde él ve la “mano invisible” que extrae un bien común del interés particular de los individuos, es decir, que del egoísmo individual –extraña virtud, la verdad, y que él reconoce como motor de la economía- surge el equilibrio que trae el bien común), etc... A él siguieron J.B. Say, quien en 1803 formuló la “ley de los mercados” que lleva su nombre y según la cual la oferta crea su propia demanda cuando los precios varían para equilibrar la demanda y la oferta agregadas, D. Ricardo (1817), J.S. Mill (1848) y A. Marshall (1890).

Estos pensadores liberales sostienen que los precios y los salarios son flexibles, por lo que la economía se desplaza muy deprisa a un equilibrio a largo plazo. Creen que los salarios y los precios flexibles eliminan rápidamente cualquier exceso de oferta o demanda y restablecen el pleno empleo y la plena utilización de la capacidad. La política macroeconómica no puede desempeñar ningún papel corrector de las perturbaciones reales, pues eso sería introducir elementos extraños que alterarían las leyes económicas, pero sí puede, mediante la política monetaria y fiscal, influir en el nivel de precios y en el PIB real.

El liberalismo tuvo una época de indudable esplendor, pero acabó degenerando en el fenómeno del capitalismo salvaje (el capitalismo en realidad es muy anterior, al menos en sus características esenciales), incumpliendo incluso sus propios principios (estaba lejos ya aquel idílico mercado libre con numerosas ofertas y demandas y pronto se tendió a la concentración de capitales y a las empresas precio-determinantes; de la misma manera, la teoría clásica del valor, que afirmaba que las medidas del valor son el trabajo –esfuerzo empleado en la producción de un bien- y el cansancio –lo que se ahorra uno con el uso de ese producto -, pronto se vio superada por la realidad de un mercado que no tenía muy en cuenta esas medidas).

De esta distinción entre liberalismo y capitalismo nace en buena medida la nuestra entre propiedad privada y propiedad capitalista. Recordemos que José Antonio Primo de Rivera consideraba que mientras la propiedad privada era un atributo elemental humano, una proyección directa del Hombre sobre sus cosas, la propiedad capitalista era exactamente lo contrario: la propiedad inhumana, anónima y explotadora de los que se llevan sin trabajar la mejor parte de la producción (los intereses, los dividendos, las rentas, etc.), utilizando el capital no como un instrumento al servicio de la producción, sino como un instrumento técnico de dominación económica que alcanza la categoría de factor fundamental de la producción, y con unos supuestos derechos propios que le elevan incluso por encima del trabajo.

En cuanto al neoliberalismo, es una tendencia actual a volver a aquellos principios del pensamiento liberal, dada la insuficiencia del sistema para encontrar soluciones a problemas de la envergadura del paro, la inflación, etc..., soluciones que no se encuentran y que se pretenden encontrar a cambio de grandes sacrificios. Se trata pues de una política económica, no de un sistema económico (como lo es el capitalista).

Respecto al libre mercado, ya hemos dicho que es una fórmula de distribución de la producción y de fijación de los precios, por lo que tanto podría haber una intervención estatal en ese mercado (regulándolo o actuando como un agente económico activo) dentro del sistema capitalista, como podría darse un modelo de mercado en un sistema no capitalista. Por ello rechazamos la tendencia que hay en muchos economistas a distinguir los sistemas económicos según sean “de libre mercado” o “de dirección central”. Eso es elevar lo que no es sino una característica más, pero no esencial, a la consideración de elemento clave diferenciador.

En cuanto a la globalización (aunque la palabra mundialización parece más correcta), no se trata sino de un fenómeno de internacionalización de la economía cada vez mayor, pero que no deja de ser un proceso comenzado hace mucho tiempo –nada novedoso pues -. Por eso resulta un poco ridículo eso de ser “antiglobalización”. ¿Qué quiere decir eso, que se está a favor de la autarquía, de una internacionalización mínima, o que se es anticapitalista? ¿Porqué no llamar a cada cosa por su nombre? Claro que los “antiglobalizadores” lo que en realidad quieren no es que las naciones sean libres e independientes, sino que se realice una globalización distinta y a su gusto. Evidentemente son personas que viven alejadas de la realidad y que en realidad le están haciendo el juego a los grandes capitalistas y a su modelo uniformador de la humanidad (lo que por otra parte tampoco parece responder a los principios democráticos que unos y otros dicen defender).

Otra aclaración fundamental que conviene tener presente es la distinción entre empresario y capitalista. El empresario es aquel que con su talento emprende y dirige un negocio, pero que no deja de ser un trabajador más. El capitalista es el que fundamenta su título de propiedad de los medios de producción en el hecho de ser el dueño del capital. El capitalista puede ser empresario al mismo tiempo (cosa muy normal), pero no siempre es así. De hecho en la economía actual es cada vez más frecuente ver a empresarios no capitalistas que actúan como meros gestores contratados por una junta de accionistas. Para nosotros el empresario es un trabajador más y es, por lo tanto, necesario para la empresa. El capitalista no.

Otro concepto que, llegados a este punto, conviene aclarar es que no hay un único tipo de crecimiento, sino al menos tres: el exponencial (es el que sigue el sistema monetario actual basado en el interés y el interés compuesto, y supone un crecimiento de magnitudes cada vez mayores), el lineal o mecánico (es un crecimiento constante) y el natural (crecimiento rápido inicial que se va desacelerando y termina estabilizándose en lo cuantitativo, aunque pueda seguir aumentando en lo cualitativo). La dinámica capitalista exige un crecimiento monetario de tipo exponencial (lo cual a largo plazo es insostenible) para poder retroalimentarse y, en cambio, el nacionalsindicalismo necesariamente tendrá que entrar en una dinámica de crecimiento económico de tipo natural.

La sociedad anónima

El progresivo triunfo del maquinismo supuso la aparición de nuevas formas de propiedad. Desplazada la propiedad privada tradicional, se hacía necesaria la aportación cada vez mayor de capital fijo para sostener la gran industria, y la sociedad individual se ve relegada a un segundo plano por la sociedad mercantil. Hay muchos tipos de sociedad mercantil:

A) Sociedad colectiva: Los socios pueden aportar trabajo o capital y su responsabilidad es personal, solidaria e ilimitada. Su capital está dividido en participaciones sociales.

B) Sociedad cooperativa: Los socios se autoemplean (cooperativas de trabajo) o se organizan para autoabastecerse de bienes o servicios (cooperativas de consumo o de servicios), bajo unos principios de organización democráticas, pudiendo ser la responsabilidad limitada o ilimitada.

C) Sociedad anónima laboral: La mayor parte de los socios son trabajadores fijos y éstos poseen la mayoría del capital, quedando la responsabilidad limitada a las aportaciones.

D) Sociedad comanditaria: Los socios sólo aportan bienes, derechos o dinero y su responsabilidad se limita a la aportación, quedando reservada la representación de la empresa sólo a los socios colectivos que responden de forma personal, solidaria e ilimitada.

E) Sociedad de responsabilidad limitada: Hay un número limitado de socios y su responsabilidad se limita a la aportación realizada.

F) Sociedad anónima: Los socios aportan cualquier derecho de contenido patrimonial y el capital, que es lo único que da derecho a la propiedad de los medios de producción, está dividido en acciones. Éstas son títulos al portador, lo que permite su fácil enajenación y el anonimato de los propietarios. Existe un capital mínimo para su constitución y los socios sólo responden de su aportación.

Las especiales características de la sociedad anónima la convirtieron en el medio ideal para la creación de las grandes empresas; con ella el hombre ya no es el propietario; ahora la propiedad es una abstracción representada por trozos de papel (las acciones), algo impersonal, sin rostro ni sentimientos.

Sin embargo, el desarrollo de la sociedad anónima ha servido también para establecer de forma cada vez más clara la separación entre los capitalistas (los propietarios de las acciones) y los empresarios (directivos, hombres de empresa contratados para gestionar y dirigir la labor empresarial). Éste es uno de los fenómenos más significativos del capitalismo moderno y confirma nuestras ideas acerca de la armonización de empresarios, técnicos y obreros, siendo todos ellos trabajadores en un mismo plano frente a los parásitos capitalistas (lo que no significa que no sea imprescindible el capital, sino sólo que éste debe ser suministrado de forma alternativa para poder cumplir su función social).

El salariado

El sistema de salariado es la base del sistema capitalista. El salario es el precio del trabajo. El trabajo se compra y se vende a un precio determinado. No es el fruto del trabajo lo que se vende, sino el trabajo en sí mismo, ya que se considera que el fruto del trabajo nunca forma parte del patrimonio del trabajador al haber comprado el capitalista su trabajo a priori. Muestra de ello es el hecho de que, aunque los resultados de la producción fueran negativos, el trabajador seguiría teniendo derecho a cobrar su salario.

Para nosotros resulta evidente que en el sistema de salariado el trabajador se vende a sí mismo. No en vano el contrato de salariado tiene su origen en el arrendamiento de esclavos romano. La cruel expresión “mercado de trabajo” no hace sino reflejar la imperante idea del trabajador como un elemento más de la producción, como un factor productivo que se compra y se vende. Por eso nosotros rechazamos tal expresión de forma rotunda y sin reservas.

Conviene aclarar que el “salariado” es el nombre de este sistema retributivo, que el “asalariado” es la persona que lo padece, y que el “salario” es la retribución propiamente dicha.

El sistema de salariado sustituyó al sistema de compañía, anterior y mucho más justo. El sistema de compañía se fundamenta en la idea de que todos los que aportan algo (capital, conocimientos, trabajo) deben ir a partes iguales tanto en pérdidas como en ganancias. Es un sistema que respeta más la dignidad humana que el de salariado, pero tiene inconvenientes como el de poner capital y trabajo en un mismo nivel y, sobre todo, que el obrero no puede esperar a que la empresa gane ni puede vivir cuando la empresa pierde.

En cuanto al sistema de salariado, los falangistas no podemos dejar de calificarlo como inmoral, disolvente y antieconómico.

Es inmoral porque el trabajador se vende a sí mismo, lo que atenta gravemente contra la dignidad humana.

Es disolvente porque establece una relación bilateral de trabajo que divide a la sociedad en dos grupos: el de los que venden su trabajo y el de los que lo compran.

Finalmente, es antieconómico porque el asalariado se siente completamente desligado de la función que realiza, del fruto de su trabajo (lo que los marxistas llaman “alienación”).

La plusvalía

La plusvalía es la diferencia de valor entre el producto manufacturado y lo que costó su fabricación (materias primas, energía, etc.). Es, en definitiva, el valor añadido o beneficio bruto (no hay que confundirlo con la tasa de ganancia, que es la relación entre la plusvalía y la composición orgánica del capital, entendiendo por tal la relación entre el capital constante y el variable), y en el actual sistema queda en manos del capitalista.

Para nosotros, en cambio, la plusvalía es fruto de la producción, y por lo tanto no es creación del capital, sino del trabajo. El capital por sí mismo no genera plusvalías. Necesita la intervención del trabajador para tener un valor añadido y por eso creemos que él es su legítimo propietario.

Sin embargo no sería correcto afirmar que nosotros queremos que esa plusvalía se abone directamente al trabajador. José Antonio, que habló inicialmente de asignar la plusvalía “al productor encuadrado en sus Sindicatos” (21-XI-35), precisó más adelante sus palabras, posiblemente influido, según el economista Juan Velarde Fuertes, por los ataques que recibe el concepto de plusvalía por parte de los economistas y por el hecho de que un sistema fiscal progresivo en relación con uno muy adelantado de servicios y seguros sociales consigue de igual modo un reparto eficaz, aunque tal afirmación resulte más que cuestionable a la vista de la realidad. Y es que, en cualquier caso, no parece muy serio un reparto de dinero líquido de esas dimensiones, con unas posibles consecuencias desastrosas para la economía (inflación, devaluación de la moneda, etc.), aunque también es cierto que las consecuencias con un sistema monetario distinto al actual podrían ser distintas, algo difícil de evaluar con rigor a priori. Por eso José Antonio, sin por ello contradecir sus palabras anteriores, precisa que “la plusvalía de la producción debe atribuirse no al capital, sino al Sindicato Nacional productor” (30-IV-36). Así esa plusvalía será administrada en beneficio directo de los trabajadores a través de su Sindicato, pudiendo ser empleado para labores de capitalización, financiación, obras sociales, etc., pero no suponiendo su reparto directo –aparte de la cantidad destinada a la retribución del trabajador, claro está-. En este sentido fue muy interesante la “Ley de Propiedad Social” de la empresa en el Perú de Juan Velasco Alvarado a finales de los años setenta del pasado siglo XX.

El cáncer del interés

El hombre, olvidando el origen y la finalidad del dinero, pronto encontró en él otra manera de vivir sin trabajar: prestar al que no tiene. Así nació la dictadura del dinero, es decir, el capitalismo financiero anónimo y explotador. Claro que en realidad nadie vive sin trabajar, ya que quien vive de tal manera lo que realmente hace es vivir del trabajo de los demás.

De poco sirvió la ofensiva que desde la Antigüedad se emprendió contra lo que se denominó “usura”. Aristóteles (quien dijo: “Hay una rama de semejante industria digna de la execración general, y es el tráfico de dinero que saca ganancia de la moneda violentando su oficio. El signo monetario fue inventado para facilitar las permutas; pero la usura lo hace productivo por sí mismo, porque así como un ser engendra otro ser, así la usura es moneda que engendra moneda. Con mucha razón se ha reputado esta especie de industria por la más contraria de todas a la naturaleza”), Platón, Cicerón, Catón, Plutarco o Séneca fueron algunos de los ilustres pensadores que la condenaron sin paliativos, lo mismo que todas las grandes religiones. Así los judíos tienen prohibida la usura entre ellos, aunque siguiendo sus preceptos sí que la pueden practicar con aquéllos que consideran enemigos. Por ello apelan siempre al versículo que dice: “Al extranjero podrás prestar a interés, mas a tu hermano no prestarás así” (Deuteronomio 23,21), así como a otros del Levítico.

Siguiendo el precepto evangélico de Jesucristo (“haced el bien y prestad sin esperar remuneración”, Lucas 6,35 –la argumentación contraria que algunos esgrimen apoyándose en Mateo 25, 14-30 carece de la solidez necesaria al comparar un mandato de Cristo con las palabras que en una parábola dice un judío que, lógicamente, se guía por las anteriores palabras del Deuteronomio-), la Iglesia condenó siempre la usura, extendiendo a toda la cristiandad la prohibición canónica -que había sido sancionada en el Concilio de Nicea (año 325)- en 443, siendo Papa León I el Magno. Hasta tal punto fue condenada esta práctica que el Concilio de Letrán (1179) dispuso con total claridad: “nosotros ordenamos que los usureros manifiestos no sean admitidos a la comunión, y que, si mueren en pecado, no sean enterrados cristianamente, y que ningún sacerdote les acepte las limosnas”. El propio Papa Alejandro III agravó la severidad de las penas llegando a dictaminar la nulidad de los testamentos de los usureros (en esa época lo relativo a la liquidación de las herencias se hallaba bajo la jurisdicción de los tribunales eclesiásticos).

Santo Tomás de Aquino (siguiendo en buena medida los argumentos de Aristóteles), en su “Tratado de la Justicia” dice que el préstamo con interés, “lo cual se llama usura”, es injusto e inmoral. Es injusto porque “se vende lo que no existe”, ya que el dinero sólo sirve “para hacer las conmutaciones”. Es por ello que “está uno obligado a restituir el dinero que ganó por usura”, ya que sólo hay que devolver tanto como se prestó. En cuanto a su inmoralidad, está claro que la usura se basa en la necesidad del prójimo, con quien hay que practicar la caridad. Por eso “quien da el interés que le exige el usurero, no lo da voluntariamente de suyo, sino presionado por la necesidad, en cuanto necesita recibir el préstamo que no le concedería quien tiene el dinero, a no ser mediante una ganancia usurera”.

En 1745 el Papa Benedicto XIV volvería a recordar la validez de esta doctrina, al igual que lo harían más tarde Pío VIII (1829-1830) y Gregorio XVI (1831-1846), pero la realidad es que se trataba de una época en la que sus condenas caían ya en saco roto. La realidad económica capitalista se iba imponiendo inexorablemente y a partir de entonces la Iglesia, que no puede permanecer ajena a dicha realidad, adapta su condena a la usura –que permanece plenamente vigente en la actualidad- de tal forma que en la práctica se permite en determinadas circunstancias y con ciertas condiciones, y siempre por razones extrínsecas al contrato (de otro modo, en un entorno capitalista como el actual un católico apenas podría desenvolverse y además, salvo que se cambiara el sistema económico, el bien común podría verse afectado si determinados grupos sociales –caso de los católicos- se automarginaran de las prácticas económicas generales), siendo principalmente las siguientes: el daño emergente (privación del prestamista), el lucro cesante (beneficios que se podrían haber obtenido invirtiendo el dinero), el riesgo posible (peligro de no poder recuperar lo prestado), la ley civil (se supone que regula el ámbito económico en orden al bien común), y la pena convencional (multa o penalización al prestatario por su morosidad notable y culpable, aunque en todo caso debe ser moderada y proporcionada a la culpa). Con estas argumentaciones la Iglesia diferencia en la actualidad el interés –que excusa, pero no justifica- de la usura, pasando ésta a ser la práctica abusiva en la exigencia de intereses.

En esta evolución, por paradójico que pueda parecer, tuvo una importancia decisiva la herejía protestante, y muy en concreto Calvino, quien consideraba que la moralidad de la exigencia de intereses dependía de las circunstancias de cada caso concreto y de cada época. Con ello abrió una puerta que ya no ha podido ser cerrada, pues su exigencia de que los intereses debían ser moderados no dejaba de ser otra apreciación subjetiva, y por lo tanto variable y opinable según las circunstancias. El primero que se decidió a traspasar la puerta que abrió Calvino fue C. Salmasius (1588-1653), quien en su obra “De la usura” defendió la idea de que el préstamo con interés es en realidad un arrendamiento de dinero y que éste es vendible, siendo su precio el que se determine por la libre voluntad de las partes.

Después de él fue William Petty quien en 1662 (“A Treatise of Taxes and Contributions”) argumentó que si alguien dispone de dinero querrá obtener con él el mismo rendimiento que el que hubiera obtenido de haberlo invertido en tierra. Con ello Petty pretendía vincular la existencia del interés a la renta de la tierra (argumento insuficiente para los falangistas, ya que también abogamos por la cancelación del pago de estas rentas). También incluyó el argumento del riesgo: cuanto más elevado es el riesgo más justificado está el interés alto como una suerte de seguro que compense los impagos.

Pero sería Turgot quien en su obra “Memoria sobre los préstamos de dinero” haría la crítica más completa a la condena del interés. Él asume los argumentos anteriores, pero añade otros que no pueden obviarse. El primero consiste en aceptar que si bien no puede exigirse la devolución de algo de valor mayor al de lo que se prestó, el valor es algo que sólo lo puede determinar la persona que libremente acepta el contrato; en segundo lugar afirma que el prestador da dinero a cambio de una simple promesa, y ese retardo debe ser compensado con el pago de un interés (esto enlaza con la idea desenterrada por Böhm-Bawerk, en su “Historia de las Teorías del Interés”, de considerar al interés del dinero como un “precio del tiempo”, ya que en realidad sólo se cobra en función del tiempo transcurrido, como si el tiempo fuera propiedad particular del prestamista); en tercer lugar Turgot sostiene que todas las cosas son susceptibles de alquiler, y no sólo aquéllas cuyo uso se diferencia de la cosa en sí misma, dado que en todos los casos el propietario cede el uso de la misma y lo recupera más tarde; en cuarto lugar, Turgot afirma que el prestatario no es el dueño del dinero hasta que no lo ha pagado (es decir, hasta que no lo ha devuelto con su correspondiente interés); y finalmente considera que el dinero que se presta y el que se devuelve no son cosas exactamente iguales, lo que justifica en base a que en tal caso no tendría sentido solicitar un préstamo.

Para los nacionalsindicalistas resulta sencilla la refutación de todas estas argumentaciones desde el momento en que proponemos un sistema económico distinto al capitalista. Los argumentos de la Iglesia que excusan –sin por ello legitimar, no lo olvidemos- el interés pierden su sentido en un entorno económico en el que el incentivo al capital sea otro (en ese contexto la exigencia de intereses atentaría contra el bien común de forma absolutamente incuestionable). Y respecto a los argumentos de Salmasius, Petty y Turgot, hay que reconocer que tienen un fundamento sólido, pero sólo en un entorno económico capitalista donde, por definición, tanto la propiedad privada como el propio dinero se han degenerado respecto a su verdadera naturaleza (a fin de cuentas los billetes no dejan de ser meros pagarés sin valor real, como luego veremos).

Para empezar es un error considerar el dinero como propiedad privada (el dinero es un bien público que emite el estado para facilitar las actividades económicas, pero en realidad no tiene apenas valor intrínseco: su valor está en los bienes reales que lo respaldan), lo que significa que una cosa es su posesión y uso, y otra su propiedad (de la misma manera que nadie puede apropiarse de una autopista o de un embalse –por utilizar un símil joseantoniano-, y mucho menos exigir a otros un precio por su uso); el argumento del riesgo tampoco parece suficiente teniendo en cuenta la exigencia de garantías reales que acompaña a los préstamos; en cuanto al precio del tiempo...¿cómo puede venderse algo así y quién es su legítimo propietario?; el argumento de que el valor de las cosas lo determina uno mismo cuando es libre, aún dándolo por válido resulta inaplicable al caso, pues está claro que quien pide un préstamo lo hace normalmente empujado por una necesidad, lo que en cierta forma le coacciona (ya José Antonio denunció esto cuando criticó las libertades formales del estado liberal); y respecto a lo de que el dinero que se presta y el que se devuelve no son exactamente iguales, tiene razón Turgot: se devuelve una cantidad mayor... Lo que se esconde detrás de este último argumento no es sino una falacia, ya que lo que realmente pretende es compilar en él la mayor parte de los anteriores argumentos.

Lo cierto es que en un entorno económico libre de intereses y con la banca nacionalizada, el dinero cumpliría únicamente el fin para el que nació, por lo que el sentido que los anteriores argumentos tienen en el sistema capitalista no sería aplicable y carecerían de sentido.

Los efectos perniciosos del interés en la economía real

Hasta aquí hemos visto como el dinero, inserto en la dinámica capitalista, se convierte en un instrumento técnico más de ejercer el dominio, tal y como denunció José Antonio (ejemplificándolo de forma magistral en su discurso del 17-XI-35), pero conviene analizar con más detalle hasta qué punto la existencia de intereses en la economía resulta un problema más que otra cosa. Veamos por qué.

Para empezar hay algunos errores muy comunes sobre el interés que conviene aclarar.

El primer error importante consiste en creer que los intereses sólo se pagan en los préstamos. Lo cierto es que en todo precio se paga un interés encubierto: el coste del capital (suele ser entorno al 50% del precio final, por lo que un sistema económico libre de intereses permitiría mantener el nivel de vida trabajando la mitad o bien trabajando lo mismo tener el doble de riqueza –siempre que sea capaz de asegurar la circulación monetaria).

También es un error creer que los intereses son iguales para todos, cuando lo cierto es que alrededor del 80% de la población paga más intereses de los que recibe, un 10% recibe ligeramente más, y tan sólo el otro 10% recibe casi todo lo que paga de más el 80% (datos de Alemania). Es el sistema de intereses lo que mantiene el proceso de concentración de la riqueza, con lo que hoy está claro que la plusvalía, cuyo origen está en la producción, se distribuye más en la fase de circulación de bienes y servicios –y cada vez en mayor medida en la del dinero-.

La especulación es la causa fundamental de que el volumen de dinero utilizado en el mundo para las transacciones sea hoy entre 15 y 20 veces mayor de lo realmente necesario para financiar el comercio internacional real.

Tampoco es cierto que las subidas salariales sean la principal causa de la inflación, pues el interés, como hemos visto, incide mucho más. No olvidemos tampoco que el Estado recurre muchas veces a la inflación para paliar sus deudas, pero a costa de ese 80% de la población que paga más de lo que recibe y que no puede invertir en valores resistentes a la inflación al mismo nivel que el 10% más rico.

Sólo el crecimiento económico exponencial logra que la mayor parte de la población soporte las deficiencias del sistema económico basado en el interés.

Ciertamente, el interés es el fundamento del actual sistema monetario, pero al mismo tiempo es también su mayor problema, ya que obliga a un crecimiento monetario de tipo exponencial. En efecto, el interés compuesto hace que el dinero se duplique a intervalos regulares (a un 1% se duplica en 72 años; a un 3% en 24; a un 6% en 12; a un 12% en 6; etc.) y eso hace matemáticamente imposible el pago continuado de intereses. ¿Cómo se soluciona esta evidente contradicción? Pues recurriendo a la injusticia social, a la expoliación de los países subdesarrollados, a la sobreexplotación de la naturaleza, a las guerras -que suponen negocios por un lado y por otro destrucción para poder volver a empezar-, a las crisis más o menos periódicas que sirven para reconducir una situación insostenible, etc.

Para acabar con todos esos problemas es necesario, pues, instaurar un nuevo sistema monetario libre de la servidumbre del interés pero que tenga otro mecanismo eficaz para garantizar la circulación monetaria y, al mismo tiempo, facilitar el intercambio de bienes y servicios, el ahorro y el préstamo algo que puede hacerse estableciendo una tasa de uso o de circulación al dinero.

Fallos del sistema económico capitalista

José Antonio, aceptando los análisis marxistas, puso en evidencia el fracaso social del capitalismo y su fracaso técnico. Las causas de su fracaso social son:

A) La aglomeración del capital, producida por la gran industria que, aparte del capital variable, necesita grandes cantidades de capital fijo (instalaciones, maquinaria, etc.), capital que sólo puede amortizar produciendo en grandes cantidades a precios muy bajos (lo que arruina las pequeñas industrias y termina por absorberlas).

B) La proletarización: la aparición del problema social, es decir, de la relación bilateral del trabajo con todo lo que eso supone de inmoral, disolvente y antieconómico.

C) La desocupación: generada por el desplazamiento del hombre por la máquina y por el fenómeno del subconsumo.

En cuanto a su fracaso técnico, las causas son:

D) Crisis periódicas: son intrínsecas al propio sistema. Sus contradicciones internas provocan la tendencia a la caída de la tasa de ganancia (la superproducción y la saturación de los mercados intensifican la competencia; el pleno empleo fortalece las reivindicaciones obreras aumentando los “costes laborales”, etc.) lo que provoca cierres y despidos (lo que a su vez supone una caída de la demanda), es decir, crisis. Sin embargo, pese a que las causas de las crisis son endógenas, las causas del crecimiento siempre son exógenas, es decir, ajenas a la propia esencia del sistema capitalista.

E) Necesidad del Estado: la insuficiencia del sistema ha hecho necesaria la intervención estatal para buscar una salida a la incapacidad de la demanda para hacer frente a la superproducción intrínseca a la naturaleza acumulativa del capitalismo. Así pronto se pasó de aquél liberalismo que no quería intervencionismo del estado a la necesidad de que éste le lanzara un salvavidas, salvavidas que está provocando la crisis fiscal del Estado que se explica en el punto N.

F) Fin de la libre concurrencia: la naturaleza acumulativa del capitalismo (causa A) tiende a poner la producción en manos de unas cuantas entidades poderosas. Esta tendencia al oligopolio hace imposible aquél libre mercado idílico de los liberales y aparecen incluso las denominadas “empresas precio-determinantes” (aquellas con un dominio tal de la oferta que pueden sustraerse de la ley de la oferta y la demanda y establecer los precios que más les interesen).

Pero hay otras muchas causas del fracaso capitalista:

G) El subconsumo: se produce cuando los capitalistas no logran vender las mercancías en sus valores de producción, dado que ésta crece más rápidamente que la demanda. En estos casos sólo hay dos opciones: o se prosigue saturando el mercado de productos que no es capaz de absorber, lo que hace caer la tasa de ganancia y provoca la crisis, o el propio sistema controla la producción, manteniendo recursos ociosos, lo que deriva en estancamiento. El subconsumo es inevitable en el sistema capitalista por serle intrínseco, y sólo se puede solucionar con un adecuado proceso de planificación.

H) La naturaleza abstracta del dinero y el cáncer del interés: el dinero ha dejado de estar respaldado por un valor real. Hoy sólo se basa en la confianza. El sistema basado en el interés, lo cual ya de entrada lastra el sistema monetario e impide que el dinero pueda cumplir con su misión, se ha visto agudizado con este proceso de desnaturalización, aunque es necesario resaltar que tampoco el patrón oro respondía a lo que tenía que ser el dinero: la plasmación monetaria de la producción real. Y es que todo lo que no sea respaldar el dinero con la producción real, es decir, con el trabajo, es un error.

I) Las patologías sociales en el interior del sistema: el sistema capitalista se basa en la presunción del comportamiento racional del hombre, pero éste se mueve muchas veces por impulsos; no consume siempre que puede; hay muchos marginados del sistema; hay mucho “consumo asistido” por el Estado; el paro estructural es ineliminable por los métodos habituales y hay una gran cantidad de asistencia social, lo cual, a largo plazo, puede acabar reduciendo profundamente el consumo y traer una tremenda crisis.

J) La burocratización del Estado: dada la complejidad de la sociedad moderna, el Estado se muestra cada vez más lento e ineficiente para legislar y gestionar adecuadamente la economía.

K) La frontera ecológica: las necesidades expansivas de la economía capitalista nos han llevado a un nivel tal de contaminación del planeta, que ya no es posible sobrepasar mucho más y que, necesariamente debe actuar como límite al crecimiento, al menos que se lleve a cabo una ambiciosa y costosísima política ecológica.

L) La mundialización de la economía: su objetivo ha sido especializar a los países pobres en determinados ramos de producción, evitando su autosuficiencia al depender de la tecnología y las manufacturas “occidentales”, al tiempo que los organismos internacionales de que se sirve el capitalismo (Fondo Monetario Internacional, Banco Mundial, Organización Mundial del Comercio) obligan a esos países a unas políticas de ajuste permanentes que no sirven sino a los intereses de los más ricos. Es la nueva versión del colonialismo, sólo que más cruel, pues más de 800 millones de personas se mueren de hambre mientras se trata de limitar la producción de alimentos o, incluso, se llega a la eliminación de “excedentes” para no alterar las sacralizadas leyes del mercado. Increíble, pero cierto.

M) La injusticia social: es la consecuencia de todo lo anterior, de las desigualdades que el keynesismo ha pretendido eliminar en las economías occidentales, pero que el fenómeno de la mundialización (lo que con menos propiedad llaman algunos “globalización”) ha internacionalizado, reproduciendo aquellos problemas, en origen locales o nacionales, a nivel mundial. Es decir, que como no era posible eliminar el problema, se ha recurrido a su exportación.

N) La crisis fiscal del Estado: James O´conor ha estudiado este fenómeno partiendo de la idea de que el capitalismo es una forma de producción de suma cero (afirmación, todo hay que decirlo, sólo parcialmente correcta), es decir, que las ganancias de unos se producen a expensas de lo que otros pierden (lo que suele ser cierto en el modo de producción capitalista, aunque no en todos los casos). Así el sistema, para mantenerse, tiene que recurrir al Estado, cumpliendo dos funciones fundamentales:

1.- De legitimación: con el objeto de mantener la paz social.

2.- De acumulación: con el objeto de mantener la rentabilidad del capital.

Pero todo esto amenaza con resquebrajarse, ya que, por un lado la clase trabajadora necesita una cantidad creciente de gasto social y el Estado acaba por no poder hacer frente a esos gastos de legitimación; y por otro lado el Estado llega un momento en que ya no puede favorecer la acumulación de capital privado, cayendo los beneficios, los salarios y la inversión. Entonces se busca una salida en la colaboración aún más estrecha entre el Estado y el capital privado. Es en ese momento cuando el fenómeno de las privatizaciones supone la asunción por parte del capital privado de funciones tradicionalmente reservadas al Estado y de la realización de los grandes proyectos de infraestructuras (fenómeno de vivísima actualidad en España).

El nacionalsindicalismo

Una vez hemos examinado el capitalismo y sus principales fallos como sistema económico, llega el momento de exponer, aunque sea brevemente, la que, hoy por hoy, se presenta como la única alternativa real y total a ese sistema. No voy a exponerlo en detalle, pues ello llevaría demasiado tiempo, pero al menos sí quiero dar una completa visión de conjunto. Eso sí, en cualquier caso hay que tener en cuenta que la Revolución Económica no es sino sólo una parte de la Revolución Nacionalsindicalista, una revolución que aspira a implantar una verdadera Justicia Social, pero siempre sobre la base de la primacía de lo espiritual, que es al fin y al cabo lo que da verdadero sentido a nuestra existencia. Partiendo de ello, podríamos resumir el modelo económico nacionalsindicalista en los siguientes puntos:

- La soberanía nacional siempre será ficticia si no viene acompañada de una efectiva y real soberanía económica. Esto no es sinónimo de autarquía, sino de independencia. No se trata de dejar de comerciar ni de aislarnos del mundo, sino de poder tomar las medidas económicas y monetarias que, sin necesidad de perjudicar a los países más desfavorecidos, mejor convengan a nuestra nación. Este tipo de medidas en el sistema capitalista siempre suponen perjuicio para otros, pero entiendo que en un sistema económico sindicalista no sería así, ya que la explotación que no permitiremos aquí tampoco la vamos a practicar de cara al exterior. Otra cosa es que no permitir nuestra explotación económica pueda perjudicar a los explotadores... Recuperar nuestra soberanía económica y monetaria resulta, pues, un deber ineludible para nosotros.

- Creemos que el Hombre debe ser el eje sobre el que gire todo el sistema y, por tanto, es el Hombre la referencia obligada también en economía. La economía debe servir para mejorar la vida del Hombre, y no puede ser el Hombre el que esté al servicio de la economía, como sucede en la actualidad.

- Creemos, pues, que partiendo del Hombre, debe ser su trabajo -con su doble sentido material y espiritual- la base y el fundamento de la economía, el mayor título de dignidad social -debiendo tener preeminencia sobre los demás aspectos de la economía (capital, etc.)-, y debiendo ser considerado no sólo como un derecho, sino también como un deber social. El vago y el zángano no tienen cabida en nuestro modelo de sociedad.

- Rechazamos la propiedad capitalista: la propiedad de los bienes debe ajustarse a la lógica derivada de la doble finalidad de los mismos, individual y social. Ello nos lleva a propugnar los siguientes tipos de propiedad: individual (bienes de uso y consumo), familiar (vivienda, pequeño negocio, etc.), comunal o municipal (pastos, cotos, etc.), sindical (empresas, organismos de asistencia sociolaboral, etc.) y nacional (recursos naturales, empresas estratégicas y militares, etc.).

- El Sindicato Vertical (unitario y aglutinador obligatorio y democrático de todos los trabajadores: directivos, técnicos y obreros) será el órgano económico sobre el que se fundamentará todo el entramado económico; estará organizado por ramas de producción y con criterios geográficos (ámbitos comarcales, provinciales, regionales y nacional); así mismo tendrá el rango oficial de Órgano Autónomo del Estado y tendrá presencia en todos los órganos de participación política (y en todos los niveles), junto con las demás entidades naturales y de convivencia social que deben encauzar la verdadera (y, por lo tanto, orgánica) representación del pueblo en las instituciones.

- Los medios de producción (y la plusvalía) serán de quienes directamente los utilizan para trabajar a través del Sindicato de Empresa.

- La planificación económica del Gobierno, como norma general y salvo situaciones excepcionales, sólo puede ser indicativa, correspondiendo la planificación general de la producción al Sindicato Nacional.

- El mercado mixto (es decir, intervenido pero no dirigido) será el método de distribución de los productos (lo que limitará la planificación), aunque se estimularán las cooperativas de distribución y consumo (en ello tendrán un especial interés los propios trabajadores, por lo que es de suponer que el Sindicato pondrá un especial empeño en su promoción).

- Se nacionalizarán:

· El sistema monetario.

· Todo el sistema bancario.

· Todos los recursos naturales.

· Las empresas de interés nacional.

· Los servicios públicos.

· Los seguros.

- La política monetaria estará basada en el dinero natural (sin intereses, con tasa de uso y con respaldo basado en el trabajo y en la productividad real), lo que favorecerá la reducción de costes (en este caso del capital) y la competitividad (aparte de posibilitar una realista reducción de la jornada laboral, algo no factible en el sistema actual, pese a los avances de la técnica, por culpa de la propia dinámica capitalista).

- La capitalización de la empresa se realizará a través de las aportaciones de los propios trabajadores, de la Banca Sindical (cuyos fondos se nutrirían de la parte de la plusvalía destinada a tal fin y del ahorro de los propios trabajadores, que necesariamente se canalizarían a través de ella) y de subvenciones (en caso de situaciones económicas difíciles, por interés nacional y siempre de forma excepcional, podrían autorizarse los préstamos personales con derecho a un interés pactado y sin derecho a propiedad; los préstamos personales sólo serían lícitos en esas situaciones para ser concedidos a quienes se les hayan negado los oficiales y las subvenciones; los préstamos personales sin interés superior al IPC serían lícitos en todo caso, claro).

- Reforma Agraria sobre la base de la reordenación del campo siguiendo una búsqueda racional de unidades económicas de cultivo y suprimiendo de inmediato el pago de las rentas para, posteriormente, expropiar las tierras para asignárselas a los agricultores según cada caso (desde la propiedad individual a la sindical, pasando por la familiar y la comunal o municipal), ya que cada tipo de explotación agraria tiene sus propias características.

- Las competencias sobre protección social del trabajador serán del Sindicato Nacional, aunque el Estado estará obligado a actuar siempre de forma subsidiaria para así evitar que puedan producirse situaciones de desamparo.

- El Estado atenderá a los parados involuntarios mientras estén en dicha situación, aunque exigiéndoseles contrapartidas (realizando tareas de interés social o nacional) para no estar subvencionando el paro voluntario sin pretenderlo.

Una transición posible hacia el nacionalsindicalismo

Un tema sobre el que ningún economista que defienda el nacionalsindicalismo se ha atrevido a tratar con un mínimo de rigor, es el difícil tema de cómo realizar una transición económica desde el capitalismo. Yo modestamente me he atrevido a esbozar una serie de ideas al respecto. Espero y deseo que algún economista con más capacidad y conocimiento se atreva a recoger el guante y profundice más y mejor en tan difícil tarea. Nada me gustaría más.

Desde mi punto de vista dos son las posibilidades de transición del sistema capitalista al sindicalista: la revolucionaria y la reformista.

David Scheweikcart, en su libro “Más allá del capitalismo”, publicado en España en 1997, planteó una hipotética transición en EE.UU. hacia lo que él llama la “Democracia Económica”, y que no es otra cosa que una economía autogestionaria basada en el cooperativismo. Si bien la realidad económica de los EE.UU. y la Democracia Económica no son idénticas a la realidad española y a nuestro modelo de sindicalismo, hay grandes similitudes, por lo que su estudio, con las debidas adaptaciones, resulta muy útil.

1.- Transición reformista: Es lo que Scheweickart llama “vía lenta” y supone una transición progresiva consistente en la adopción de doce medidas fundamentales:

A) Creación de cooperativas, ya sea partiendo de cero o transformando las empresas ya existentes. No sería algo repentino, sino algo a fomentar para que se vaya generalizando poco a poco.

B) En un primer momento se aumentarían por medio de leyes la participación en la gestión y en los beneficios de las empresas.

C) Reforzamiento del papel del movimiento sindical para que actúe como motor del cambio.

D) Control social de la inversión de la siguiente forma:

1.- Sustituyendo las rentas de la propiedad como fuente de los fondos de inversión por impuestos.

2.- Obligando al capital a invertir en su región.

3.- Obligando a los inversores a dar prioridad a lo acordado democráticamente en las empresas frente a las prioridades del mercado.

E) Puesta en práctica de una política monetaria de bajos tipos de interés que beneficie a la producción y rebaje la presión de la deuda pública.

F) Establecimiento de un impuesto de uso sobre la actividad del capital (en lugar de gravar el consumo o la renta).

G) Impedir y castigar las previsibles fugas de capital.

H) Aumento progresivo de la participación obrera en la gestión y en los beneficios hasta llegar al 100% en ambos casos, pero no la propiedad. Ésta seguirá siendo de los mismos capitalistas, pero será finalmente un título sin valor ninguno.

I) Creación de una red de bancos públicos municipales o comarcales.

J) Políticas proteccionistas y reducción del comercio con el exterior, enfocando la producción hacia el interior (en otros países el sistema de salariado supone una competencia injusta).

K) Supresión progresiva del salariado.

L) Traspaso de los fondos privados de pensiones (que son ingentes sumas de dinero invertidas en los mercados de valores) a la Seguridad Social, lo que garantizaría esas pensiones y pondría en manos del Estado la propiedad de gran parte de la riqueza productiva de la nación.

A estas doce medidas parece necesario añadir otra que Scheweikcart no contempla, pero que parece necesaria como continuación lógica y necesaria de la medida E, tal y como apunta Margrit Kennedy (“Dinero sin inflación ni tasas de interés”):

M) Transformación del sistema monetario sustituyendo el interés por la tasa de uso o de circulación (el dinero libre de intereses tendría una tasa de crecimiento natural), lo que evitaría los problemas inflacionistas y la consiguiente devaluación de la moneda.

Pero esta transición reformista plantea demasiados problemas. En primer lugar tropezaríamos con la resistencia de los capitalistas, que intentarían fugarse con sus capitales y cerrar sus empresas antes de que su título de propiedad no tenga valor. Además, actualmente el movimiento sindical no tiene el vigor necesario para ser motor del cambio y no es partidario de la autogestión obrera, ya que, según ellos, acaba con la solidaridad y la conciencia de clase y supone el fin de los sindicatos tradicionales y sus prebendas.

Además este cambio progresivo en un solo país , si bien es posible, será difícil si se le añaden los demás problemas y hay hostilidad exterior. El fenómeno de la mundialización económica (lo que otros llaman “globalización”) haría necesario, antes de comenzar con las reformas, un aumento del ahorro interno, cambiar las pautas y los montos de consumo tanto privado como público y tener controlados los mercados financieros. Hay que añadir las dificultades que pueden surgir en caso de un ataque financiero desde el exterior, aunque España, en caso de hundimiento de su moneda tiene la ventaja de que vería revaluadas sus reservas de divisas (abundantes gracias al turismo), si bien este efecto sólo tiene una incidencia importante a corto plazo.

Finalmente, las políticas proteccionistas perjudican la innovación tecnológica y a los países subdesarrollados que ven reducidos sus mercados. Todo esto hace pensar a Scheweickart que, si bien es posible, tal reforma es sumamente improbable, pues ningún partido político podría concitar durante el tiempo necesario el apoyo preciso para culminarla.

2.- Transición revolucionaria: Se trataría de un cambio radical y repentino que no permita ni vueltas atrás ni frenos a causa de las dilaciones reformistas (en estas situaciones las vueltas atrás y las revoluciones a medias tienen siempre consecuencias mucho peores que cualquier otra alternativa). Debería constar de dos primeras fases, según el nivel de prioridad de las medidas, y otra de consolidación, aunque antes se haría necesaria una fase previa de preparación enfocada a garantizar el suministro necesario de materias primas, energía y alimentos (para lo cual sería preciso establecer las oportunas alianzas político-económicas con los países que pudieran asegurarnos dichos suministros), así como a aumentar el ahorro interno y las demás medidas previas ya apuntadas en el modelo de transición reformista. Después de esta fase previa de preparación ya podríamos afrontar las fases de la transición propiamente dicha.

· Primera fase (primeros días de la transición):

A) Medidas previas de control del ahorro interno y de control de los mercados financieros (bloqueo temporal de cuentas no corrientes, suspensión de las cotizaciones en Bolsa, etc.).

B) Supresión del pago de todas las rentas.

C) Autogestión inmediata de todas las medianas y grandes empresas, pero manteniendo los directivos temporalmente.

D) Nacionalización del sistema bancario y de los seguros.

E) Establecimiento de una política arancelaria proteccionista como precaución comercial.

F) Ajustes secundarios: Habría que tratar por separado las hipotecas de vivienda, las rentas de alquiler y los créditos al consumo, habría que adoptar medidas como el traspaso a la Seguridad Social de los planes de pensiones privados que dependen de ingresos accionariales; se compensaría a los pequeños accionistas y rentistas para evitar la enajenación de miles de acciones y obligaciones; etc.

· Segunda fase (siguientes semanas y meses):

A) Supresión del salariado.

B) Proceso de sindicalización de las empresas.

C) Estructuración del sindicalismo vertical y territorial.

D) Pago de indemnizaciones a los antiguos propietarios a base de los beneficios que vayan generando las empresas.

E) Posible reducción del comercio con el exterior, reduciendo las importaciones y creando nuevos hábitos de consumo si es necesario (Krugman ha demostrado en 1990 que si se redujera el comercio mundial un 50%, la renta mundial sólo se reduciría un 2´5%).

F) Creación de un impuesto sobre el uso de los activos de capital (para compensar la falta del ahorro por la supresión de los tipos de interés y para reducir la inflación).

· Tercera fase: Sería en realidad una continuación de la segunda (incluyendo el nuevo sistema monetario –medida M de la transición reformista- como continuación lógica de la medida F de la fase anterior) y culminaría con la adopción de todas las medidas necesarias para completar el sistema nacionalsindicalista.

Las consecuencias de esta transición revolucionaria en la primera fase no serían tan perniciosas como las de la reformista, pues no se da tiempo a los capitalistas a defenderse cuando aún están fuertes. Al día siguiente de la Revolución casi todos seguirían trabajando en lo mismo que antes y los directivos seguirían dirigiendo las empresas. Se seguiría fabricando y vendiendo como antes y sólo se quedarían en paro los capitalistas y los financieros. Los verdaderos efectos se empezarían a notar al final de la segunda fase, pero los instrumentos de poder y de control económico estarán ya en manos del Estado y del Sindicato. Un cambio similar al descrito Scheweickart lo ve como posible, pero no factible si no se dan unas circunstancias revolucionarias. En una democracia liberal no es posible tal perspectiva (ya se vio en la Suecia de 1976).

Lo importante es que el pueblo desee el cambio y lo apoye. Un pueblo dispuesto a producir riqueza puede salir adelante por encima de todas las dificultades que, sin duda se le opondrán.

En buena medida los problemas ya planteados se mostrarán de forma permanente, pero su incidencia será cada vez menor a medida que se superen las fases iniciales de la transición revolucionaria, pero dependería mucho de la hostilidad que puedan mostrar las demás naciones y los centros de poder económico mundial. Un hipotético bloqueo económico podría tener efectos desastrosos si incluyese a los países que nos exportan energía y materias primas.

Sería preciso enfocar la política energética hacia la autosuficiencia, especialmente desarrollando las energías alternativas, pero hay que ser consciente de que, hoy por hoy, la autarquía es inviable. Tendríamos que intentar no marginarnos totalmente del comercio internacional (pese a que en buena medida posiblemente haya que hacerlo) y optimizar los recursos nacionales. Pero, la verdad es que no es posible establecer claramente todas las consecuencias económicas de la aplicación del nacionalsindicalismo en un medio hostil. Dependería ya de cuestiones de política internacional ajenas a la propia economía, pero con indudable incidencia en ella.

Lo que no podemos cuestionar los falangistas es que la sustitución del capitalismo por un sistema económico más justo es una alta tarea moral absolutamente necesaria. Sostener otra cosa es un delito de lesa humanidad.

Jorge Garrido San Román

Valladolid, 7 de mayo de 2005

La crisis del sistema

Por L. Luna
Una reflexión general llevaría a la conclusión de que un sistema que fundamenta sus instituciones y formas sociales sobre una falsificación de la naturaleza humana tiene que entrar en conflicto antes o después con la realidad misma, con el orden natural de las cosas, y en virtud de ese conflicto entrar en crisis y disolverse . Una crisis así no sería, desde luego, una crisis coyuntural y transitoria del Sistema, sino una crisis estructural que podría ser la definitiva. Decimos que un sistema sufre una crisis estructural cuando los problemas a los que se enfrenta son consecuencia de la naturaleza misma del sistema y, por esto mismo, no pueden resolverse dentro de los límites del sistema. Intentaremos mostrar con claridad que el Sistema se enfrenta ya hoy con cinco frentes de problemas que constituyen otros tantos límites de su vigencia histórica, y que se enfrenta con ellos en virtud de su naturaleza misma, esto es, que se enfrenta con ellos como problemas estructurales.
1.El límite bionatural

En la medida en que el Sistema desconoce la vinculación del hombre con la naturaleza y las determinaciones naturales del ser humano, es inevitable que su proyecto entre en contradicción con la naturaleza misma humana y extrahumana, imponiéndose de este modo a sí mismo un límite que puede desglosarse en tres apartados:

a) El límite ecológico: de sobra conocido, amenaza definitivamente el proyecto capitalista.

b) El límite demográfico: el desconocimiento de la diferencia y peculiaridad de la mujer, propio del igualitarismo, así como el egoísmo, el individualismo y el materialismo de los comportamientos sociales han hecho caer los índices de natalidad provocando en todo Occidente un envejecimiento de la población que, además de ser económicamente insostenible, amenaza el futuro de nuestro pueblo.

c) El límite sanitario: en los últimos años, las enfermedades producidas por el modo de vida ("enfermedades de la civilización") han pasado a constituir una parte importante del malestar de la población y del gasto sanitario; el modelo social mismo se revela como patógeno. A ésto se añaden nuevas epidemias, como el SIDA.

Este límite viene en general provocado por la incapacidad del racionalismo del Sistema para hacerse cargo de la dimensión natural del ser humano.

2.El límite nacional

El Sistema, en la medida en que se esfuerza por la realización efectiva de la igualdad, tiende a no tolerar las diferencias entre los grupos humanos, y en la medida en que no reconoce el vínculo del individuo con su tradición, con su comunidad y con su tierra, tiende a disolver las identidades nacionales. En el Este de Europa, el régimen comunista lo intentó durante setenta años de totalitarismo igualitarista, y hoy vemos como, desaparecido el comunismo, los pueblos se levantan, a veces dramáticamente, por su identidad nacional. También el capitalismo intenta borrar las identidades colectivas, estimulando, por ejemplo, la inmigración masiva a Europa. Para el capitalismo, la inmigración sólo es un capítulo de la liberalización internacional del mercado de trabajo, que de paso le procura mano de obra abundante y barata. Pero los pueblos receptores del flujo migratorio empiezan a reaccionar contra la amenaza que éste representa para su identidad nacional. También, en el Tercer Mundo, las naciones árabes comienzan a desarrollar una poderosa conciencia nacional y religiosa.

En conjunto, parece evidente que el proyecto del Sistema se va a estrellar contra la voluntad de los pueblos de conservar su identidad.

3.El límite económico

La economía del capitalismo internacional no está sometida a una dirección política y espiritual que garantice su estabilidad y salubridad, sino que está al servicio de intereses privados de minorías financieras. Esto provoca cuatro clases de perturbaciones:

a) El desempleo: las políticas económicas destinadas a proteger los intereses financieros hacen imposible la consecución del pleno empleo en los países occidentales.

b) La inestabilidad de los intercambios internacionales, debido a la liberalización prematura de los mercados y a la especulación.

c) Los vaivenes bursátiles y las recesiones cíclicas, producidas por la especulación y el deficiente control de la economía.

d) Los imparables déficits públicos provocados por el despilfarro de las élites políticas y por las necesidades de asistencia social que supone el desempleo y el envejecimiento de la población.

Estos fenómenos, añadidos al límite ecológico, establecen un límite histórico para el modelo económico vigente.

4.- El límite espiritual

El Sistema, obligado por su contenido ideológico a desconsiderar la relación del hombre con lo espiritual, suprime uno de los elementos necesarios para el correcto funcionamiento de la vida comunitaria. De ahí se deriva una degradación de la vida colectiva que se manifiesta en desórdenes sociales como la corrupción o la criminalidad, pero también una degradación de la vida personal que se hace patente en desórdenes psicológicos como, por ejemplo, la depresión o la droga. E1 hecho de que ninguna sociedad pueda persistir sin un ambiente espiritual y moral mínimo impone también un límite histórico a este modelo social.

5.El límite político

Finalmente, el cúmulo de todos los problemas anteriores plantean a las estructuras políticas del Sistema unas exigencias a las que éstas no pueden responder. E1 sistema plutocrático y partitocrático es absolutamente incapaz de hacerse cargo de los problemas a largo plazo de la población y de resolverlos eficazmente. La ausencia de una verdadera democracia, de un verdadero debate social, el predominio de intereses particulares y la corrupción de los políticos hacen que el modelo político no esté a la altura del momento histórico. Se da así una insuficiencia política del Sistema. Esta serie de problemas, que proceden todos de las estructuras mismas del Sistema y resultan por eso insolubles dentro de sus límites, parecen demostrar que el Sistema se enfrenta a una crisis definitiva.

LA ALTERNATIVA

La alternativa no puede consistir más que en la recuperación del equilibrio mediante la inserción en el orden natural de las cosas. Durante la modernidad el ser humano ha vivido un largo exilio del que es necesario regresar. Ya en el Romanticismo alemán, Hölderlin trataba el tema del regreso a la Patria (Heimkunft), un tema que la Generación del 98 hizo suyo en España; José Antonio Primo de Rivera, influido por el 98, hablaba de la vuelta universal hacia uno mismo de cada pueblo, y Heidegger replanteó el tema de la vuelta a casa (Heimkehr). El ser humano debe reencontrar su modo de habitar en los grandes ámbitos suprahumanos o supraindividuales: la naturaleza, la historia, la divinidad. Esto no puede lograrlo más que rompiendo el marco ideológico de la concepción racionalista del hombre, es decir, reconociendo al hombre como ser actualmente finito y potencialmente infinito. Mediante el reconocimiento de la finitud humana el hombre podrá volver a considerar sus determinaciones y vínculos naturales e históricos, así como la necesidad de trascenderse hacia el infinito, hacia la divinidad, en cuyo seno podrá satisfacer su ansia de infinitud. Este es el contenido de un proyecto político de rango histórico suficiente para servir de alternativa a todas las estructuras del Sistema en crisis.

LA ESTRATEGIA

Con todo, en un primer momento, el movimiento político alternativo deberá presentarse de manera negativa: esto es, como denuncia del Sistema. Su estrategia básica consistirá, por consiguiente, en la denuncia sistemática y en la agitación de todos los problemas estructurales del Sistema que hemos mencionado al hablar de sus límites.

Un mundo donde el hombre no sea apenas un objeto de lucro

Por Sergio Cerón

Ningún sistema ha sido más detestable que el actual que transforma todas las actividades vivientes en mercancía; amenaza, incluso, la humanidad del hombre, afirma Alain De Benoist. Según Noam Chomsky, la comunidad de las finanzas detenta el poder real y la masa ciudadana ha sido convertida en un "rebaño desconcertado" al que se domestica mediante los servicios de una clase dirigente sumisa y corrupta y la complicidad de los medios de comunicación. Monseñor Michel Schooyans, doctor en sociología y filosofía de la Universidad de Lovaina, denuncia que se está construyendo un imperio de clase que emana del consenso establecido por la internacional de la riqueza y que "nos encontramos ante la más peligrosa ideología imperialista totalitaria que ha conocido el mundo

En el numero 111 de la revista "Elements", uno de los más profundos y comprometidos pensadores europeos, el francés Alain De Benoist, alguna vez exponente de la llamada "Nueva Derecha", calificación que detesta - se opone a la dialéctica de las ideologías - se pregunta si es posible un mundo distinto al de la globalización actual. Este hombre, cuyo pensamiento rechaza la especulación metafísica y teológica, camina por el filo del paganismo y proviene de una generación originariamente influenciada por el nacionalismo con influencias fascistas, coincide en su análisis con Noam Chomsky, lingüista judío de prestigio universal, activista político de izquierda, destacado miembro del Instituto Tecnológico de Massachussets y con el sacerdote belga, monseñor Michel Schooyans, profesor emérito de la Universidad belga de Lovaina, doctor en Sociología y en Filosofía y miembro consultor permanente del Consejo Pontificio para la Familia, en enfrentar decididamente en el plano intelectual al orden imperante en el mundo de hoy.

ALDEA GLOBAL DONDE IMPERA EL LUCRO

¿En qué mundo estamos viviendo?, se pregunta De Benoist. Y responde que virtualmente no es otra cosa que una aldea global donde el progreso económico, del que se supone que todos obtendrían beneficios, encararía una ineluctable evolución hacia un modelo político: la democracia liberal representativa, de la que los Estados Unidos constituirían el modelo más acabado. Ese mundo se convertiría en un vasto mercado poblado por simples consumidores, sometidos cada vez más a un orden mercantilista.
Ese sistema está basado en la transformación de todas las actividades en mercancías. La mercancía sólo tiene valor por medio del dinero. En ese mundo de la mercancía, la ley suprema es la del lucro, legitimado por una antropología que convierte al individuo en un ser que apunta siempre a la maximización de su propio interés. La sumisión progresiva de todos los aspectos de la vida humana a las exigencias de esta lógica desestructura la cohesión social y, de tal manera, se genera una sociedad puramente comercial, en la cual los hombres que no se acoplan a ella no sólo son extraños , sino necesariamente rivales y enemigos.

Los seres humanos son considerados entonces a través de su capacidad de compra, la capacidad de generar lucro y la aptitud de producir, trabajar y consumir. Los medios de comunicación uniforman los deseos y las pulsiones, a costa de una profunda erosión de los imaginarios colectivos y de la creación de una falsa conciencia, de una conciencia alienada.

Este es el mundo en que vivimos, un mundo que ha abolido las distancias y el tiempo, en el que el capitalismo financiero no está conectado a la economía real, ya que la mayoría de los intercambios de capitales no corresponden a los intercambios de productos. En el que la economía real se desarrolla sin consideración de las fronteras, donde las pasiones se reducen a los intereses, donde el valor está reducido al precio, en el que los niños se convierten en bienes e instrumentos de consumo durable, en el que la política ha sido reducida al mínimo indispensable, en el que los detentadores del poder ya no son elegidos y aquellos que lo fueron, están reducidos a la impotencia.

OTRO MUNDO ES POSIBLE

Para paliar la miseria afectiva, el sistema usa varias estrategias. Por un lado. crea ininterrumpidamente nuevas necesidades, multiplica las distracciones y los entretenimientos, propaga la idea de que la felicidad no puede existir fuera del consumo, cuyos límites son continuamente corridos más lejos. Por otro lado, con el pretexto de luchar contra el "populismo", el "comunitarismo" o el "terrorismo", se multiplican los procedimientos de control y vigilancia. Con el pretexto de la seguridad se restringe la libertad, se instaura la democracia de las bocas cosidas.

Para quebrar la capacidad de los movimientos sociales, para disuadir a las personas de formular preguntas, para desarmar las nuevas "clases peligrosas" y hacer inoperantes sus veleidades de rebeldía, se crean enemigos omnipresentes, demonizables a gusto, se instrumentan conflictos culturales y los choques entre comunidades. Como siempre, se divide para mandar. El objetivo es instaurar la cuota de caos necesaria para reinar sin sentirse amenazados.

Ante este espectáculo siniestro, obviamente es imposible no experimentar simpatía hacia un movimiento que reclama otro modelo, en el que el mundo no sea un mercado. Este otro mundo es posible.

Sin embargo, esa simpatía debe fundarse en criterios críticos. No se trata de reprochar al movimiento antiglobalización que no existan alternativas claras que proponer contra el sistema imperante, ni exigirle que defina puntualmente objetivos cuando en principio expresa con claridad a lo que se opone, ni siquiera que sea un conglomerado heterogéneo donde se encuentran contestatarios emotivos, auténticos libertarios, los revolucionarios de siempre y lo socialdemócratas exigentes. Se trata, más bien de exigir que se anteponga la reflexión a la indignación y que se apunte a llegar hasta el fondo de las cosas.
Alain De Benoist es contundente en sus ideas:

No basta denunciar las desigualdades sociales en nombre de la justicia y de la dignidad, o apelar a las soluciones "humanas" contra la inhumanidad del orden financiero.
No es suficiente hablar de "tolerancia" para reconocer en plenitud la diversidad cultural.
No basta oponer la racionalidad ética a la racionalidad del dinero.
No basta, finalmente, decir "no a la guerra" para diseñar ante el unilateralismo americano los perfiles de un nuevo orden de la Tierra, de un orden multipolar.
DESCOLONIZAR LA IMAGINACION

Para él es evidente que el movimiento "antiglobal" no expresa ideas precisas sobre la naturaleza del hombre y sobre la esencia del político. Le falta una antropología que le permita enfrentar la globalización en nombre de los pueblos y no de las "multitudes" - de las que habla Antonio Negri - en nombre de la libertad y no de los "derechos del hombre".
Militar por otro mundo implica para el pensador francés, la ruptura de una matriz ideológica que ha llevado tanto al internacionalismo liberal como al estatalismo "progresista"

Como sostuvo Jean-Claude Michèa, "la idea de una sociedad decente o socialista, no puede basarse en el proyecto de "otra economía" o de "otra globalización", proyectos que no pueden conducir a fin de cuentas sino a un "altercapitalismo"
Ella debe fundarse, en cambio, en una relación distinta entre los hombres y la economía.

En resumen para De Benoist no se trata de corregir las injusticias de un sistema o de limitarse a un acercamiento estructural a las cosas en juego. Se trata de acabar con la dictadura de la economía, el fetichismo de la mercancía y la primacía de los valores mercantilistas. Se trata de descolonizar la imaginación. De jugar todas las bazas al advenimiento de otro mundo, que no sea solamente un paso más allá de las cosas, una visión trascendente o utópica, sino un nuevo mundo común y concreto.
¿Perspectiva revolucionaria?- pregunta a quienes vacilan ante el desafío. Y responde: "No será jamás tan revolucionaria como el sistema capitalista financiero que, en este mundo actual, ha destruido todo"

FABRICANDO EL CONSENSO

Noam Chomsky, en su ensayo "Fabricando el consenso", editado en 1993, contrapone dos conceptos de la democracia:

· Uno, es el que lleva a afirmar que en una sociedad democrática, por un lado, la gente tiene a su alcance los recursos para participar de manera significativa en la gestión de sus asuntos particulares y que los medios de información son libres e imparciales.
Una idea alternativa de democracia es la de que no debe permitirse que la gente se haga cargo de sus propios asuntos, a la vez que los medios de información deben estar fuerte y rígidamente controlados.
A juicio del autor esta concepción es la idea hoy predominante. Tiene, sin embargo, claros antecedentes históricos que se remontan a las revoluciones democráticas inglesas del siglo XVII.

La primera gran operación moderna destinada a dirigir a las masas fue realizada por el gobierno norteamericano de Woodrow Wilson, para arrastrar a una población manifiestamente pacifista a la Primera Guerra Mundial. Elegido en 1916, Wilson creó una comisión de propaganda, conocida como Comisión Creel, "que en seis meses logró convertir a una población pacifica en otra histérica y belicista que quería ir a la guerra y destruir todo lo que oliera a alemán, despedazar a todos los alemanes, y así salvar al mundo", sostiene Chomsky.

Las principales argumentaciones surgieron del ministerio de propaganda de Gran Bretaña, cuyo propósito era, como quedó reflejado al conocerse con el tiempo documentos reservados, "dirigir el pensamiento de la mayor parte del mundo"
El poder financiero y empresarial y los medios de comunicación fomentaron y prestaron un gran apoyo a esta operación, de la que obtuvieron todo tipo de provechos.

Walter Lippmann, destacado analista político y ensayista estadounidense de la primera mitad del siglo XX, expuso una teoría sobre la democracia "progresiva", por la cual se sostiene que en una democracia con un funcionamiento adecuado, los ciudadanos se agrupan en distintas clases:

· En primer lugar, los ciudadanos que protagonizan un papel activo en cuestiones relativas al gobierno y a la administración. Es la clase que analiza, toma decisiones, ejecuta, controla y dirige los procesos ideológicos, económicos y políticos, la que ejerce el gobierno de la sociedad. Sus miembros son una exigua minoría
Luego, las grandes mayorías, que tienen asignado el papel de espectadores, sometidas a la permanente y forzosa opción de los candidatos que el sistema les impone por los mecanismos de control ya mencionados, que pasan inadvertidos para quienes no tienen una especial capacidad de análisis. A estos individuos Lippmann los calificó de "rebaño desconcertado".
De ahí que, según Chomsky, la clase dominante haya protagonizado la nueva revolución en el arte de la democracia: la fabricación del consenso.

Esa clase dominante, que maneja todos los hilos de la representación hace todo lo posible por pasar inadvertida y concentra en pocas manos una enorme porción del poder social. Es la que controla las grandes multinacionales industriales y financieras.
El teólogo del sistema, Reinold Niebuhr, afirmaba que la racionalidad es una técnica, una habilidad al alcances de muy pocos: sólo algunos la poseen, mientras que la mayoría de la gente se guía por las emociones y los impulsos.

En las décadas de los años veinte y treinta del siglo pasado, Harold Lasswell, fundador del moderno sector de las comunicaciones y uno de los analistas políticos americanos más destacados, explicaba que no deberíamos sucumbir a "ciertos dogmatismos democráticos que dicen que los hombres son los mejores jueces de sus intereses particulares. Porque no lo son; somos nosotros los mejores jueces de los intereses y asuntos públicos".

MAS EFICAZ QUE EL GARROTE

En un estado que se proclama democrático no se puede apelar abiertamente a los métodos represivos usuales en los estados totalitarios o autocráticos. Los problemas de gobernabilidad no se resuelven con cachiporras o bayonetas. La solución es más sutil, más útil y, en cierto modo, más perversa. La fuerza bruta frontal es substituida por las técnicas de la propaganda o, si se prefiere ser más contundentes, por el lavado de los cerebros.

Para lograr que este mecanismo alcance toda su eficacia, es necesario que el individuo se convierta en una suerte de átomo aislado, al margen de toda institución u organización social que lo contenga y lo organice, porque en este caso podría ser algo más que un simple espectador pasivo.

Esta técnica ha resultado muy eficaz. Si observamos el mundo actual, en particular la Argentina del último medio siglo, apreciaremos que la clase especializada, colaboracionista del sistema, cumple con el entrenamiento a que ha sido sometida y que ha aceptado, para trabajar al servicio de los amos, de los dueños de la sociedad. El resto de la población es privada de toda forma de organización; los individuos capaces de pensar por sí mismos y de analizar una realidad que cuestionan, son mantenidos por el sistema al margen de todo instrumento eficaz de comunicación social. Están encerrados en una suerte de gueto intelectual, desde el cual es casi imposible influir en la mayoría de la población, alienada por los medios de comunicación gráficos y audiovisuales sometidos al control del poder financiero.

Dice Noam Chomsky que el ideal de atomizar al individuo ha sido alcanzado en gran medida gracias a la destrucción paulatina de todas las instituciones que lo albergaban y le permitían trascender en la sociedad. Sin embargo, algunas logran subsistir. En el caso de los Estados Unidos, buena parte de la actividad disidente se refugia en las iglesias, por la sencilla razón de que existen. El "rebaño desconcertado" nunca acaba de estar debidamente domesticado.

Desde la caída del Muro de Berlín, la voz más universal, conspicua y prestigiosa que asumió la crítica del sistema capitalista financiero ha sido la de la Iglesia Católica, en especial durante el gobierno de Juan Pablo II. El gran adversario moral e intelectual de la globalización ha sido el Papa polaco que se pronunció claramente contra los abusos del sistema imperante en Occidente, incluyendo la estrategia política y militar que condujo a varias guerras. No debe resultar extraño, por lo tanto, que asistamos a una sistemática campaña de erosión de la imagen de la Iglesia de Roma y de sus figuras representativas en todo el mundo. Toda la información referida a ella es cuidadosamente manipulada desde el Estado Mayor del sistema globalizador.

No por casualidad en l982, en el Simposio sobre Economía, realizado en Roma, el cardenal Joseph Ratzinger, uno de los hombres de absoluta confianza del Papa denunció a David Rockefeller como el hombre que subsidiaba a todo género de grupos protestantes que pululan en América Latina, para minar con técnicas de difusión audiovisuales y de argucias difamatorias, el ascendiente del catolicismo. El hombre de confianza de Juan Pablo II recordó ante los economistas convocados a la reunión, que ya Teodoro Roosevelt, sanguíneo y belicoso liquidador de los restos del imperio español, mediante la guerra de Cuba - justificada, ¡cuando no!, por el supuesto ataque al acorazado Maine - declamaba desde su sala de trofeos de caza que Estados Unidos no lograría dominar a la América Latina mientras ésta siguiera siendo católica. En su profética "Oda a Roosevelt", olvidada por los intelectuales y los docentes argentinos, Rubén Darío, el poeta nicaragüense que revolucionó la lengua española, denunció a principios del siglo XX al naciente y agresivo imperialismo yanqui. Al que recordó, sin embargo, que sin bien tenía todos los instrumentos del poder, sólo le faltaba uno: DIOS.

Si colocamos nuestros ojos sobre la Argentina de hoy, podemos apreciar que mientras los sectores identificados con la forma de democracia inspirada y promovida desde los centros financieros especulativos toleran y ocultan los desafueros cometidos diariamente por políticos y empresarios venales y corruptos, se observa una sistemática estrategia de destrucción de todas las instituciones capaces de albergar a los hombres y mujeres destinados a formar parte del "rebaño desconcertado". Familia, sistema educativo, sindicatos, centros de investigación científica y tecnológica, entidades de la cultura tradicional, fuerzas armadas y de seguridad, firmas de comunicación social (gráficas y audiovisuales) e industrias de viejo arraigo han sido desarticuladas, desmanteladas e incluso destruidas, enviando a la marginalidad social a grandes sectores de la clase media y de operarios calificados. Pero el mayor encarnizamiento, con la complicidad escandalosa de medios de información, políticos e integrantes del sistema judicial, se manifiesta contra la Iglesia Católica, a la que no se le perdona que defienda sus valores esenciales y permanentes y se rebele a renunciar a ellos en nombre de los derechos que se reconoce a los grupos marginales y antisociales de expresar con absoluta libertad sus reclamos y apetitos.

La estructura cultural ha sido puesta en manos de quienes se autodefinen como "izquierda progresista", convertida en brazo del imperialismo globalizador, con el papel de anestesiar, como señala Chomsky a las grandes masas populares. ¿Cómo identificarla? Sus representantes más conspicuos firman en todas las columnas de opinión, aparecen en todos los programas periodísticos, son convocados a cuantos paneles se organicen sobre cualquier tema, y figuran en los elencos de todos los premios con que el sistema proyecta la imagen de sus servidores para que el grueso del público los acepte como profetas sociales.
El resto de las mujeres y hombres pensantes, que aún luchan por su país y su gente hambreada y marginada, no integran la agenda de ningún influyente de turno. En consecuencia, pocos saben de su existencia. Como dijera Ezequiel Paz, en el siglo XIX, ..."Lo que La Prensa no publica, no sucedió".

"PIENSO, LUEGO EXISTO"

A pesar de todo esto, que diseña un panorama abrumador y pesimista, desde las entrañas de la sociedad humana brota una creciente, aunque por ahora inorgánica rebeldía, contra el orden instituido. La cultura disidente sobrevive en distintas expresiones, a veces divergentes entre sí, pero decididas a enfrentar al imperio global anglosajón. Coinciden los pensadores católicos y de otras confesiones, con los agnósticos en materia religiosa; las viejas generaciones de los luchadores de la defensa de la soberanía de los pueblos, con las juventudes iconoclastas decididas a barrer con todo, que han perdido contacto con quienes no han tenido ocasión de transmitirles sus conocimientos y sus sueños. Si bien es cierto que Dios escribe derecho con renglones torcidos, también lo es que nunca es más tenebrosa la noche que cuando a está punto de amanecer.

Las guerras se ganan en la conciencia de la gente. No tenemos derecho al pesimismo vital, cuando sabemos fehacientemente que millones de hombres y mujeres del mundo se movilizan para enfrentar a un modelo perverso. Gente que piensa y que lucha.
Como Descartes, bien podemos apelar entonces al "Pienso, luego existo" que justifique nuestra decisión de luchar.
Para lo cual debemos conocer al enemigo en todos sus aspectos. El Imperio Anglosajón y sus aliados están preocupados por la expansión demográfica del Tercer Mundo, del que dependen para importar materias primas y energía y dar salida a sus productos.
Monseñor Michel Schooyans, sacerdote belga, doctor en Sociología y en Filosofía y miembro del Consejo Pontificio para la Familia es un alto exponente intelectual de la doctrina papal contra la globalización promovida por el capital financiero.
Sostiene que los países ricos creen que su seguridad está amenazada por los países pobres, a los que es necesario controlar para no perder sus privilegios. Las empresas multinacionales aparecen aquí como un mecanismo esencial del sistema global de dominación, para lo cual "mantienen un chantaje basado en la amenaza del traslado de fábricas, en caso de considerar exorbitantes las reivindicaciones de los trabajadores locales. Organizan la competencia y, al mismo tiempo, la controlan, ya que las relaciones de competencia quedan limitadas al mundo de los trabajadores, entre los que las desigualdades de retribución constituyen, a nivel mundial, un factor de división que hay que alimentar para seguir dominando".

Se está construyendo un nuevo orden mundial de tipo corporativo, en el cual Estados Unidos se arroga el papel de liderazgo. El bloque de naciones ricas, con Europa Occidental y Japón incluidos, se esfuerza por frenar el crecimiento y la capacidad de producción de las naciones en vías de desarrollo o subderrolladas, y practicar el maltusianismo económico, basado en el control del crecimiento demográfico y vigilar la contaminación ambiental, en vista de que si en el hemisferio sur la explotación de los recursos siguiera los caminos abiertos en las naciones ricas, el planeta se encaminaría a su agotamiento. Los países del Tercer Mundo deberán aceptar, de acuerdo a ese criterio, un programa "global" y admitir que su desarrollo se haga bajo control y con el visto bueno imperial.

Al igual que se fijan límites para el crecimiento económico, se impondrán límites para el crecimiento político. Esta estrategia mesiánica se despliega desde los centros internacionales de poder, con perceptible asentamiento en Washington y Londres, con la franca complicidad de las clases ricas de las sociedades pobres.

El Imperio teme tanto a las bombas nucleares como a las bombas ecológica y demográfica.

Trata de hacer todo lo posible para que las naciones ricas en recursos naturales, desde alimentos hasta energía, no lleguen a desarrollar capacidad atómica de disuasión. La Argentina fue obligada a partir del gobierno de Alfonsín a desmantelar las instalaciones para la producción de uranio enriquecido y plutonio y a entregar el misil Condor II para su desguace en Estados Unidos; Corea del Norte e Irán integran la "Lista del Mal" y Brasil es atentamente observado por sus instalaciones que enriquecen uranio y los esfuerzos, hasta ahora fracasados, para contar con un vector que podría ser lanzado desde su base de Alcántara, situada en su zona ecuatorial.

EL MAS PELIGROSO IMPERIALISMO TOTALITARIO

Monseñor Schooyans sostiene que una minoría dominante maneja los asuntos mundiales a la cual se permite a las clases gerenciales del Tercer Mundo sumarse, con su incorporación a sociedades más o menos informales, como la Trilateral, el Club de Roma y el grupo de Bilderberg.

"Un proyecto tan global y totalizador requiere necesariamente dispositivos jurídicos y políticos apropiados. En cuanto una "elite" acepta su propia "colonización ideológica" se separa de su pueblo y pasa a ser capaz de todas las abdicaciones. A partir de entonces, puede ser utilizada como repetidor de un centro de poder de un tipo totalmente nuevo...", dice el jesuita belga.

Este imperialismo de clase asume la singularidad que no se encarna en un Estado de contornos visibles; aunque Estados Unidos aparece como su brazo armado, nadie sabe quién decide ni quién es responsable. El lenguaje parece totalmente desconectado del sujeto que lo produce, todo es anónimo, impersonal y secreto. Este discurso violenta a las personas que lo reciben, reduciéndolas a la condición de receptáculos pasivos de una verdad venida de fuera, de depositarias de un saber alienado, alienante y hasta esotérico.

Ese nuevo imperialismo carece de un "duce" o un "führer", pues los que lo controlan y promueven tienen sumo cuidado de no dejarse ver.

La doctrina más peligrosa y perversa que genera es la de la "Seguridad Demográfica". Tiene por función seducir a los que invita o fuerza a adoptarla .

"Las mujeres a las que se hace abortar y los pobres a los que se esteriliza son "programados" para que hagan suyo el punto de vista que generan los que desean su alienación...Hasta el presente - clama Schooyans - nos encontramos ante la más peligrosa ideología imperialista totalitaria que ha conocido el mundo".

El consultor de la Santa Sede expresa con libertad y contundencia conceptos que por razones de necesaria prudencia surgen con más sutileza y cautela, aunque con toda claridad, de la posición de Juan Pablo II frente a la dramática realidad que vive el mundo.
El aumento geométrico de la población de los países pobres, es un peligro tan real para el imperio que se siente obligado a aplicar la doctrina de la seguridad demográfica.

"Es así que vemos surgir una nueva medicina, una medicina del cuerpo social más que del individuo. Una medicina que consiste en administrar la vida humana como se administra una materia prima, en constituir una nueva moral basada sobre un nuevo sentido de la vida, en penetrar en la familia disociando, con una eficacia total, la dimensión amorosa y la dimensión procreadora de la sexualidad humana; en transferir a la sociedad la gestión de la vida humana, desde la concepción a la muerte; en proceder con ello a una selección rigurosa de los que serán autorizados a transmitir la vida...", prosigue el catedrático de Lovaina.

Esta ideología mesiánica y herméticamente laica, así como la moral del amo que le es inherente, exige que sus autores reprogramen a los demás hombres. Hay que programarlos física y psicológicamente, hay que planificar su producción y su educación; para ello, habrá que utilizar el hedonismo latente, y contar con la búsqueda del placer.

La utilidad es el criterio único que debe tenerse en cuenta a la hora de admitir la entrada de un ser humano a la existencia.
Al perceptible reordenamiento estratégico y económico que se vislumbra con el surgimiento de la China y la India en este siglo, el protagonismo geopolítico que pretende asumir Vladimir Putin como eventual líder del renacimiento del nacionalismo ruso y la presencia del Islam como antagonista del occidente capitalista, hemos de sumar el crecimiento de la rebelión de las conciencias en el ámbito que el Imperio Anglosajón se reserva como territorio propio. En Estados Unidos, en Europa y América Latina, se generan núcleos de hombres y mujeres que asumen su vida con sentido trascendente, tanto en lo espiritual como en lo político-social.
Esta fuerza crece y es, en el fondo, un enemigo más peligroso para el Imperio que los eventuales contendientes que pueden desplegar su creciente desarrollo económico o su panoplia termonuclear.

El hombre, cada uno de nosotros, es en la callada sabiduría de la Creación, la medida del Universo.

Sorel y el Sindicalismo Nacional

Sorel y el Sindicalismo Nacional Gustavo Morales
Si alguien se atreve a levantar su voz contra las ilusiones del racionalismo en el acto es considerado como un enemigo de la democracia
Georges Sorel (1847-1922) era un ingeniero francés, padre del revisionismo revolucionario que supera el carácter materialista del marxismo y llegará a ser básico para la génesis del fascismo. El ambiente intelectual de Sorel se enmarca en el Barrio Latino de París, muy lejos de las frías escuelas teoréticas de Viena.
Marxista confeso, Sorel pretende, originalmente, completar el pensamiento de su maestro. A principios del siglo XX el pensamiento socialista debe enfrentarse a una serie de problemas nuevos, difícilmente explicables mediante el análisis marxista ortodoxo. Sorel se desmarca de las estructuras racionalistas y destaca que el marxismo es la construcción de un mito revolucionario para ilusionar a las masas, negando su valor como explicación racional de la realidad.
Sorel niega el valor del racionalismo, al que acusa de corruptor. Antepone a Pascal y a Bergson frente a Descartes y a Sócrates. Sorel sustituye los fundamentos racionalistas y hegelianos del marxismo por:
1.- La nueva visión de la naturaleza humana que predica Le Bon, quien aconseja que "para vencer a las masas hay que tener previamente en cuenta los sentimientos que las animan, simular que se participa de ellos e intentar luego modificarlos provocando, mediante asociaciones rudimentarias, ciertas imágenes sugestivas; saber rectificar si es necesario y, sobre todo, adivinar en cada instante los sentimientos que se hacen brotar". Resume Le Bon que "la razón crea la ciencia, los sentimientos dirigen la historia".
2.- Por el anticartesianismo de Bergson. Las enseñanzas de Bergson permiten sustituir el contenido racionalista, es decir, utópico, del marxismo por los mitos revolucionarios. Sorel afirma que todo gran movimiento viene motivado por mitos. El método psicológico toma el relevo al enfoque mecanicista tradicional (1899), frente al método científico, el recurso a una teoría de los mitos sociales. Sorel no repudia el marxismo, incluso llega a defenderlo contra algunos socialistas democráticos. Se debe a que considera que no existe ninguna relación entre la verdad de una doctrina y su valor operativo en tanto que instrumento de combate. Sorel desplaza el mito de la esfera del intelecto y lo instala en la de la afectividad y la actividad. Una mentalidad religiosa contra la mentalidad racionalista. Sorel recuerda que Bergson nos ha enseñado que la religión no ocupa en exclusiva la región de la conciencia profunda, la ocupan también, por las mismas razones, los mitos revolucionarios. Con ello, Sorel rechaza el presunto carácter científico del marxismo y niega la posibilidad de la explicación social en términos cuasi matemáticos.
3.- Por la rebelión de Nietzsche. La única actitud coherente del revolucionario es la negación de los valores imperantes y la afirmación de otros nuevos y rebeldes. En Reflexiones sobre la violencia, Sorel afirma: Los mitos no son descripciones de cosas, sino expresiones de voluntad... conjuntos de imágenes capaces de evocar en bloque y exclusivamente a través de la intuición, previamente a cualquier tipo de análisis reflexivo, la masa de los sentimientos que corresponden a las diversas manifestaciones de la guerra librada por el socialismo en contra de la sociedad moderna. Sorel identifica mito y convicciones, entendiendo éstas en términos de las ideas y creencias de Ortega. Sorel distingue entre la ética del guerrero, que apoya, y la del intelectual, que condena: Ya no hubo soldados ni marinos, sólo hubo tenderos escépticos.
Fases del pensamiento soreliano
Socialismo marxista
En una primera fase, los sorelianos metamorfosean el marxismo, construyen una nueva ideología revolucionaria, desechando las teorías marxistas de plusvalor y de clase. Sorel vacía el marxismo de hedonismo y de materialismo, haciéndolo pasar de ser una máquina intelectual esclerotizada a una fuerza movilizadora en pos de la destrucción de lo que existe, el mundo materialista burgués. La teoría de los mitos se vuelve el motor de la revolución y la violencia su instrumento: La violencia proletaria, no sólo puede garantizar la revolución futura, sino que, además, parece ser el único medio de que disponen las naciones europeas, embrutecidas por el humanismo, para recobrar su antigua energía. Para Sorel, sólo los hombres que viven en estado de tensión permanente pueden alcanzar lo sublime. En esa vía, Sorel reivindica el cristianismo primitivo y el sindicalismo de combate de su tiempo. No nos molestaremos en demostrar que la idea de violencia revolucionaria no se ciñe al derramamiento de sangre ni a la brutalidad, que son inherentes a la explotación del trabajador, camuflada bajo la cortina de humo del sufragio partitocrático. Por esa vía, también la crítica del sociólogo Pareto al marxismo, base de su teoría de las élites, se acerca a la de Sorel.
Sindicalismo nacional
En una segunda fase, a partir de que Sorel abandona el socialismo (1909), el mito nacional sustituye al mito exclusivamente proletario, ya desalentado en la lucha contra la decadencia democrática y racionalista. La enseñanza obligatoria, la alfabetización en las zonas rurales, el acceso lento pero continuo de la clase obrera a la cultura, no favorecen la conciencia de clase del proletariado, sino más bien una nueva toma de conciencia de la identidad nacional. Los sorelianos ven la organización de la sociedad en términos sindicalistas. Sorel cree que el sindicalismo, en su lucha contra la dictadura de la burguesía y la dictadura del proletariado, ambas materialistas, posee un alto valor civilizatorio. La influencia de Sorel se refleja en el parlamento de productores defendido por José Antonio, así como en la afirmación: Concebimos a España como un gigantesco sindicato de productores. Ledesma asumirá, además, el término de sindicalismo nacional que se extiende entre los sorelianos franceses e italianos. A la postre, lo nacional vira hacia formas de sindicalismo al igual que los sindicalistas varían hacia diferentes escuelas de nacionalismo. Asumen, también, de Sorel que la disciplina, la autoridad, la solidaridad social, el sentido del deber y del sacrificio, los valores heroicos, son otras tantas condiciones necesarias para la supervivencia de la nación. El mito nacional releva al mito meramente social como motor revolucionario. Para ello, es preciso que la convicción se apodere absolutamente de la conciencia y actúe antes que los cálculos de la reflexión hayan tenido tiempo de aparecer en el espíritu. Es decir, opta por la opción de la nueva civilización que nace de la acción directa antes de la reflexión teórica. Aquí Ledesma recibe una mayor influencia soreliana que José Antonio, que a pesar de su renuncia a la torre de marfil de los intelectuales siente una cierta nostalgia por ella, visible en su Elogio y reproche a Ortega y Gasset.
La vanguardia cultural de la primera década del siglo XX, los futuristas, reciben con entusiasmo las ideas sorelianas prefascistas: Los elementos esenciales de nuestra poesía serán el coraje, la audacia y la rebelión. Queremos derribar los museos, las bibliotecas, atacar el moralismo (...) Ensalzamos las resacas multicolores y polifónicas de las revoluciones. En pie en la cumbre del mundo, lanzamos una vez más el desafío a las estrellas. (Marinetti, 1909).
Un hecho crucial en la opinión pública occidental está en 1920. Cuando, respaldados por numerosas huelgas parciales y ocupaciones de fábricas en el norte de Italia, los nacionalsindicalistas italianos presenten su propuesta de autogestión de la industria al ministro de Trabajo, Arturo Labriola. El primer ministro Giolitti reconoce el derecho de participación de los trabajadores en las empresas. El nacionalsindicalismo italiano obtiene así una victoria épica.
Con todo ello, los sorelianos abren la tercera vía entre las dos concepciones totales del hombre y la sociedad que son el liberalismo y el marxismo, ideologías presas del racionalismo donde se prescinde de la intuición y del sentimiento en favor de un imposible concepción matemática de las ciencias sociales. El discurso de Sorel se hace transversal, basado fundamentalmente en el poder de los sindicatos pero repudiando el carácter meramente reivindicativo de éstos, es decir, su domesticación en brazos del socialismo parlamentario. Sorel repudia los pactos y acuerdos con la burguesía, así como el sistema de dominio del liberalismo democratizado: el parlamentarismo. Sorel odió tanto a la burguesía y la democracia liberal que recibió con expresiones de júbilo la revolución rusa, a pesar de haber criticado enérgicamente el leninismo de los revolucionarios profesionales. Sorel ve en Lenin la revancha del genio creador del jefe contra la vulgaridad democrática. Aconsejaba a los sindicatos alejarse del mundo corrupto de los políticos y de los intelectuales burgueses, distinguiendo entre conspiración y revolución. Sólo la segunda da vida a una nueva moral. Sólo los trabajadores más militantes -dice Sorel- son sindicalistas: El obrero de la gran industria sustituirá al guerrero de la ciudad heroica. Por tanto, los valores de ambos son comunes y el ascetismo y la eliminación del individualismo suponen características compartidas por el soldado-monje y por el obrero-combatiente. Podemos encontrar coincidencias entre el desarrollo de Sorel y el de Spengler.
Fascismo
Sorel no desacreditó el uso que los fascistas hacían de su nombre. De hecho, el fascismo nace de la crítica sindicalista, con un fuerte componente soreliano, al marxismo racionalista ortodoxo. El fascismo se revela contra la deshumanización introducida por la modernización en las relaciones humanas, pero, al contrario que el tradicionalismo, desea conservar celosamente los logros del progreso. La revolución fascista busca transformar la naturaleza de las relaciones entre el individuo y la comunidad sin que por ello sea necesario desbaratar el motor de la actividad económica moderna. Los sorelianos son los primeros revolucionarios surgidos de la izquierda que se niegan a cuestionar la propiedad privada. Consideran que atacarla supone confundir al enemigo real: la concepción burguesa y materialista de la existencia, que también encarnan el jacobino y el socialdemócrata.
Los sorelianos se mantienen fieles a la idea de que todo progreso depende, y dependerá, de una economía de mercado, al igual que hoy defiende el economista joseantoniano Velarde Fuertes, distintas de los planteamientos estatistas de Dionisio Ridruejo. En este punto del debate, los nacionalsindicalistas se escinden, la mayoría pasa a apoyar directamente al fascismo, incluso cuando éste modera su aspecto de transformación económica de la sociedad. Otro pequeño sector, el ala izquierda, rompe con el fascismo y recupera el viejo axioma del sindicalismo revolucionario: la sociedad de trabajadores libres.
El paso de uno a otro es visible en José Antonio en la comparativa del Discurso de la Comedia de 1933 al Discurso de la revolución Española de 1935, en el que enumera cuatro tipos de propiedad: la personal, la familiar, la comunal y la sindical. Están ausentes la estatal y la correspondiente a sociedades anónimas.
En cualquier caso, con la síntesis fascista, la estética revolucionaria y heroica se convierte en parte integrante de la política y de la economía.
Conclusión
Sorel, en los artículos reunidos en las Ilusiones del Progreso, denuncia a Descartes, dado que sus ideas lo son de la clase dominante. Desecha el racionalismo que deviene en optimismo al entender el mundo como un inmenso almacén donde todos pueden satisfacer sus necesidades materiales. Sorel pide que el socialismo se transforme en una filosofía de comportamiento moral, donde las relaciones de los trabajadores generen una nueva ética, absolutamente distinta de la moral burguesa, el enemigo real de Sorel.
Sorel abandona el proletarismo cuando comprueba que la violencia obrera, sustentada en las reivindicaciones materiales, no eleva al proletariado al nivel de una fuerza histórica susceptible de engendrar una nueva civilización. Sorel anuncia que el sindicalismo se separa del socialismo racionalista y repudia, finalmente, a Marx y a Hegel. Sorel asume la frase de Croce y afirma: El socialismo ha muerto, cuando descubre, con amargura, que las ideas, preocupaciones, fines y comportamientos del trabajador no difieren de aquellas de los burgueses. El carácter pactista del parlamentarismo liberal ha seducido a los partidos socialistas europeos occidentales y los sindicatos, animados por la acción directa y el mito de la huelga revolucionaria, o se amoldan o se separan radicalmente del socialismo parlamentario.
Sorel se desentiende de las construcciones teóricas que anteceden a la acción. Él es un enamorado del hecho revolucionario, lo que ayuda a comprender su paso del marxismo de combate, que abandona cuando la socialdemocracia se domestica en los parlamentos, y da su posterior adhesión a los procesos de revolución nacional que sacuden Europa.
Cuando el 23 de marzo de 1919, en la plaza San Sepolcro de Milán, Mussolini funda el fascismo italiano, entre los presentes se encuentran muchos sindicalistas sorelianos, hastiados de la connivencia de la burguesía con el Partido Socialista Italiano del que también procede el futuro Duce.
En resumen, el fascismo no nace de la burguesía sino que es una escisión de la izquierda socialista, la fracción de aquellos que abominan del liberalismo parlamentario y consideran que la misión histórica del proletariado no es imponer una dictadura sino crear una civilización.
A la postre el fascismo pierde su empuje revolucionario, es decir, cuando inicia su política de pactos con la burguesía industrial, los partidos nacionales del resto de Europa rompen con él y buscan un nuevo engarce de la revolución nacional con el brío puro y antipolítico de las masas anarcosindicalistas. El mejor ejemplo lo tenemos en Ramiro Ledesma y La Conquista del Estado. Ledesma no opta por el fascismo, a pesar de su viva la Italia de Mussolini o viva la Germania de Hitler, ni por el bolchevismo, también a pesar de su viva la Rusia de Stalin, sino por algo consustancial a todos ellos, el fin de la democracia liberal, ese régimen basado en palabras del soreliano Berth, en el voto secreto...el símbolo perfecto de la democracia. Ved a ese ciudadano, ese miembro de lo soberano, que temblorosamente va a ejercer su soberanía, se esconde, elude las miradas, ninguna papeleta será lo suficientemente opaca para ocultar a las miradas indiscretas su pensamiento...
Ledesma, como Sorel y José Antonio, entienden que el trabajador está llamado a recuperar el sentimiento heroico de la existencia, antaño en manos del guerrero.
Sorel es la superación del mecanicismo marxista. José Antonio da un paso más, superando el fascismo corporativista y enlazando la cuestión social y la nacional con el compromiso humano y utópico.
En resumen, el fascismo es un revisión del socialismo. El nacionalsindicalismo, al final, supone una superación del carácter material y pactista de ambos, entroncando con el sindicalismo revolucionario y la nacionalización del proletariado, construyendo una sociedad vertebrada sin estatismo.

La hegemonía intelectual de la izquierda progresista

Alberto Buela

Una tipología elemental de lo que se entiende por izquierda progresista se apoya en cuatro o cinco rasgos fundamentales.

1. - La creencia de una existencia en sí de la igualdad humana, cuando los seres humanos sólo somos iguales en dignidad, pero en sí mismos diferentes unos de otros.

2. - La igualdad humana acompañada del rechazo a toda distinción de clase, género o raza.

3. - Hostilidad a todo lo que confiere poder desde el mundo económico, llámese empresas, negocios o mercado.

4. - Desprecio a los sentimientos patrióticos y a todo aquello que huela a militarismo u orden cerrado.

5. - Buena disposición a creer en la buena fe de todos aquellos que hablan de lucha y de liberación.

6. - Sentimiento de culpabilidad por el pasado de su país si ha intervenido en guerras de conquista o colonización.

En definitiva, el intelectual de izquierda progresista tiende a repudiar el mismo orden social que le permite tiempo libre para estudiar, pensar, enseñar e incitar al cambio.

La paradoja de nuestros días es que por primera vez en la historia existe una hegemonía cultural del progresismo a escala completa, en las universidades, academias, colegios, iglesias, prensa y televisión. Pero al mismo tiempo el proletariado industrial ha desaparecido, dejando de formar parte del imaginario colectivo y la opinión popular se aleja más y más de las ideas denominadas "progresistas".

El fracaso mundial de la socialdemocracia en el poder ha hecho que este pase a manos de los ejecutores de políticas liberales en casi todo el mundo.

La hegemonía intelectual de la izquierda progresista se da en todo el ámbito de la cultura y en la creación de la opinión pública, pero el manejo de los hechos políticos y económicos está en manos de los ejecutores liberales.

El intelectual progresista a través de una hermenéutica de la sospecha siente la persecución obsesiva del poder y de la opresión del discurso tradicional, pues éste se maneja a través de la balanza equilibrada entre orden y libertad o autoridad y espontaneidad popular.

Pero, ¿cómo funciona esta hegemonía? Como un grupo de interés unido por la ideología dominante de la igualdad, que se asegura un cargo rentado en una actividad de servicios respaldada por el Estado.

El intelectual progresista de izquierda adquiere de por vida una renta estable como garantía contra el desastre social.

El obtener una renta por actividades cuyos riesgos no caen sobre sus hombros, hace que su principal preocupación sea conseguir nuevos fondos para alimentar el grupo de interés para asegurar a cada uno de sus miembros la permanencia en el cargo.

¿Cómo reacciona ante la crítica o la disidencia interna? Con el complot del silencio, sostenía Arturo Jaureche. A lo que habría que agregar: Con la demonización y la denuncia de incompetencia intelectual de aquel que piensa distinto.

La crítica a lo políticamente correcto encarnado por el progresismo paga un precio costoso. Criticarlo, sea al enquistado en las universidades como al de las Iglesias, la prensa o la televisión es perder prestigio intelectual por carecer del reconocimiento de los pares que en su mayoría guardan silencio ante el disidente.

La ideología igualitaria es tranquilizadora, se instala y se extiende suavemente en los ámbitos comentados, pero tiene un grave inconveniente la amenaza que representa el talento y la excelencia humana. El músico Salieri al no poder ser más que Mozart, le reclama al crucifijo antes de echarlo al fuego: "Tu me distes la vocación pero no los talentos". Este es el gran drama de la izquierda progresista, la esterilidad en la producción de sentido y en el orden de la investigación. La Universidad de Buenos Aires bajo el rectorado del judeo-argentino Oscar Schuberoff en estos últimos 16 años es el más claro ejemplo de lo que queremos decir: Raleó a los pocos profesores talentosos y no permitió el acceso a ningún sapiente. Hoy el descrédito internacional de la UBA está generalizado.

En el fondo es un ataque sostenido al concepto de mérito y aunque postula apoyar los estándares generales de educación y cultura, lentamente los socava. Porque no cree en la importancia de ningún criterio universal, salvo el de la igualdad de los hombres, es por ello que rechaza viceralmente la larga tradición del pensamiento tradicional que hunde sus raíces en la filosofía griega, la religión católica y el derecho romano.

Este pensamiento tradicional tan íntimamente vinculado a la vida de los pueblos occidentales y especialmente a los iberoamericanos se le torna incomprensible al intelectual progresista de izquierda, porque en las elecciones no cuenta nunca con los votos y jamás sintió el placer de participar de sus fiestas.

La ideología igualitaria lo lleva, irremediablemente, al resentimiento en la moral que tan magistralmente caracterizara el filósofo Max Scheler(1875-1928) "Propio del resentimiento es la falsificación de los valores pues como no puede ver con alegría valores superiores,(los talentos en el genio, las virtudes en el santo y las proezas en el héroe) oculta su verdadera naturaleza bajo la exigencia de igualdad. En realidad lo que quiere es la decapitación de los que poseen esos valores superiores que le indignan". (op.cit.p.188

Fundamentos de la doctrina justicialista

I
EL HOMBRE

El ser humano nace de la familia, grupo social básico que constituyen sus padres y del cual recibe la vida y cuidados de toda naturaleza. Se desarrolla en el seno de una Comunidad más amplia que se constituyó a lo largo de los siglos y que le proporciona la herencia del pasado, sin la cual no se diferenciaría de la fiera: no sólo los bienes materiales, sino también y sobre todo sus caracteres biopsíquicos y la civilización y cultura de su tradición.
De ahí que el hombre sea un animal social: depende de la sociedad que le da la vida y los medios de aprovecharla plenamente, conforme con su derecho natural de individuo. Tiene, por lo tanto, la obligación, no menos natural, de aportar a la Comunidad todo lo que es capaz de darle y, eventualmente, de sacrificarse por ella.
Sólo en el marco social el ser humano se realiza plenamente, mandando si tiene las cualidades requeridas, obedeciendo si lo necesita para afirmarse en grado máximo; pero nunca aceptando pasivamente la existencia. La Comunidad no es ningún rebaño: para progresar en toda la medida de lo posible, necesita que todos sus miembros, cada uno en el lugar que su capacidad le asigna, luchen constantemente. No se transforma la naturaleza con gozadores; no se vencen los obstáculos con cobardes. El heroísmo es la virtud primera del hombre. Vivir peligrosamente es vivir como ser humano; vivir tranquilamente es subsistir como vaca destinada al matadero. Los hombres Heroicos hacen los pueblos fuertes. Y sólo los pueblos fuertes hacen la historia.



II
LA COMUNIDAD

Natural o voluntariamente, el ser humano forma parte de distintos grupos sociales y asociaciones de naturaleza diversa, cada uno de los cuales tiene su orden propio que se opone en alguna medida al de los otros y que permanecen unidos, sin embargo, por vínculos de solidaridad más fuertes que sus antagonismos. El hombre es miembro de una familia, de un taller, de una parroquia, de un club deportivo, etc., fuera de los cuales no podría ni procrear, ni producir, ni rezar, ni divertirse. Las familias agrupadas en cierto territorio constituyen un municipio; varios municipios, una provincia; varias provincias, una nación. Y lo mismo ocurre, o debería ocurrir, con los demás grupos de función común.
La Comunidad se presenta, pues, como una pirámide de federaciones diferenciadas que desempeñan cada una su papel particular en el seno del organismo social. No se trata de un mero conglomerado, sino de un conjunto unitario que nace, se desarrolla y muere como un individuo. Surgida del pasado, la Comunidad crea su historia afirmándose en el presente por adaptación a condiciones de vida siempre cambiantes y se proyecta en el futuro con una masa de posibilidades que le corresponderá a ella hacer reales o rechazar en el olvido.
Para afirmarse cada vez más, la Comunidad nacional tiene que ser dueña de su destino. Esclavizada por una potencia extranjera o proletarizada por la finanza internacional, la nación no puede sino sobrevivir, humillada y explotada. Pero tampoco puede dar lo mejor de sí misma cuando una fracción de sus integrantes la gobierna en provecho propio o explota el trabajo ajeno. No hay Comunidad nacional sin soberanía política, independencia económica ni justicia social.



III
EL ESTADO

Los grupos federados que constituyen la Comunidad no sólo están destinados a coexistir, sino también a colaborar, en el sentido preciso de la palabra, como los miembros de una familia. Tienen que desempeñar cada uno su papel particular en el seno del organismo social. Sus funciones respectivas son complementarias. No se puede concebir una harmonización de tantas actividades diversas e interdependientes sin un orden jerárquico, que implica el mando. Es ésta la razón primordial por la cual toda Comunidad posee un órgano especializado en conducción política: el Estado. A él corresponde dar a la multiplicidad necesaria de los grupos y federaciones la unidad sin la cual no habría sino el caos.
Para conducir a la Comunidad, el Estado necesita conocerla, y no sólo en su realidad presente. No puede crear la historia sin saber de dónde vienen los elementos de que dispone, o sea sin aprehenderlos en su evolución. Para poder proyectar la intención histórica de la nación, el Estado debe interpretarla y, más aún, encarnarla.
También debe dar a las fuerzas internas del cuerpo social la unidad y continuidad que no poseen espontáneamente. De los grupos, asociaciones y comunidades intermedias surgen dinamismos que constituyen la “materia prima” de la duración comunitaria. Pero tales dinamismos tienden a desgastarse en antagonismos estériles que el Estado tiene que superar, haciendo que las fuerzas hostiles concurran a la afirmación nacional.



IV
LA SUBVERSIÓN BURGUESA

A fines del siglo XVIII o principios del XIX el orden social natural fue quebrado por un fenómeno patológico cuyas consecuencias seguimos padeciendo. Grupos marginales de la sociedad comunitaria, que se dedicaban al comercio de ultramar y, clandestinamente, al préstamo a interés, se habían enriquecido sin conseguir con ello más que comodidades materiales. Aspiraban al poder y, después de un largo proceso de subversión ideológica, lograron apoderarse del Estado francés y posteriormente, por la fuerza o la propaganda, de los demás Estados del mundo occidental.
La burguesía adaptó entonces a sus necesidades las estructuras del Estado, convirtiéndolo de órgano rector de la Comunidad en instrumento de su propia dominación. Pero las “fuerzas de ocupación” estaban divididas en numerosos grupos competidores, debido a su misma naturaleza mercantil. Con el fin de que ninguno de dichos grupos pudiera desplazar a los demás, la burguesía triunfante dividió al Estado en tres poderes autónomos e hizo depender los cargos públicos más importantes de un proceso electoral individualista. Cada grupo constituyó su propio partido. Reservado, en un primer momento, a los burgueses mediante el sufragio censal, el derecho de voto fue extendiéndose paulatinamente a medida que se conseguía adoctrinar al pueblo gracias al monopolio de los medios de difusión: escuela y prensa. Si una elección daba, a pesar de todo, resultados insatisfactorios, siempre se la podía anular.
Así quebradas su unidad y su continuidad, el Estado ocupado por la burguesía era sumamente débil. No podía, pues, tolerar la existencia de comunidades intermedias poderosas, a las cuales no estaba seguro de poder imponer su voluntad. De ahí que disolviera los gremios, avasallara la iglesia y hasta, en algunos países, dividiera las provincias históricas. Su meta era convertir al pueblo organizado en una masa de individuos aislados, “nacidos expósitos y destinados a morir solteros”, como dijo Renan. Pues, por débil que fuera, el Estado burgués siempre podía dominar a un rebaño de seres humanos indiferenciados. En nombre de una Libertad mítica e irreal, la burguesía se empeño en quitar al hombre los fueros y libertades de que gozaba anteriormente en virtud de su función. Y lo consiguió en gran medida.



V
EL CAPITALISMO

Con el régimen demoliberal, el dinero se convierte en la fuente exclusiva del poder. La disolución de los gremios y la legalización del préstamo a interés eliminaban todo obstáculo al enriquecimiento mediante la explotación del hombre por el hombre: del hombre pobre por el hombre rico; del productor al parásito.
Prometiendo a los demás la libertad política, la burguesía se aseguró la libertad económica, que utilizó para anular la primera. Pues la Libertad era indivisible, absoluta para todos: para el fuerte y para el débil, para el rico y para el pobre. O sea, como dijo Julio Guesde, para el zorro y para la gallina: ¿por qué la gallina se quejaría de que el zorro se la comiera si ella tiene plena libertad de tragarse al zorro?
Con su riqueza hasta entonces inutilizada, los burgueses abrieron manufacturas y el libre artesano de antaño se convirtió en un asalariado. No fue más dueño de sus herramientas ni del producto de su labor. Se limitó a vender su trabajo al capitalista, quien fijaba el precio en función de la “ley” de la oferta y de la demanda. Claro que el obrero tenía absoluta libertad de no aceptar el trato y en consecuencia, como también lo dijo Julio Guesde, de morirse de hambre.
Así se dividió la sociedad en clases: por un lado, el conjunto de los detentadores de los medios de producción, o sea, la burguesía capitalista; por otro, el conjunto de los asalariados, o sea, el proletariado; entre las dos, el conglomerado de todos aquellos que no revistaban en ninguno de los bandos, o sea, la clase media. Otrora estamental, vale decir funcional, la estratificación de la Comunidad se hacía económica: los explotadores, los explotados y, en el medio, los que no eran netamente ni lo uno ni lo otro.



VI
EL CAPITALISMO DE ESTADO

Carlos Marx preveía, a mediados del siglo pasado, que el capital se iría concentrando en un número de manos cada vez más reducido y que la clase media sería absorbida por el proletariado. Tales predicciones no se han cumplido en el mundo liberal. Por el contrario, los dueños del capital se han ido multiplicando y las clases medias se amplían constantemente, absorbiendo a sectores cada vez más importantes de la clase obrera. La minoría burguesa, que había sabido conquistar el poder a sangre y fuego en los decenios que siguieron a 1789, evidentemente ya no era la misma. Se había ablandado con la vida fácil y se manifestaba incapaz de llegar al soñado monopolismo integral.
De repente, en 1917 y en un país, Rusia, donde el capitalismo, embrionario, aún no había logrado imponerse, una minoría insurrecta, muy semejante por su composición a los jacobinos, se adueño del poder y, a través del Estado ocupado por ella, se convirtió en el único detentador–colegiado- de los medios de producción, de difusión y de represión. A lo largo de los años, esa minoría combatiente se fue transformando en una oligarquía tecnoburocrática cerrada, que supo realizar un capitalismo perfecto, evitando los escollos del liberalismo. Fuera de ella, sólo había proletarios indefensos, cuyos sindicatos no eran sino instrumentos de poder del Estado-patrón.
Entre el capitalismo liberal y el capitalismo estatal no existía, pues, -ni existe- otra diferencia que la que procede de distintos grados de cohesión y eficacia. Tal diferencia era más marcada que hoy en vísperas de la segunda guerra mundial. Desde aquel entonces, y especialmente en los últimos años, el sistema soviético se ha ido liberalizando hasta reintroducir el lucro y la competencia entre las empresas, mientras que el sistema liberal se iba endureciendo como consecuencia de la guerra, con intervención cada vez mayor del Estado en la conducción de la vida económica.



VI Bis
EL SINDICALISMO

No se podía esperar, por supuesto, que los asalariados aceptaran pasivamente la situación que se les imponía. Muy pronto, proletarios más conscientes y más valientes que los demás empezaron a organizarse para la lucha. No constituían sino una minoría ínfima, pero dura y decidida. Con un heroísmo digno de los tiempos homéricos, como muy bien dijo Jorge Sorel, supieron interpretar a la clase obrera y alzarse contra el sistema democapitalista. Como un ejercito en guerra, en medio de la incomprensión y, a menudo, de la hostilidad de sus compañeros de miseria, subieron al asalto del Estado burgués, con la única arma de que disponían: la huelga. Arma insuficiente, ésta, por cierto. Pues los patronos, dueños del poder comunitario, recurrieron a la policía y, de ser preciso, al Ejército. El sindicalismo revolucionario, como tal, fracasó.
Paradójicamente, los héroes de la lucha de clases consiguieron, sin embargo, una serie de victorias en el terreno en que menos las buscaban. Las huelgas aisladas –pues la misma condición proletaria nunca permitió llevar a cabo los grandes proyectos de huelga general- no inquietaban sobre manera al Estado burgués, pero sí perjudicaban a los patrones contra los cuales se hacías. Para quitar a los líderes revolucionarios el apoyo de la masa de los asalariados, basta con ceder ante sus reivindicaciones materiales y aumentar un tanto los salarios. Las condiciones de vida y de trabajo de los obreros empezaron así a mejorar. No faltaron entonces dirigentes sindicalistas para pensar que más valía abandonar un combate sin esperanza y negociar con la burguesía la incorporación pacífica del proletariado al sistema vigente, a cambio de ventajas cada vez mayores. Los héroes dejaron el lugar a mercaderes que sustituyeron la lucha por el regateo y la componenda. El sindicalismo reformista no representaba ningún peligro para la burguesía. Antes al contrario, garantizaba la permanencia del régimen demoplutocrático. Entonces, los sindicatos mediatizados fueron autorizados por ley, ya meros apéndices, ruidosos pero tranquilizadores, del sistema imperante.
Con el tiempo, la clase obrera de los países más industrializados se fue aburguesando. En cuanto a sus condiciones de vida, se diferencia muy poco, hoy en día, de las clases medias. Pero sus integrantes siguen siendo asalariados, subesclavos bien alimentados. Sus dirigentes han llegado a constituir una oligarquía capitalista, no sólo la buena vida, sino también, directa o indirectamente, el poder. Son empresarios como los demás, mancomunados como los demás para la defensa del sistema.



VII
EL PODER SUPRANACIONAL

El más craso error que se pueda cometer al estudiar el mundo de hoy es el de creer que capitalismo liberal y capitalismo estatal son enemigos irreconciliables. En realidad, no pasan de competidores, como podían serlos potencias demoliberales del siglo pasado. Rivalizan por el dominio de colonias y mercados, pero se encuentran solidarias cuando el sistema común está en peligro. Lo demostró a las claras la segunda guerra mundial como también, en nuestro país, el contubernio de liberales y comunistas en 1945 y 1955.
Más aún, todo parece indicar que existe, por encima de los bloques demoplutocrático y soviético, una potencia supranacional que los maneja a su guisa. Está probado que un consorcio bancario internacional subvencionó abundantemente a Trotsky en 1917. No fue, evidentemente, un hecho accidental. La gran finanza no tiene patria, sino solamente intereses. Guerra fría y conflictos localizados no son sino episodios de mutua conveniencia, que permiten a los Estados Unidos mantener a flote su tambaleante economía y a la Unión Soviética reforzar la tensión interna sin la cual su imperios correría serio peligro de desintegrarse. Lo más probable es que quienes atienden, en Washington y en Moscú, el teléfono que une la Casa Blanca al Kremlin hablen un mismo idioma, y que este idioma no sea ni el ruso ni el inglés.



VIII
EL MOVIMIENTO REVOLUCIONARIO

No faltaron, en el siglo XIX, grupos revolucionarios que se alzaran contra el poder burgués. Pero su enfoque del problema era parcial. Unos, salidos de las clases medias, luchaban por la liberación del Estado y, a través del Estado, de la Nación. Otros, formados en el seno del proletariado, buscaban liberar a la clase obrera de la opresión capitalista. No se daban cuenta que su enemigo era el mismo: la minoría burguesa que, dueña del poder político, avasallaba la Comunidad y explotaba a los productores. A menudo, por mutua incomprensión, nacionalistas y socialistas se enfrentaban, neutralizándose, debidamente incitados al efecto por agitadores a sueldo.
Para que la revolución auténtica se hiciera factible, fue preciso que los grupos nacionalistas tomaran conciencia de la opresión capitalista que ellos sufrían exactamente como el proletariado, y que los grupos obreros tomaran conciencia del avasallamiento de la Comunidad histórica por la oligarquía burguesa. Entonces sí surgieron movimientos revolucionarios nacionales que supieron realizar la síntesis del nacionalismo y del socialismo, del espíritu de tradición y del espíritu de revolución. Negando los antagonismos anticuados, estos movimientos constituyeron verdaderos Estados supletorios que se hicieron los instrumentos de la intención directriz de sus respectivas Comunidades.
Las revoluciones nacionales de nuestro siglo se realizaron en dos estadios. El primero consistió en la liberación del Estado de la ocupación burguesa, lo que implicaba la reestructuración funcional. El segundo, en la liberación de la Comunidad y, en especial, del proletariado, de la explotación económico-social que padecían, lo que implicaba la transformación total del sistema capitalista de producción y distribución. Lo segundo era más difícil de realizar que lo primero: la historia reciente lo prueba.



IX
LA REVOLUCION NACIONAL JUSTICIALISTA

En nuestro país, el proceso revolucionario se desarrollo de un modo un tanto diferente. El golpe militar del 4 de junio de 1943 ya había liberado el Estado, con un enfoque exclusivamente político, cuando surgió el peronismo, integrado por grupos nacionalistas civiles y por la gran masa obrera. El movimiento revolucionario no se había constituido, depurado ni fogueado en la lucha. Carecía de doctrina y de cuadros y hasta, dividido en partido y gremios, de unidad orgánica. No supo endurecerse ni unificarse desde el poder. Antes al contrario, cometimos el error de permitir –y a veces imponer- la afiliación indiscriminada al partido, debilitándolo así aun más. Sólo los gremios constituían una fuerza coherente, pero incompleta por su mismo carácter clasista,
Por otro lado, la revolución nacional justicialista estalló y se desarrollo en el momento internacional más difícil. Vencida en el país, la Unión Democrática dominaba el resto del mundo con el nombre de Naciones Unidas. La presión política y militar de los aliados había sido muy seria –en algunas oportunidades, irresistible- en los años anteriores y permanecia latente. Cambiar brutalmente las estructuras políticas y económicas hubiera sido considerado una verdadera provocación, con posibles consecuencias sumamente peligrosas para nuestra misma soberanía.
El Estado justicialista tuvo, por lo tanto, que actuar dentro del marco institucional creado por la oligarquía, o sea con instrumentos inadecuados a sus propósitos. Se limitó a dar un nuevo sentido a formas caducas. En el campo político, la mayoría electoral que lo respaldaba le permitió gobernar sin suprimir el régimen de partidos. En el campo económico, el macizo apoyo de los gremios le permitió instaurar la justicia social sin destruir el capitalismo. Sólo en los últimos tiempos de nuestra primera época de gobierno, un tanto relajadas las tensiones internacionales, pudimos empezar a quitarnos la careta. Las constituciones de La Pampa y El Chaco hicieron su lugar a la representación sindical y se socializaron algunas empresas. Pero, salvo estas pocas excepciones, por lo demás incompletas, la revolución nacional justicialista se limitó a eliminar efectos de causas estructurales que permanecían, constitucional y legalmente, en vigencia. Bastó, en 1955, un intrascendente golpe insurreccional para que el régimen demoliberal volviera a funcionar como si nada, o casi nada, hubiera cambiado desde 1943.



X
HOY: DOCTRINA Y MOVIMIENTO

Hay que aprender las lecciones de la batalla perdida. Muchos entre nosotros, pero no todos, han sabido hacerlo a través de diez años de persecución y de lucha. Sin embargo, nuestro movimiento sigue siendo gregario, cuando sólo las minorías operantes, expresión legítima del pueblo, son capaces de hacer revoluciones. Tenemos a millones de electores; no tenemos a los pocos miles de militantes organizados que nos son imprescindibles para dar victoriosamente el asalto al poder burgués.
No se puede organizar a fuerzas revolucionarias sin darles previamente la formación doctrinaria sin la cual no hay disciplina ni conciencia de los objetivos a alcanzar. Mucho se ha hecho, en los últimos años, para precisar las grandes líneas ideológicas del justicialismo. Nuestros historiadores revisionistas ya han ganado la batalla, en su campo, y la mitología liberal ya no engaña a nadie entre nosotros. Nuestros sociólogos y economistas han profundizado científicamente nuestra doctrina, especialmente en sus aspectos estructurales. Hoy, la Escuela Superior de Conducción Política del Movimiento está dando a esta tarea una orientación orgánica y normativa y empieza a formar nuestros militantes.
Queda por constituir, en el seno del Movimiento, una milicia combatiente que sepa encarnar, con espíritu heroico, al pueblo revolucionario todo, al margen de la estratificación clasista que nos impuso el capitalismo burgués y que sueñan en hacer perdurar los ideólogos marxistas, fieles a esquemas superados.



XI
MAÑANA: EL ESTADO COMUNITARIO

Volveremos, muy pronto, a liberar el Estado. No deberá, entonces, permanecer ningún resabio institucional de la ocupación burguesa. El Estado debe responder a nuestra realidad y a nuestras necesidades, no solamente en sus intenciones y sus obras, sino también en sus estructuras.
La nueva Constitución Justicialista asegurará la unidad y continuidad del Estado en la persona de su Jefe, situado por encima de los tres poderes institucionales. Garantizará una auténtica representación popular a través de las comunidades intermedias y cuerpos constituidos de la nación: provincias, gremios, Iglesia, universidades, fuerzas armadas, etc. Respetará y fomentará la autoconducción y los fueros de los grupos sociales y comunidades intermedias.
Así el Estado estará en condiciones de desempeñar satisfactoriamente sus funciones: todas sus funciones, y sólo sus funciones.
Esto supone, naturalmente, la supresión total y definitiva de los partidos políticos que constituyen los instrumentos del engaño demoliberal. Ni la Comunidad está hecha orgánicamente de partidos, ni una parte de la nación, en pugna con las demás, puede expresar validamente la intención histórica del todo, unitario y complejo a la vez. Sólo en Estado soberano, librado de la ocupación clasista y partidista, tiene por misión conducir a la Comunidad con vistas a su cada vez mayor afirmación.



XII
MAÑANA: LA EMPRESA COMUNITARIA

Considerada en su aspecto funcional, la empresa es una comunidad jerarquizada de productores, diversamente especializados, que aúnan esfuerzos para fabricar determinado artículo o prestar determinado servicio, valiéndose para ello de las herramientas o máquinas que impone la técnica moderna.
Considerada, por el contrario, en su aspecto legal, esta misma empresa no pasa, hoy en día, de ser un mero capital que compra máquinas, materias primas y trabajo. Pura ficción. Pues si con un golpe de varita mágica se suprimieran los dueños del capital, la empresa seguiría funcionando sin la menor perturbación, mientras que pararía y desaparecería si se eliminasen los productores.
No basta, por lo tanto, mejorar el nivel de vida del proletariado. No basta dar al productor el lugar que le corresponde en la Comunidad. No resuelve nada cambiar el capitalista sustituyendo la oligarquía burguesa por una oligarquía burocrática. Lo que hace falta es suprimir el salariado, devolviendo a la empresa, aprehendida en su realidad orgánica, la posesión y, de ser posible, la propiedad de su capital, así como la libre disposición del fruto de su trabajo.
Cualquier ente social –individuo, grupo o comunidad- tiene el derecho natural de poseer los bienes que le son imprescindibles para subsistir y realizarse plenamente. El municipio, por ejemplo, tiene naturalmente derecho a la propiedad de la vía pública o de la red de alumbrado. El municipio en sí, no la suma de sus habitantes. Cuando alguien viene a instalar en una ciudad, no tiene que comprar su parte de calle ni de usina; ni la vende cuando se va. La empresa es también un ente social independiente de sus integrantes individuales del momento. Es ella la que tiene que ser dueña de su capital, al que encontrará y usufructuará el productor entrante y dejará para su sucesor el productor saliente. Esto vale tanto para la empresa industrial como para la empresa agropecuaria. Los reformistas pequeños burgueses que quieren lotear las unidades orgánicas de nuestro campo fomentan el minifundio y la miseria. La tierra debe ser de quienes la trabajan, como las máquinas de quienes trabajan en ellas. Tal principio no supone, en absoluto, el parcelamiento de la propiedad de los instrumentos de la producción, sino la supresión de las propiedad individualista de bienes que otros –individuos o grupos- necesitan. O sea la supresión del parasitismo en todas sus formas.
Eliminado el parasitismo capitalista, las clases desaparecerán ipso facto. No habrá más burgueses ni proletarios, sino productores funcionalmente organizados y jerarquizados en sus empresas.
El gremio perderá entonces el carácter clasista que le ha impuesto una lucha necesaria cuya responsabilidad no lleva y volverá a convertirse en una federación de empresas comunitarias, con el patrimonio asistencial que necesita y los poderes legislativos y judicial que definirán sus fueros. En cada gremio, un banco distribuirá el crédito entre las empresas, dentro del marco de la planificación y conducción económica del Estado Nacional.
La revolución justicialista no busca, pues, llegar a una componenda entre capitalismo individualista y capitalista estatal, ni “mejorar las relaciones entre capital y trabajo”. Repudia íntegramente cualquier forma de explotación del hombre por el hombre y quiere volver, en todos los campos, al orden social natural. Es éste el sentido de nuestra TERCERA POSICIÓN.




Escuela Superior de Conducción Política
del Movimiento Nacional Justicialista

Decano: Tte. Gral. JUAN PERON

Secretario Nacional: Licenciado Hugo Petroff

DEPARTAMENTO DE DIFUSIÓN
ESCUELA CENTRAL

¿Qué es la identidad de los pueblos?

Juan Carlos Arroyo González
(Artículo publicado en el Boletín n.4, 1997)

Sin duda alguna la cuestión de la Identidad cultural es uno de los temas pendientes de este fin de siglo, y una de las ideas centrales sobre las que girará el debate intelectual y político del próximo milenio.

No es de ninguna manera una cuestión que se haya planteado por primera vez en nuestra época, sino que indudablemente ha consituido un fenómeno constatable a lo largo de los tiempos históricos.Todos los pueblos han conocido una etapa de expansión cultural, de difusión de sus modos de vida y valores, y todos los pueblos también han pretendido en todo momento mantener su peculiaridad, sus formas, su contenido vital y cultural como garantía de su pervivencia en la historia, cuestión además paralela-y no excluyente-a un proceso de simbiosis con otros contextos culturales.

Pero lo que caracteriza esos otros momentos históricos del presente, es la dimensión que toma el problema cultural en nuestras sociedades. Una dimensión que no se reduce a continentes y lugares geográficos determinados, sino que toman el cariz de mundial, global, y por tanto total.

La cuestión de la Identidad se plantea cuando entran en contacto-pacífico o violento-grupos humanos de muy distinto origen étnico y cultural, y que se han visto en la necesidad de desplazarse buscando nuevas tierras, mejores climas, en definitiva, mejores condiciones de vida.

La diferencia reside en que la emigración o inmigración de los Pueblos se ha convertido hoy en una "cuestión política" y que al estar sometida a los dictados de los intereses ideológicos y económicos, pierde, en su análisis, toda objetividad llenandose de cargas subjetivas y pasionales.

Ésto es justamente lo que, en gran medida, ha ocurrido con el fenómeno de la inmigración hacia Europa, ya que su tratamiento informativo en los medios de comunicación, ha resaltado el dramatismo sensacionalista en detrimento de las causas y problemática de fondo de la inmigración.

La identidad es, por definición, la cualidad de lo idéntico, pero en un mundo en constante evolución, donde la realidad tiende hacia una constante diversificación, lo "idéntico" puede resultar un concepto equívoco y más bien habría que hablar de afinidades y no de igualdades.

El análisis de la Identidad ha ido parejo con dos cuestiones culturales y sociales de plena actualidad.

En primer lugar la mundialización y standardización del patrón cultural occidental-o lo que se entiende hoy dia por occidental-ha dado lugar a una abierta actitud de rechazo de otros pueblos ante el temor de ver una tradición secular absorbida por valores radicalmente distintos a los suyos, y cuyo resultado radicará en su mayor o menor capacidad de respuesta. Evidentemente el peligro de desaparición de culturas practicamente "testimoniales" (caso de las tribus del Amazonas y el Orinoco por poner un ejemplo) es inmensamente mayor que el de enclaves culturales "disidentes" y de gran fuerza ideológica como es el Islam.

En segundo lugar los fenómenos migratorios que han ocurrido en las últimas décadas, migraciones realizadas desde paises en vias de desarrollo (de subdesarrollo más bien) a los paises industrializados del norte, ha puesto sobre la mesa el problema-aparte de la pobreza y el hambre-de las características culturales, nacionales, étnicas, etc., tanto de las poblaciones emigradas como de las autóctonas.

Esta situación ha despertado un debate social e intelectual en el seno de la sociedad europea que va desde el planteamiento de la asimilación igualitaria de los inmigrantes, a posiciones que ponen en cuestión la viabilidad de la sociedad multicultural y los peligros de disolución de las identidades culturales que puede suponer.

Ámbas manifestaciones han dado lugar a posiciones radicales entre los partidarios de un cosmopolitismo nivelador que sostiene una abierta defensa del mestizaje (cultural, étnico) y la actitud de sectores xenófobos que defienden mediante la violencia la exclusión social de los inmigrantes. Sin embargo la integración no es una cuestión que afecte en cuanto a sus resultados finales a la población autóctona, sino que implica de igual manera a la población recién llegada. Sin ir más lejos el caso de los inmigrantes norteafricanos en Francia, es un ejemplo;su oposición a la idea de la asimilación cultural contraria al mantenimiento de sus tradiciones(como la conocida polémica sobre el velo de las niñas musulmanas en las escuelas), ha desembocado incluso en abiertas críticas contra las asociaciones antirracistas del país vecino.

Una sociedad en crisis.

El debate sobre la xenofobia y la xenofilia esconde una realidad más profunda en la que radica la disgregación social que viven las sociedades humanas del fin de este milenio. Sin duda la pérdida de unos referentes culturales claros, de unos valores tradicionales, la sustitución de un comunitarismo social por la idea de una sociedad de masas anónima, la extensión del "modo de vida" norteamericano, constituyen las notas esenciales que definen el momento actual en una perspectiva social y cultural.

El individualismo que informa la sociedad occidental desde la Revolución Francesa, la primacia de la técnica como garante del bienestar social, el consumismo como único estímulo social, el poder de las élites económicas y políticas, son las claves para entender los cambios sociales que han ocurrido en las últimas décadas, cambios que han incidido en una mayor desestructuración de las sociedades, donde las relaciones interpersonales se miden en términos puramente contractuales. La desorientación de las masas, alienadas de su pasado y carentes de un futuro cierto, han creado episodios de violencia social de las cuales han sido en parte víctimas los inmigrantes.

Hablando en propiedad, habría que decir que el fenómeno de la inmigración ha sido el revulsivo que ha mostrado a "Occidente" su propia decadencia como civilización y como rector del mundo, si se me permite utilizar la terminología de Spengler. Lo que hoy conocemos como civilización occidental no tiene absolutamente nada que ver con los orígenes: aquella extraordinaria, fecunda y tolerante cultura pagana de griegos, romanos o celtas. Realmente Occidente es el resultado final de la soberbia del pensamiento ilustrado, de aquel racionalismo totalitario que pretendía ser universal, del mito del progreso ilimitado.

La alteridad, la vista del "otro", ha hecho que nos demos cuenta de este auténtico "desarme cultural" en que vive Europa. La pérdida de una Identidad, no por la venida de gentes de otros paises, sino por el olvido de una Tradición propia. La comparación entre culturas, con vistas a sentar nuestra propia diferenciación, no ha resistido la prueba.

El arraigo.

Ante todo la Identidad colectiva no puede ser definida en términos de exclusión o
marginación del otro, sino de reencuentro con uno mismo. De igual manera no puede ser entendida como algo inmutable, invariable, que resiste todos los cambios, sino como un contenido vivo que se renueva constantemente, aceptando y enriqueciéndose con el entorno, pero a la vez manteniendo su peculiaridad. Es una circunstancia perfectamente histórica que se evidencia en el contacto entre los Pueblos y la perduración de su idiosincrasia.

Así la Identidad vendría marcada por la existencia de una tensión y equilibrio entre un factor de permanencia y un factor de cambio, factores que, más que diverger en direcciones opuestas, suponen presupuestos necesarios para la pervivencia de las realidades culturales de los pueblos.

En efecto, todo cambio cultural sería-o debería ser-no la pérdida de una Tradición
originaria como conjunto de costumbres, leyes o visión del mundo, sino la adecuación de una manera de ser a un determinado momento histórico. Es por ello que el concepto de Identidad englobaría estabilidad y dinamismo a la vez. Todo proceso de cambio parte del núcleo mismo de toda cultura como un reflejo adaptativo.

Aferrarse por tanto a la "originalidad" de una realidad cultural, supone conducirla a un camino sin salida, a una via muerta. Lo contrario, es decir, la necesidad de buscar "fuera" un estímulo, un patrón, que haga posible un cambio cultural, puede suponer a la larga la destrucción de la Identidad propia. Es éste el dilema al que se enfrentan las culturas minoritarias, "atrasadas" y, en diferente medida, las culturas "civilizadas" aquejadas de mala conciencia por un pasado de imperialismo colonial.

El arraigo por tanto supone el proceso de aprehensión y transmisión constante de los contenidos vivenciales que hacen que un pueblo, nación o étnia se definan como una Identidad diferenciada. Y ese arraigo se presenta tanto con más fuerza, cuanto que se quiere revalorizar o recuperar esa Identidad.

Es por eso que el próximo milenio se nos aparece marcado por el signo del deseo del hombre de buscar su Identidad. Ahora que la aldea global nos amenaza con convertirnos a todos en esclavos de las multinacionales;que los medios de (des)información pretenden convencernos de que seamos idénticos consumidores globales;cuando quieren presentarnos como sociedad ideal lo que no es más que un agregado masificado de individuos dominados por intereses individualistas, ahora, digo, es necesario que llegue la hora de los Pueblos.

Ni izquierda ni derecha: Pensamiento popular

El lúcido pensador italiano Marcello Veneziani comienza un bello artículo sobre el antiglobalismo con la siguiente observación: "Si te fijas en ellos, los anti-G8 son la izquierda en movimiento: anarquistas, marxistas, radicales, católicos rebeldes o progresistas, pacifistas, verdes, revolucionarios. Centros sociales, monos blancos, banderas rojas. Con el complemento iconográfico de Marcos y del Ché Guevara. Luego te das cuenta de que ninguno de ellos pone en discusión el Dogma Global, la interdependencia de los pueblos y de las culturas, el melting pot y la sociedad multirracial, el fin de las patrias. Son internacionalistas, humanitarios, ecumenistas, globalistas. Es más: cuanto más extremistas y violentos son, más internacionalistas y antitradicionales resultan". [1]

Se da cuenta que la oposición desde la izquierda a la globalización es sólo una postura que se agota en una manifestación. Seattle, Génova, Nueva York, Porto Alegre, pero no pasa nada, "el mundo sigue andando" como decía Discepolín. Es que la política del " progresismo" como ha observado agudamente el filósofo, también italiano Massimo Cacciari, ordena los problemas pero no los resuelve [2]

De esto mismo se percata el sociólogo marxista más significativo de Iberoamérica, Heinz Dieterich Steffan quien en un reciente artículo señala: "Si la tarea actual de todo individuo anticapitalista es, por lo tanto, absolutamente clara: ¿Por qué "la izquierda" y sus intelectuales no la encaran? ¿Por qué repiten en foro tras foro la misma letanía sobre la maldad del neoliberalismo y se contentan con sus ritualizadas propuestas terapéuticas inspiradas en Keynes, Tobin y Stiglitz? ¿Por qué no convierten la realidad capitalista en objeto de transformación antisistémica, en lugar de mantenerla como muro de lamentaciones?" [3].

El fracaso rotundo de la izquierda, hoy rebautizada "progresismo", es que, además de no haber elaborado, deglutido sería el término exacto, la derrota del "socialismo real" con la implosión soviética y la caída del Muro, no reelaboro sus categorías de lectura, y se quedó anclado al mundo categorial de Marx, Engels, Lenín, Rosa Luxemburgo y eventualmente Trotsky, haciendo arqueología política.

Lo más significativo del siglo XX, la escuela neomarxista de Frankfurt, luego de los esfuerzos de Adorno, Apel, Cohen y Marcuse, termina con el publicitado Habermas y su teoría del consenso (sin percatarse que el consenso siempre ha sido de los poderosos entre sí) y sus discípulos aventajados James Bohman y Leo Avritzer con su teoría de la democracia deliberativa o "chamuyera", que como un nuevo nominalismo pretende arreglar las injusticias políticas, económicas y sociales con palabras. Conversando en una especie de asambleísmo permanente.

Si la izquierda está liquidada, ¿qué queda de la derecha? ¿Se puede esperar algo de ella?

De la derecha clásica, tanto del nacionalismo orgánico o integral al estilo de Charles Maurras, como del fascista de Mussolini o del católico de Oliveira Salazar no queda nada. Sólo trabajos de investigación históricos y pequeños grupos políticos sin peso en sus sociedades respectivas.

Eso sí, queda como derecha el neo conservadorismo estadounidense y los gobiernos que le son afines. Y de esta derecha liberal, la única que existe con peso político, solo se puede esperar que las cosas empeoren para la salud y el bienestar de los pueblos.

Si esto es así, denunciamos una vez más de entre las cientos de veces que lo hemos intentado mostrar, que la dicotomía izquierda-derecha es estrecha, por no decir falsa, para encarar una lectura adecuada de la realidad.

Hoy situarse a la izquierda o a la derecha es no situarse, es colocarse en un no-lugar, sobre todo para el pensador (rechazo de plano el término intelectual) que pretende elaborar un pensamiento crítico. Y el único método que hoy puede crear pensamiento crítico es el disenso. Disenso no sólo con el pensamiento único y políticamente correcto sino también y sobre todo, con el orden constituido, con el statu quo vigente.

El disenso es estructuralmente una categoría del pensamiento popular, en tanto que el consenso, como vimos, es una apropiación de la izquierda progresista para lograr la democracia deliberativa que tiene mucho de ilustrada, y también, aunque en otro sentido, propiedad del liberalismo como acuerdo de los que deciden, de los poderosos (G8, Davos, FMI, Comisión trilateral, Bildelbergers, etc.).

El disenso que se manifiesta como negación tiene distinto sentido en el pensamiento popular que en el culto. En este último, regido por la lógica de la afirmación, la negación niega la existencia de algo o alguien, en tanto que en el pensamiento popular lo que se niega no es la existencia de algo o alguien, sino su vigencia. La vigencia puede ser entendida como validez, como sentido. El disenso niega el monopolio de la productividad de sentido a los grupos o lobbys de poder, para reservarla al pueblo en su conjunto, más allá de la partidocracia política.

La alternativa hoy es situarse más allá de la izquierda y la derecha. Consiste en pensar a partir de un arraigo, de nuestro genius loci dijera Virgilio. Y no un arraigo cualquiera sino desde las identidades nacionales, que conforman las ecúmenes culturales o regiones que constituyen hoy el mundo. Con esto vamos más allá incluso de la idea de estado-nación, en vías de agotamiento, para sumergirnos en la idea política de gran espacio y cultural de ecúmene.

Desde estas grandes regiones es desde donde es lícito y eficaz plantearse el enfrentamiento a la globalización o americanización del mundo. Hacerlo como pretende el progresismo desde el humanismo internacional de los derechos humanos, o desde el ecumenismo religioso como ingenuamente pretenden algunos cristianos, es hacerlo desde un universalismo más. Con el agravante que su contenido encierra un aspecto de loable, pero vacuo, inverosímil y no eficaz a la hora del enfrentamiento político.

Pero este enfrentamiento se está dando igual, a pesar de la falencia de los pensadores en no poder elaborarlo aún, a través del surgimiento de los diferentes populismos, que más allá de los reparos que presentan a cualquier espíritu crítico, están cambiando, como observa Robert de Herte [4] las categorías de lectura. Así la oposición entre burgueses y proletarios de la izquierda clásica va siendo reemplazada por la de pueblo vs. oligarquías, sobre todo financieras y las de izquierda y derecha por la de justicia y seguridad.

Así, mientras que desde la izquierda progresista la crítica a la globalización queda limitada a la no extensión de sus beneficios económicos a la humanidad sino sólo a unos pocos. Porque la izquierda, por su carácter internacionalista no puede denunciar el efecto de desarraigo sobre las culturas tradicionales y sobre las identidades de los pueblos. Su denuncia se transforma así, en un reclamo formal para que la globalización vaya unida a los derecho humanos.

En cambio, es desde los movimientos populares que se realiza la oposición real a las oligarquías transnacionales [5]. Es desde las tradiciones nacionales de los pueblos donde mejor se muestra la oposición a la sociedad global sin raíces, a ese imperialismo desterritorializado del que hablan Hardt y Negri. Es desde la actitud no conformista que se rechaza la imposición de un pensamiento único y de una sociedad uniforme, y se denuncia la globalización como un mal en sí mismo.

Es que el pensamiento popular, si es tal, piensa desde sus propias raíces, no tienen un saber libresco o ilustrado. Piensa desde una tradición que es la única forma de pensar genuinamente según Alasdair MacIntayre [6], dado que "una tradición viva es una discusión históricamente desarrollada y socialmente encarnada". Por lo que les resulta imposible a los pueblos y a los hombres que los encarnan situarse fuera de su tradición. Cuando lo hacen se desnaturalizan, dejan de ser lo que son. Son ya otra cosa.

Notas

[1] El antiglobalismo de derecha. Marcello Veneziani (1955) periodista del Giornale y del Menssaggero y colaborador con la Rai, es autor de varios ensayos entre los que se destacan: La rivoluzione conservatrice in Italia (1994), Processo all´Occidente (1990) y L´Antinovecento (1996). Podemos inscribirlo dentro de la corriente de pensamiento no-conformista.

[2] Massimo Cacciari(1944). Filósofo, diputado del PC y Alcalde de Venecia hasta 1993. Autor de varios ensayos: L´Angelo necesario (1986), Dell´Inicio (1990), Dran: Meridianos de la decisión en el pensamiento contemporáneo (1992), Geo-filosofia dell´Europa (1995). Pensador disidente de la izquierda europea.

[3] La bancarrota de la izquierda y sus intelectuales (31-3-04). Heinz Dieterich Steffan, es sociólogo y profesor en la UNAM de Méjico y columnista del diario El Universal. Predicador itinerante en todos los países de Nuestra América de un nuevo proyecto histórico del marxismo. Es autor de una treintena de libros entre los que se destacan: El fin del capitalismo global (1999) y La crisis de los intelectuales en América Latina (2003)

[4] Robert de Herte es el seudónimo de Alain de Benoist (1943). Editor de las revistas Eléments y Krisis y autor de innumerables trabajos entre los que cabe recordar Vu du droite (1977), Orientations pour des années décisives (1982), L´empire intérieur (1995), Au-dela des droits de l´homme (2004). Es el más significativo pensador de una corriente de pensamiento no conformista, alternativa y antiigualitarista en donde se destacan, entre otros, Guillaume Faye, Robert Steuckers, Julien Freund, Alessandro Campi, Claude Karnoouh, Tarmo Kunnas, Thomas Molnar, Domminique Venner, Pierre Vial, Javier Esparza, Giorgio Locchi, etc.

[5] Sobre la relación entre pensamiento popular y negación puede consultarse con provecho el libro La negación en el pensamiento popular (1975) del filósofo argentino Rodolfo Kusch (1922-1979), así como nuestro trabajo: Papeles de un seminario sobre G.R.Kusch (2000).
Entre los no pocos filósofos originales que ha dado la Argentina (Taborda, de Anquín, Guerrero, Cossio, Rougés) Gunther Rodolfo Kusch ocupa un destacado lugar. No sólo por la originalidad de sus planteamientos filosóficos sino además porque los mismos han generado toda una corriente de pensamiento a través de la denominada filosofía de la liberación en su rama popular.

[6] Alasdaire MacIntyre (1929) es un filósofo escocés que vive y enseña en los Estados Unidos y que se destacó por su crítica a la situación moral, política y social creada por el neoliberalismo. Sus trabajos son el basamento de todo el pensamiento comunitarista norteamericano. Sus libros más destacados son: After Virtue (1981), Whose Justice? Which Rationality? (1988), Three rival versions of moral enquiry (1990).
Alberto Buela [Argentina]
23.VI.2004