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Identidad y Comunidad

Recordando a Arturo Jauretche

Fue un 25 de mayo de 1974. Algo así como si la patria lo condecorara en el llamado final, a aquel criollo que por ella anduvo, incansable, en duros entreveros, que por ella supo empuñar el "fierro" y tomar la pluma, en esas generaciones que paren argentinos cabales. Quizá por eso, don Arturo Jauretche aceptó aquel llamado para dejarnos físicamente, en el mayo inaugural de la Nación aún no redimida definitivamente; dejando a sus paisanos el mensaje inteligente, esclarecedor, duramente experimentado, y el mandato inexcusable de continuar en la senda liberadora que él recorrió sin medir riesgos.
Pero muy mal se sentiría ese criollo genial -que siendo uno de los más brillantes intelectuales de su generación, renegaba permanentemente de ello por la connotación que tienen en nuestro país los "cultos" que viven permanentemente de espaldas a su pueblo-, si nos quedáramos en la admiración de su persona. Por ahí recibiríamos su dicterio preferido de "tilingos", por desvirtuar su mensaje y mandato, o por no comprenderlo.
No. Es necesario, a través de Jauretche, recuperar lo que a él lo hizo temible para los intereses de la extranjería: su método para analizar el drama argentino: soplar, como lo hizo, con su vozarrón insilenciable, las cortinas de humo que los intereses externos dominantes utilizaban -y utilizan- para obscurecer y confusionar a las fuerzas reales y auténticas del interés de la Nación.
Comenzó por enfrentar a una intelectualidad que veía al país con las categorías culturales de los centros de dominación, que para crear y sobrevivir rendía tributo al mantenimiento de la condición colonial. Y nítida y certeramente fue señalando los subproductos emanados de la falta de un pensamiento nacional que elabora la visión auténtica y autóctona de nuestros problemas económicos, sociales, políticos, culturales. No renegaba, no podía, su penetrante inteligencia, de los logros de la ciencia y la cultura universales, pero clamaba que se la procesara y aplicara al interés del país, y seguro y confiado del genio de su pueblo, se le aportaran reelaboraciones que las enriquecieran a nuestro servicio: "No se trata de incorporarnos a la civilización, colonialmente, sino de que la civilización se incorpore a nosotros, para asimilarla y madurarla con nuestra propia particularidad".
Partir de nosotros, de nuestras realidades y vivencias. Vernos tal como somos en tránsito a nuestra realización. La necesidad de unir todos los esfuerzos de la Nación para alcanzar la capacidad de autodecisión, marcar nuestro rumbo. Entonces nos enseñó; y tiene razón y vigencia, la falta de sentido de dividirnos en izquierdas y derechas, en democráticos y antidemocráticos, en sectarismos partidarios. Que la verdadera línea divisoria está entre nacionales y antinacionales, y el núcleo de nuestra dependencia está en no elevarnos a país industrial moderno.
Algunos "resoplidos" jauretchianos parecen descorrer cortinas de humo actuales: "¿Para qué pierden tiempo en condenar a la sociedad de consumo, cuando en la Argentina cada vez se consume menos?. ¿Para qué discuten acerca del divorcio si el gran problema de las multitudes argentinas es casarse y el otro gran problema es el de los hijos con apellido materno?. ¿No comprenden que asesorarse con técnicos extranjeros o con el Fondo Monetario es lo mismo que ir a comprar al almacén guiándose por el manual escrito por el propio almacenero?".
Reconoció en los trabajadores la fuerza incoercible del interés nacional, y en nuestra errática clase media mostró sus peligrosas debilidades en el burlón e inflexible "El medio pelo en la sociedad argentina", ese brillante trabajo sociológico hecho, según su lenguaje llano y directo, con "estaño". En él, pidió a las clases medias, en especial a la burguesía industrial entonces en ascenso, que dejaran las pautas tradicionales de la oligarquía decadente, para asumir su rol de burguesía nacional, que instauraran el capitalismo nacional, en lugar de ser dominados y dependientes del capitalismo internacional. Si no lo entendieron a Jauretche, deben haber entendido, llorando, con Martínez de Hoz.
Hoy, a pocos días de cumplirse diez años de su fallecimiento, su figura sigue incitando para que hagamos el difícil pero necesario ejercicio de pensar, "sin anteojeras ideológicas": ¿Cuál es la razón de que pensadores nacionales como Jauretche no tengan la difusión masiva que reciben expresiones literarias que sólo convocan a revolcarnos en lo más negativo, divisionista, desintegrador o secundario? ¿Por qué el silencio que pretende rodear su obra y militancia, apenas rescatada por las capas profundas del pueblo? Simplemente que los intereses dominantes saben que se pueden permitir interminables "payasadas" desde posiciones izquierdosas y aparentemente "revolucionarias" y "antiimperialistas", pero que es mortífero el pensamiento nacional, el programa nacional, la realización nacional.
De ahí que se estimule, en especial a cierto "fubismo" universitario redivivo, en proyectos socialdemócratas y "otras yerbas" químicamente puros, - que se enfrenten con los trabajadores tratando de "salvarlos" de la "burocracia sindical", con los militares, con la Iglesia -; que se aliente a cierto "totalitarismo" peronista que regrese antinomias, para que en esa división jueguen como elementos diversionistas, inconscientemente al servicio de la extranjería. Es que deben aprender con Jauretche que se puede ser cipayo desde la derecha y desde la izquierda, en tanto no se responda a un proyecto nacional, junto al pueblo de carne y hueso, no el "pueblo" de las abstracciones elitistas.
Sin dudas que la lucha es dura y desigual, pero escuchemos la imponente convicción de Jauretche para reconfortarnos y seguir: "La nuestra es un arma chica. Como los cuchillos de los gauchos que ataban a la punta de tacuaras con tientos del país. Con esa poca cosa se hizo la patria. Con esa arma chica empezamos nosotros. Pero el salir saldrá cortando. Y haremos patria". "No me inquieta la oscuridad actual porque más oscuro estaba entonces, en ese final de la década infame. Ya no hay luces en el cielo, y sí sólo algunos faroles dispersos en el campo, como los tambos a la hora del primer ordeñe. Pero el paisano sabe que está por salir el sol".
Que así sea don Arturo, que así sea.
(20 de mayo de 1984)

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