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Identidad y Comunidad

Los dioses del pueblo Romano

Nuria Soria



El carácter romano era pragmático, útil y siempre referente a las cosas que sirven y a la vez demuestran inteligencia y poder. Los dioses romanos propios no hacían referencia ni a divinizaciones de la extravagancia ni a complejas cosmologías, sino que eran deidades que tienen su trascendencia en el ámbito cotidiano.

Tras la conquista de Grecia y la asimilación de Roma con ésta, se acogen con gusto leyendas y tradiciones griegas, aparte de las costumbres, arte, filosofía y modo de ver la vida de los griegos. Pero esto no fue sólo copia o «transliteración» a la idea romana, fue una base que junto al marcado temperamento latino dio origen a una compleja visión del mundo.

Tampoco debemos creer que Júpiter o Marte no fueran adorados antes por el pueblo de Roma, pero éstos perdieron toda identidad propia al ser identificados con sus equivalentes griegos, de los cuales tomaron carácter, familia e historia.

En cierto sentido, para entender las prácticas religiosas romanas, se debe (al haber nacido en una cultura occidental moderna) olvidar todo lo que puede saberse y pensarse sobre la religión. judaísmo, cristianismo e islam, tres de las cinco religiones dominantes en vida moderna, son religiones monoteístas y escripturales (basan su "saber teológico" en un texto escrito). hinduismo y budismo, las otras religiones dominantes del mundo, son bien diferentes, hasta el punto que es dudoso poder atribuirles el carácter de "religión", tal como la entiende tradición abrahámica.

Los monoteístas creen que un solo "Ser" divino e inmortal rige el cosmos. Los romanos, en contraste, eran politeístas y creían en una multiplicidad de divinidades. Los judíos, cristianos y musulmanes basan su religión en las escrituras reveladas por su dios.

Sin embargo, culto y prácticas religiosas les ofrecieron algo a los romanos que nosotros reconoceríamos como una relación personal con el "ser" divino, la "religión" era optativa. Cuando a alguien se le pide definirse hoy en día frecuentemente especificará su identidad religiosa personal. "Soy judío", por ejemplo. Un romano, incluso uno consagrado a un dios particular o culto, probablemente no lo haría. Para el pueblo romano, el aspecto más importante de la religión es la unión personal con su comunidad y la de su comunidad con los dioses. La religión era inherentemente una colectividad, no algo individual.

Pero no nos centremos en las generalidades de la religión romana (o religiones romanas) y veamos cuáles eran esos seres a los que estaban dirigidas plegarias y sacrificios. Había varias clases de dioses entre los romanos: dioses rústicos y seres sobrenaturales (Dii Indigetes), dioses familiares (Dii Familiares), dioses estatales (Dii Consentes) y personificaciones (Genii).



Orígenes de la religión romana

En la Roma arcaica los dioses eran "numina", es decir manifestaciones divinas sin rostro ni forma, pero no por ello menos poderosas. La idea de dioses antropomórficos llegó posteriormente, con la influencia etrusca y principalmente griega. Estos dioses son al menos tan viejos como la propia urbe.

El concepto de "numen" (poder) continuó existiendo y se relacionó con cualquier manifestación divina. Para los romanos, todo en la naturaleza está habitado por uno o varios numina, lo cual explica el gran número de deidades del panteón romano. Los numina muestran su voluntad divina por medio de fenómenos naturales que el fiel constantemente busca interpretar. Por ello se presta gran atención a los agüeros y augurios (ales) en cada aspecto de la vida cotidiana romana.



Dioses y diosas

Los llamados «Dii Consentes» fueron honrados especialmente, y coinciden básicamente con sus homólogos griegos. Eran doce, ni uno más ni menos: Júpiter, Juno, Minerva, Vesta, Ceres, Diana, Venus, Marte, Mercurio, Neptuno, Vulcano y Apolo, en el orden listado por el poeta Ennio en torno a siglo III antes de nuestra era. Contaban con estatuas en el Foro, posteriormente llevadas al Porticus Deorum Consentium («Pórtico de los Dioses Consentes»).

Pero lo que caracteriza a la religión romana es el culto a los Dii Familiaris, dioses familiares. Así, en esta especie de religión familiar se adora al Lar Familiaris (espíritu guardián y genio protector de la familia), a los Lares Loci (dioses del lugar, es decir, guardianes del sitio ocupado por la casa o por el templo o santuario), el Genius Paterfamiliarum (genio del paterfamilias, es decir, deificación protectora del cabeza familiar), los Dii Penates (dioses penates guardianes de la economía doméstica), los Dii Manes (dioses manes o espíritus de los antepasados) y una multitud de otros dioses que eran colocados en una hornacina en el atrium o «hall» de la domus, la casa.

Este culto esta relacionado con los dioses del Estado (Lar Praestites, Penates Publici…) y el culto imperial, pues el genio del emperador no es más que el genio del paterfamilias de todos los romanos.

Algunos otros dioses propiamente romanos son:

Jano (Ianus): dios de las puertas (ianuae), que simboliza el paso de un lugar a otro, de un estado a otro (paso del invierno al verano, de la juventud a la madured, etc.), el principio y el fin. Es un dios bifrontre, con dos caras, una al frente y la otra al revés. El primer mes del año (Ianuarius) le fue dedicado. Se le invoca al comenzar una guerra (es decir, en el paso de un estado de paz a un estado de guerra), y mientras ésta durara, las puertas de su templo permanecían siempre abiertas; cuando Roma estaba en paz, las puertas se cerraban. Jano no tiene equivalente en la mitología griega.

Quirino (Quirinus): nombre de Rómulo, el fundador, tras su muerte. Es también un dios de la guerra, adorado por las sabinas. Se le identificó con Marte (Mars), dios también bélico heredero del Ares heleno.

Vulturno (Vulturnus): divinización de un río del norte de Italia. Nace en los Apeninos y pasa por Capua. Parece que su nombe significa "viento del oeste". Por extensión, fue la personificación de todos los ríos.

Vertumno (Vertumnus): deidad de las estaciones, cambios y maduración de las plantas y frutos. Es un dios polimorfo, con el poder de transmutarse en lo que desee. Tenía un templo en el Aventino construido en 264 ane (antes de nuestra era). Las fiestas Vertumnalias se celebraban el 13 de agosto.

Pales: diosa patrona de los pastores y los rebaños. Preside la salud y fertilidad de todos los animales domésticos. Sus fiestas eran las Paliliae (o Pariliae) celebrada el 21 de abril, legendaria fecha de la fundación de Roma. El nombre Pales está relacionado con la palabra grecolatina phallus (falo).

Flora: La diosa de las flores y la primavera. Tenía un templo menor en el Quirinal y un santuario cerca del Circo Máximo en construido el 238 ane. Las Floralia, famosos festivales del 28 de abril al 1 de mayo, existieron hasta el siglo IV d. C. Flora se identifica con la Chloris griega. "Flora" eran también el Nomen Arcanus ("nombre secreto", que nadie debe conocer) de la propia ciudad de Roma.

Carmenta: es la diosa del parto y las profecías. Su templo en Roma estaba junto a la Porta Carmentalis. Su fiesta, exclusiva de las mujeres, se celebraba entre el 11 y el 15 de enero.

Pomona: diosa reina de los árboles frutales. Es la querida de muchas deidades como Silvano y Picus, o incluso Vertumno. Su sacerdote especial es el flamen Pomonalis. Su atributo es la hoz.

Portuno (Portunus): dios romano de los puertos y bahías portuarias, originariamente dios de las puertas (portae) y las llaves y animales domésticos. Su templo se hallaba junto al Foro Boario. Su atributo es la llave.

Belona (Bellona): diosa romana de la guerra, muy popular entre los soldados romanos. Ella acompaña a Marte en la batalla, el que fue diversamente su esposa, hermana o hija. Tenía un templo en el Capitolio y su fiesta se celebraba el 3 de junio. Belona se representa armada, con espada, casco y lanza… Su origen es etrusco.

Furrina: diosa romana que quizá fue un espíritu oscuro. Su naturaleza ha sido olvidada, pues su sacerdocio y ritual eran ejercidos por una hermandad esotérica y prohibida a los legos. Su fiesta se celebraba el 25 de julio (Furrinalia).

Hay también otro grupo de misteriosas deidades formado por dioses titulares nativos del Latium (Lacio) llamados colectivamente Dii Indigetes (Eneas, Fauno, Sol Indiges, Júpiter Indiges, Numigo…). Hay otra multitud de dioses tutelares, de toda clase de lugares (Roma, Tiberino, incluso Nilo), dioses latinos como Belus, Belona, Liber, Libera…, divinidades abstractas como Fortuna, Concordia, Pax (Paz), Iustitia (Justicia), y un muy largo etcétera.

Estos dioses latinos fueron adorados ya por las Sabinas y los etruscos. Otros ejemplos son: Nerio (deidad sabínica consorte de Marte), Dius Fidius (sabínico igualmente), etc.

De hecho, Quirino y Vertumno —anteriormente citados— fueron adoptados por sabinos y etruscos respectivamente.

Y también tenemos a los «demonios» o Dii Inferi, deidades del Inframundo (Inferus) como Orco y Proserpina, asimilados con los griegos Hades (también se le llamó Plutón) y Proserpina. Estos dioses representan los poderes creadores ocultos de la Tierra, que dan salud y riquezas a los mortales. El Inferus o Avernus es el hogar de los espíritus de los muertos, aunque eso sin duda merece otro artículo aparte.

El espíritu pío de los romanos consistía en un deseo constante de atraer hacia sí el favor de los dioses, hacia la familia y el Estado. Por ello el romano rinde homenaje a otras divinidades extranjeras, especialmente si está en la tierra de éstos. Para lograr la victoria en la guerra, los romanos pidieron a menudo el favor de los dioses de sus enemigos. Igual que las tendencias y el prêt-à-porter, los romanos acogieron con ilusión los cultos extranjeros, es decir, los Dii Novensiles. Apolo y Ceres, muy queridos por el pueblo romano, fueron originarios de Grecia, aunque pronto se convirtieron en Dii Consentes o estatales. Otros Novensiles son Baco-Dionisos, Isis, Serapis, Cibeles, Mitra y muchos más.

Con la la llegada del cristianismo todos estos dioses fueron paulatinamente relegados hasta su prohibición. No es cierto que Nerón persiguera a los primeros cristianos, pero sí lo hicieron otros emperadores como Diocleciano (quien no persiguió sólo a los cristianos, sino a otros muchos cultos, como los pitagóricos o los mitraístas). Tengamos en cuenta que el cristianismo estaba poniendo en tela de juicio no tanto tanto la divinidad imperial como otros aspectos que constituían la base y la misma esencia del Imperio. Tras la victoria de Cosntantino sobre Majencio en la batalla del Pons Milvius (312), éste tolerará la religión cristiana en convivencia con el resto de cultos. Todos ellos —paganos, es decir campesisnos— se prohibieron en el 392 mediante el famoso edicto de Teodosio. El pueblo suplió su pérdida con los santos y los ángeles, recuerdos de aquellos magnificentes dioses que, desnudos en estatuas de mármol presidían las actividades cotidianas de la raza latina.

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